“La primera jornada de trabajo es de sol a sol”, recordó a Brecha el sociólogo del Trabajo Marcos Supervielle. “Hay que esperar a la emergencia de una innovación tecnológica, el reloj, para poder pensar en términos de límites horarios a la jornada de trabajo”. “En las discusiones parlamentarias de principios del siglo xx”, ejemplificó la historiadora Ana María Rodríguez Ayçaguer, “aparecen cláusulas donde se prescribe que los patrones autoricen a los trabajadores a abandonar el local de trabajo los domingos… Se quedaban a dormir ahí. Era tremendo”.
El historiador Rodolfo Porrini trajo a la cita con el semanario un texto publicado en 1875 por un movimiento sindical que, aunque embrionario, ya sabía que no se trataba sólo de dinero: “El tiempo, tan necesario para el descanso, la instrucción o el recreo le es quitado también (al trabajador) y siendo suficiente el trabajo de seis u ocho horas para producir lo que consume él y su familia, por efecto de la explotación a la que está sujeto, debiendo producir para los que viven sin hacer nada útil, tiene que trabajar de 12 a 18 horas diarias, según el oficio y la localidad. Que sea pobre el que trabaje, que sea rico el parásito, que coma, se vista y habite pésimamente el que crea la riqueza social. (…) Esto es injusto”, decía.
“En realidad el primer proyecto de limitación de la jornada laboral se presentó el 3 de marzo de 1903, es decir, a los dos días de la asunción de Batlle a la presidencia, la primera”, anotó Rodríguez Ayçaguer. “¿Y quién lo presenta?”, preguntó. “El Consejo Superior de los Círculos Católicos de Obreros. Era un proyecto de descanso dominical, a secas. En aquel ambiente liberal no tuvo suerte. Lo del domingo libre era para ir a misa, decían algunos.”
Y describió la sucesión de iniciativas. En abril de 1904 hubo una del diputado colorado y católico Oriol Solé y Rodríguez, también rechazada. En mayo Ricardo Areco, que sería un destacado dirigente del emergente batllismo, presentó la suya. “Una cosa muy vaga que no se discutió”. En enero de 1905 fue el turno de Luis Alberto de Herrera y Carlos Roxlo, “seguramente el que tiene una visión más global, aunque también tiene componentes conservadores”, en particular, mientras Argentina deportaba anarquistas y Batlle los recibía, disposiciones para evitar que “agitadores extranjeros” pudieran integrar las sociedades de resistencia que reglamentaba. Tampoco se discutió.
El 23 de marzo de 1905 nació la Federación Obrera Regional Uruguaya (Foru), hija de una oleada de luchas obreras que se prolongaría un año más y dejaría como saldo la conquista de las ocho horas por los gremios de albañiles, carpinteros, herreros de obra, marmolistas, pintores, mecánicos y sastres.
“Recién al llegar al fin de su primera presidencia, a fines de diciembre de 1906, Batlle presenta su primer proyecto. Todavía no consagraba las ocho horas, pero regulaba el trabajo infantil y femenino”, puntualizó la historiadora.
Cuando en 1911, a un mes de la primera huelga general de la historia uruguaya, don Pepe presentó su segunda iniciativa (que ahora sí establecía el límite en ocho horas) la prensa socialista diría que “en realidad el proyecto (…) lo han preparado las huelgas, las agitaciones obreras, todas las batallas organizadas para conquistar aquella aspiración”, que “no se trata (…) de una conciliación capitalista, sino que es un reconocimiento de que la voluntad obrera (…) pesa ya lo suficiente para decidir a sus propios enemigos a ceder un poco de justicia”.
También cabe recordar que después de la primera presidencia de Batlle ejerció la presidencia su ex ministro de gobierno, Claudio Williman. Este designó como jefe de Policía al coronel Federico West, empresario de la construcción y puso al “escudo de los débiles” a proteger a los fuertes. La Foru terminó disuelta. “Los gremios que habían conquistado las ocho horas las perdieron”, escribió Universindo Rodríguez en Los sectores populares en el Uruguay del novecientos.
El proyecto de Batlle fue demorado y alterado sustancialmente. “Si Labarnois y Carrero lo supiesen…”, bromeó Rodríguez Ayçaguer. José Enrique Rodó, el escritor parafraseado en la canción que aquellos dedicaron al Primero de Mayo, fue el miembro informante de la comisión responsable de la regresión. La historiadora recordó que Domingo Arena, que también la integraba, firmó discorde y le escribió, preocupado, a don Pepe, que andaba en Europa. “Usted sabe que somos pocos los que como usted y como yo nos desvelamos por estas cosas. Habrá que esperar a que yo regrese”, consoló Batlle a su amigo.
Pero antes de que Batlle hubiese planteado una segunda formulación, la federación obrera se había reorganizado y se desató una nueva oleada de conflictos sindicales. El 45 por ciento para disminuir el horario de trabajo.
