El ser humano anónimo, con su fuerza o su repentina permisividad, se refleja a veces en hechos que el hombre importante lleva adelante sin reconocer contribución alguna. Grandes y pequeñas historias atestiguan el paso del tiempo. La música y el humor, por su parte, contribuyen a subrayar detalles que podrían pasar desapercibidos. Tres espectáculos en cartel brindan una muestra de todo lo que antecede.
Las grandes ciudades bajo la luna (Zavala Muniz), espectáculo del Odin Teatret de Dinamarca, dirigido por el polaco Eugenio Barba, dispone a una docena de actores y músicos frente a los espectadores, los cuales, a través de los textos, canciones y bien calculados desplazamientos por un espacio del cual los visitantes saben adueñarse, se sienten asimismo integrados con el elenco, como formando parte de una gran rueda. Las palabras de autores como
Brecht, Ezra Pound y Bjorneboe, en alemán, inglés y español, aluden a lo que sucedió o todavía sucede en esas grandes ciudades –como lo era Hiroshima– marcadas por la violencia, el avasallamiento, la marginación y el exilio. Una vez más, el maestro Barba prueba aquí cómo el teatro puede abrirse camino de manera casi imperceptible a partir de un equipo de artistas poderosamente entrenados que reciben a la concurrencia plantados sobre un escenario donde parece muy difícil que algo importante vaya a suceder. Pero ocurre… De manera gradual, la magia se abre camino para que asomen las reflexiones de todos y cada uno de los asistentes. Distintas, oportunas, trasnochadas reflexiones que no dejan de involucrar al teatro, es decir, sostendría Barba, a la vida que su gente termina instalando frente a cada uno, a lo largo de esta genuina celebración de una indiscutible forma de comunicación.
El país de la gata Flora (Infumables) (El Tinglado), de Juanse Rodríguez y José María Novo, con dirección de este último, echa mano al humor para darle paso al propio Juanse convertido en el mismísimo Diablo en un infierno al cual van llegando dignos representantes de las más criticables uruguayeces, listos para tomar posesión del piso –no del círculo– que les corresponde. El desfile de recién llegados, confiados al mencionado Juanse, Tamara Lezcano, Carina Méndez y Nicolás Pereyra –entrenadísimo cuarteto pronto a enfrentar a la platea con desparpajo– le abre el paso a una chispeante revisión de la política nacional en las últimas décadas y, claro está, a los rasgos
–criticables, deleznables y crónicos, pero festejables– de una mentalidad contemplativa (como la de la gata Flora), analítica, discutidora y desconforme a ultranza (tanto como para que, en momentos de decisión, terminemos por no hacer nada). Esa mentalidad que se refleja en casos tan extremos como el del vendedor que se planta en el ómnibus advirtiendo que allí apareció “antes de salir a robar”, o el de los exquisitos cambios dictados por una diversidad tan malentendida como para provocar giros y alteraciones en el discurso llamados a desafiar la ridiculez. El resultado, más allá de algún alargue imprevisto, devuelve al mundo del espectáculo la tradición de un humor nacional que nos empuja a reírnos de nuestros defectos, como un probable camino a la reflexión y, si todo sale bien, a la corrección de tales defectos. Toda una tradición de aquel humor que remite a los buenos tiempos de las revistas Peloduro y Lunes, de los programas Telecataplum y Decalegrón, o de los tejes y manejes de buenas murgas, encargados todos ellos de poner sobre el tapete lo más criticable de cada temporada. En una época signada por una televisión nacional que cierra sus puertas a los artistas locales que tanto podrían hacer en la pantalla para divertir y hacer pensar al televidente, vale la pena ver lo que Juanse y Novo consiguen mientras hacen reír a los espectadores de principio a fin.
La cabeza (H Bosch), de Daniela Tambasco, dirigida por Virginia Ramos, se ubica en la peluquería homónima donde se plantean las inquietudes de su dueña –la propia Tambasco– frente a la escasez de clientes. Las idas y venidas de cuatro o cinco personajes adicionales –reales o de ficción– alimentan una trama de tono pícaro, aunque algo confusa, que la puesta de Ramos no acierta a enderezar, habida cuenta del forzado artificio de los playbacks en un par de canciones. El entusiasmo y la energía del elenco que incluye a Federico Lynch, Pablo Atkinson, Cristian Barrios y Canario Fernández se merecían mayor consideración.