No hace mucho que empezó, pero es sintomático. Tiene lugar al comienzo de la proyección, ni bien se apagan las luces y previo a la exhibición de película y trailers. Y aparece entre tantas otras intragables publicidades locales: se trata, una vez más, del casino de Maroñas Entertainment, el que hace unos años publicitaba sus servicios de slots y ruletas con minas, champaña, juventud exitosa y enfiestada. En esta nueva entrega publicitaria ese costado está más escondido, pero en cambio sorprende el cartel que sobre el final informa algo así como “con tu entrada (la del cine), reclamá en Maroñas una cerveza, una picada y otras sorpresas”. A una cuadra y media de las salas de Grupocine ubicadas en la Torre de los Profesionales se encuentra, frente al antiguo cine Trocadero (hoy devenido una expoferia de venta de ropa) y ubicado en el también antiguo edificio de El Día, el bastión del juego. Y efectivamente, si uno lleva su entrada le dan una lata de cerveza y la picada prometida, consistente en una acumulación de aceitunas y snacks.
En Uruguay, y especialmente entre la juventud uruguaya, el dicho “De arriba, un rayo” calza como anillo al dedo, porque para muchos no es poco tentadora la idea de beber y comer gratis (o a un precio ínfimo ya deducido del costo de la entrada). No hay que ser demasiado inteligente para deducir que el casino despliega estas promociones como una suerte de anzuelo, una forma de captar nuevos clientes y potenciales adeptos, y que buena parte de esas mismas personas que van por la picada también aprovecharán la ocasión para jugarse unas fichas. Ahora bien, la ludopatía es un problema grave en Uruguay, prácticamente una epidemia (el psiquiatra Óscar Coll, encargado del Programa de Prevención y Tratamiento del Juego Patológico, del Hospital de Clínicas, aseguró que si no se toman medidas de contención puede llegar al 5 por ciento de la población), y el cine es un espacio para la nutrición psíquica y emocional, donde los jóvenes entran en contacto con otros mundos y otras culturas (el complejo Torre de los Profesionales podrá ser un cine del circuito comercial, pero no por ello deja de ser un trasmisor de cultura).
Podrá decirse que es un convenio entre empresas privadas y que tienen pleno derecho a hacerlo, pero ¿hay necesidad de que, precisamente esa misma gente que sale en busca de un espectáculo cultural acabe consumiendo un entretenimiento de alto potencial adictivo? ¿No debería haber un control, o una prohibición expresa de estos acuerdos para evitar un mayor reclutamiento en las filas de la ruina compulsiva?