Los tranviarios iniciaron una huelga y Batlle presionó a las empresas anunciando que las multaría por el servicio que estaban dejando de brindar (después hubo un juicio que finalmente perdió el Estado). En solidaridad con los tranviarios, la Foru decretó la huelga general y el presidente conminó a la policía a respetar el derecho de huelga. También le ordenó defender la libertad de trabajo de los esquiroles. Pero el jefe de policía tuvo que poner en juego su renuncia para que don Pepe le autorizara alguna intervención. Después de tres días, el 26 de mayo, la patronal tranviaria se rindió. Justo un mes después, el 26 de junio, Batlle presentó su segundo proyecto.
Los libertarios no tomaron demasiada distancia. A mediados de octubre la Foru convocó a “una acción conjunta de la clase trabajadora en pro de las ocho horas de trabajo”. Los socialistas aceptaron la convocatoria y, aunque en las calles su fuerza no era mucha, Frugoni en la cámara se batió como sabía para que la iniciativa se hiciese realidad. El 31 de mayo de 1913 la cámara de representantes aprobó en general el proyecto eliminando las disposiciones sobre trabajo infantil y femenino, además de aquel expediente tan batllista para evitar que el asueto coincidiera con la misa: un día libre rotativo cada seis de labor. La decisión fue por mayoría. Entre los que estuvieron en contra (ocho en 52) volvió a estar Rodó.
Pero ese año terminó con la disolución del Consejo Federal de la Foru y la agitación sindical se desmoronó. Las razones “subjetivas” las explica Pascual Muñoz en esta misma cobertura. José Pedro Barrán y Benjamín Nahum probaron que también las hubo “objetivas”. La Primera Guerra terminaría por enriquecer a los exportadores de carne y lana, pero ya no hubo créditos para impulsar inversiones, y para una industria y un comercio que dependían de insumos importados para las cosas más básicas, que Europa ya no pudiera proveerlos fue un golpe duro. Cayó el salario y el desempleo fue grande.
Hubo que esperar a que las elecciones de 1914 renovaran el Senado para que se destrancara el proyecto aprobado en Diputados. Lo votaron en contra seis de 18 senadores presentes. Además de Alejandro Gallinal, el único nacionalista en la cámara alta, se le opusieron cinco colorados “anticolegialistas” liderados por Pedro Manini Ríos. La ley no alcanzaba al trabajador rural y dejaba aparte el trabajo doméstico. Entró en vigencia el 17 de febrero de 1916.
Los empresarios la atacaron como pudieron. Rebajaron sueldos argumentando que era la consecuencia matemática de disminuir la jornada, echaron gente aduciendo que la ley elevaba sus costos. “Algunos intentaron colocar a los mozos en la categoría de trabajo doméstico para evitar cumplir lo de las ocho horas”, recordó Rodríguez Ayçaguer. Dos oleadas de huelgas de los trabajadores frigoríficos sacudieron el Cerro en 1916 y 1917 para lograr que los patrones no redujeran el salario con la jornada.
Sin embargo, hay que admitir que Batlle no se había conformado con impulsar un progreso manuscrito. Rodríguez Ayçaguer refiere que “para vigilar el cumplimiento de la ley se nombraba un cuerpo de inspectores, lo cual es un salto cualitativo, pues en los proyectos anteriores la vigilancia quedaba a cargo de la policía. En los hechos van a ser cargos muy bien remunerados para evitar que los patrones los compren, y muchas veces los van a ocupar dirigentes obreros”.
La causa había sido y era en muchos sentidos “universal” e impulsó, como observa Supervielle, innovaciones tecnológicas que multiplicaron la productividad de aquella jornada limitada. “Hoy en día el trabajo ya no está regulado por las ocho horas”, advirtió el sociólogo. “Lo que llamo ‘el mundo de la resolución de problemas’, que es el centro de la actividad laboral hoy en día, no tiene horario. Las ocho horas cumplen un rol distinto; regulan la presencia pública en ámbitos reconocibles: la fase pública y la fase privada del trabajo.”
Y contó una anécdota sobre los trabajadores que se ocupan de la seguridad de las centrales nucleares francesas, “tipos que están todo el tiempo pensando en conexiones posibles de cosas que pueden pasar.” Ocurría constantemente que llamaran fuera de horario para sugerir medidas acerca de riesgos advertidos después de que marcaran la tarjeta de salida. Se decidió prohibir esas llamadas, pero hubo que revertir la decisión. Los trabajadores se enfermaban de estrés por no poder trasmitir la inquietud que los consumía, sin preocuparse de lo que dictaba la legislación laboral.
También se han hecho visibles otros obstáculos para que en el día de los trabajadores y, en especial, de las trabajadoras haya ocho horas “para la instrucción y el recreo”. De acuerdo a lo relevado en un estudio reciente del equipo coordinado por Karina Batthyány para el Instituto Nacional de las Mujeres, el 49,2 por ciento de las mujeres trabajadoras de este país dispone de menos de 36 horas de tiempo libre por semana.1
Es que nada se detiene y parece pertinente volver sobre algo que Caetano dijo el año pasado, en su intervención con motivo del 99º aniversario de la ley: “como había dicho Domingo Arena, el programa del batllismo no tiene que tener punto final, porque la mejor página (…) es la página que vendrá. Es la página del porvenir, son los nuevos derechos que se incorporarán como propuesta”.
