Decir que Uruguay es un país de viejos debe de ser algo tan viejo como el propio país. Benedetti se quejaba de los poetas nativistas de los cuarenta, pero Silva Valdés fue en algún momento el que le dijo a Alberto Zum Felde: “Yo soy el poeta que usted reclama en su crítica”. Aún no había publicado Aguas del tiempo (1921) y era un joven desconocido. Nada nuevo bajo este sol oriental; hace rato que Benedetti es objeto de críticas –parricidio, abuelicidio–, pero ya nos tocará envejecer también a nosotros, Lema Mosca, es cuestión de tiempo.
Usted goza de una gran ventaja para hablar de la realidad de la cultura nacional: su distancia, su mirada desde el otro hemisferio. Ese trecho le permite no sólo ver el árbol, sino apreciar el bosque, pero su alejamiento es espacial y temporal: sus reclamos parecen salidos de la década del 90. No estoy tan seguro de que Uruguay siga estando tan atento a lo que pasa en el exterior; la metáfora del país que mira pasar el dirigible mientras se suicida su presidente más joven ya tiene sus años, y la presentó Pablo Dotta en 1994. A algunos de los que estamos aquí nos parece que están pasando cosas y, mejor aun, que se pueden hacer cosas en Tontovideo.
Como la paradoja de la serpiente, su artículo se come la cola. Los jóvenes de hoy son los ancianos del mañana, esos que usted dice que hoy dirigen instituciones públicas y ocupan cargos que ni apoyan ni difunden a los nuevos derroteros de la juventud. Usted mismo dice que Benedetti autogestionó sus primeros ocho libros. ¿No es eso lo que deberían hacer los escritores desconocidos de hoy? ¿No es eso lo que hacen los escritores jóvenes de hoy? Fabián Severo, por poner un ejemplo, ha contado más de una vez que una amiga le prestó dinero para editar Noite nu norte; lo distribuía él mismo en librerías y lo vendía su padre en el almacén de Artigas, donde se leía en el pizarrón: “Buzo liceo. Se colocan broches. Libros portuñol. Poema”. Hoy ya es un escritor con cierta fama: ha ganado varios premios, lo invitan a congresos dentro y fuera del país. No estoy comparando a Severo con Benedetti, pero ¿no es la misma historia, que se repite? Un joven escritor trata de hacerse un lugar en el campo literario, con ayuda estatal o sin ella, hasta que finalmente lo logra. Ya envejecerá el escritor artiguense y los jóvenes del mañana lo criticarán; seguramente olvidarán las dificultades que tuvo para editar sus primeros libros.
Usted mismo lo dijo: las comparaciones son odiosas. No nos comparemos, entonces, con el ayuntamiento de Madrid –no sea malo–; 1.100 poetas es mucho hasta para un país lleno de poesía, como el nuestro. En esa misma comparación se refirió a la Fundación Benedetti, que apenas con una exposición de cuadros y dos charlas no compite con el Instituto Cervantes, y la verdad es que no… Una institución pública española con sede en más de cuarenta países no puede competir con otra sin fines de lucro. Tal vez las actividades aquí desarrolladas no están a la altura de las españolas, pero le comento que en la Fundación no sólo se realizan actividades referidas al escritor nacido en Paso de los Toros, sino que también se apoya a organizaciones que luchan por la defensa de los derechos humanos. El pasado 4 de agosto la Fundación convocó a esperar en su sede los resultados del prerreferéndum que pretendía derogar la ley que asegura los derechos de las personas trans. Aquel domingo fue una fiesta, con jóvenes y viejos que, de la mano –como usted reclama–, celebraron la poesía y la democracia.
Pero volvamos a su artículo, a ese modelo que excluye a “todo artista joven que quiera inmiscuirse en el patio de los consagrados” y lo hace “pagar un caro derecho de piso”. ¿Acaso eso no sucede aquí y en todas partes? ¿O el Ayuntamiento de Madrid edita la obra de esos 1.100 poetas? Lo dudo… Usted eligió el ejemplo, justamente, por su excepcionalidad. Además, limitar la cuestión del canon a la sustitución de una lista de nombres por otra es tener una mirada bastante reducida del asunto. El tema de fondo debería ser el cuestionamiento a los mecanismos de legitimación, no solamente la cesión de unos lugares por otros.
