Entro con los ojos tapados, en fila india junto a los demás miembros del equipo, apoyando las manos en los hombros del jugador de adelante, para no perder el rumbo. El “carcelero” pide silencio. Una vez dentro de la habitación nos coloca las esposas (sólidas y reales, no son de utilería) y ubica a cada uno en un lugar específico. Antes de retirarse dice: “Dentro de 30 minutos vuelvo, así que los quiero ver a todos quietitos y en su lugar”... y sabemos que cumplirá con su promesa.
Cuando me las apaño para quitarme el antifaz que tapa mis ojos observo con atención la habitación: emula con realismo una cárcel. Uno de mis compañeros está atado a una silla eléctrica, los otros tres encerrados en celdas individuales, con barrotes firmes. Aunque estoy encadenado al suelo, mi lugar es de privilegi...
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