1. Karina Batthyány (coordinadora), Los tiempos del bienestar social. Inmujeres-Mides, Montevideo, 2015.
[notice]Pide tribuna Pascual Muñoz
Los huecos de la memoria
Treinta y pocos años ha de tener. Apareció hace cinco en la redacción de Brecha, vestido de negro, con un panfleto publicado por una editorial de nombre dudoso: La turba. Había empezado antes y seguiría investigando la historia del movimiento sindical y libertario en las primeras décadas del siglo XX.
Presentaba sus resultados en folletos de apariencia novecentista o en revistas como Tierra y tempestad. Su trabajo era riguroso, pero estaba claro que la academia no era su interlocutor principal. “Ni la gente común ni los militantes, que pasan leyendo un montón de cosas, tiene idea de lo que pasaba en aquellas primeras décadas del siglo XX, cuando esto hervía”, explica Pascual Muñoz, y admite que “no se pueden repetir cosas, pero en esas experiencias pasadas hay piques, ejemplos de cómo sortear problemas, que pueden servir. Y hay un desconocimiento brutal”. Por eso Pascual investiga, imprime y reparte esos trabajos, como la levadura que distribuye para ganarse el pan.1
Volvimos a saber de él cuando, junto a Daniel Vidal, digitalizó una veintena de colecciones de prensa libertaria que hace añares la Biblioteca Nacional había sacado de circulación para microfilmar y que ahora están al alcance de cualquiera que ponga en su buscador: periódicas.uy.
Este año salió su primera investigación de peso: “Cultura obrera en el Interior del Uruguay. Salto, Paysandú y Rocha (1918-1925)”. El asunto es nuevo y el autor reincide en el rigor, la claridad y una rara desenvoltura para tratar asuntos peliagudos del movimiento obrero en aquellos años (el violentismo, por ejemplo).
Pascual ve “cierta intencionalidad” en la dificultad de recordar las etapas iniciales del movimiento sindical: “creo que tiene que ver con esa idea de ‘un movimiento obrero maduro’,2 con ver la etapa anarquista como una prehistoria, una etapa infantil del movimiento obrero”.
Sin embargo tampoco él se ha metido con el período en que se aprobó la ley de ocho horas.3 Sus trabajos saltan de la huelga general de 1911 a las del Cerro en 1916 y 1917.
¿Por qué ese hueco? “En ese período se da el fenómeno que se conoce como anarcobatllismo, que no es una facción nucleada en torno a Batlle, sino la adhesión individual, no orgánica, de varios referentes de primera línea del movimiento obrero y el movimiento anarquista a Batlle y Ordóñez. Eso impacta debilitando un movimiento que se declara de intención revolucionaria. Sin duda los años que van de 1912 a 1916 son los años del anarcobatllismo. Incluso en el año 1913 se edita un periódico que se llama El anarquista, que lo editan cuatro militantes de primera línea del movimiento, donde se explicita que ese periódico se edita para contrarrestar esa tendencia que incluso parece hacer peligrar la existencia misma del anarquismo en el Uruguay.
Lo anarcobatllistas no apoyaban al Partido Colorado o al Estado, sino a la persona de Batlle. Para ellos tenía palabra y lo había demostrado en los hechos cuando Argentina deportaba a los militantes y él ofrecía asilo solidario. Está el suceso célebre del deportado y al que no le permitieron bajar en Montevideo. Siguió a Río de Janeiro y enterado Batlle le paga el pasaje para que vuelva.
El gallego Adrían Troitiño, fundador del sindicato de los canillitas en Uruguay, antes había sido deportado de la Argentina. Tenía a una de sus hijas, Solidaridad, internada en un hospital de Buenos Aires. En el momento de su deportación la sacan del hospital y la meten en el barco y a los días de llegar a España la niña muere. La deportación era un impacto brutal para la moral de los militantes. Quizá a nivel histórico estas cosas no son relevantes pero en el de la existencia cotidiana de los militantes eran esenciales. Creo que esas cuestiones humanas dieron esa confianza en la persona y bueno ahí está ese período, ese hueco que decís vos, que creo que se explica por esa tensión interna en el movimiento.”
1. Buena parte de sus trabajos están disponibles en http://www.nodo50.org/anomia/arxiu/Pascual_Munoz.html
2. Título de un célebre libro del dirigente sindical y parlamentario comunista Enrique Rodríguez.
3. En sus Sectores populares en el Uruguay del novecientos, Universindo Rodríguez había andado cerca, pero en materia estrictamente sindical su narración terminaba a mediados de 1913.
[/notice]