Con respecto a la difusión en los medios masivos, no sólo en la cadena francesa Télé 7 se hace algo al respecto. Aquí, en esta orilla del mundo, también hay algún programa de televisión dedicado a la literatura. El canal Tevé Ciudad, dirigido por Federico Dalmaud –que, por cierto, tiene 35 años–, cuenta en su grilla con programas como Café negro, en el que Mario Delgado Aparaín ha dialogado con escritores de todas las edades; entre ellos, Damián González Bertolino y el ya citado Severo. Por el programa Café literario, de Televisión Nacional, han pasado Carlos Liscano y Mauricio Rosencof, pero también Horacio Cavallo y Natalia Mardero. En Radio Uruguay 1050 AM Pablo Silva Olazábal hace un programa diario –sí, diario– sobre literatura, llamado La máquina de pensar. Esta semana, entre tantos ancianos de los que usted habla, también tuvieron su espacio Ramiro Sanchiz y Pedro Peña. El diálogo intergeneracional existe también en estas latitudes, créame. Hay un vínculo entre “los de antes y los de ahora”.
Esa preocupación por las generaciones ha existido desde siempre. Hace no mucho escuchaba las entrevistas que Domingo Bordoli les hacía a varios escritores nacionales, muchos de ellos integrantes de la generación del 45. Bordoli sistemáticamente preguntaba a sus entrevistados si se sentían integrantes de un grupo de escritores. Los que somos profesores sabemos que la historia de la literatura –que muchas veces se confunde con la literatura en sí, grave error de nuestra enseñanza– goza de mucha fama en este país. Una preocupación de jóvenes y de viejos; no olvidemos que hace menos de diez años un grupo de veinteañeros, entre ellos, usted, firmaba el acta de fundación de la generación del 11.
“En varios países del mundo los escritores más consagrados reseñan los libros de los nuevos autores.” Pues eso también sucede aquí, en las páginas de este mismo semanario. Alicia Torres es una crítica muy atenta a las nuevas voces; no en vano la casa editorial Hum y Estuario Editora la han invitado a presentar los títulos de su catálogo, en el que abunda la narrativa uruguaya joven, al igual que en Criatura Editora. Pero también sucede a la inversa: a veces los más conocidos se dejan presentar por los jóvenes. Sin ir más lejos, esta tarde Ramiro Sanchiz presenta La mediana edad, de Pablo Casacuberta, Premio Nacional de Literatura 2018.
Su tajante afirmación de que en Uruguay “no existen las nuevas promesas” llama tanto la atención como sus reclamos de apoyo para los jóvenes escritores. “En Uruguay ni siquiera los escritores más consagrados viven una vida de privilegios y comodidades. De eso sólo pudo dar cuenta Benedetti y algún otro. Los demás dividen el tiempo entre la escritura, el trabajo, la familia y la vida mundana, sin reconocimientos”, como sucederá en la mayoría de los ámbitos de la cultura, imagino yo. ¿Qué reconocimientos reclaman usted y Pedro Peña en su cuenta de Facebook? ¿Será que al estar por fuera de las redes sociales esos reclamos me resultan tan ajenos? Esos premios y becas que Peña ya ha ganado, ¿no son ese reconocimiento? Usted concluía que “Peña, como la mayoría de los escritores uruguayos, dedica sus ratos libres a la escritura”, y me alegro por ello, como yo dediqué mi tiempo libre a escribir estas líneas. Bueno sería que les sacara horas a las clases de secundaria.
Siguiendo su razonamiento, los concursos, ¿no siguen siendo un “tobogán para difundir la obra de nuevos artistas”? Pienso en Martín Bentancor, o Daniel Mella, o Martín Lasalt, cuyos nombres figuran en la lista de ganadores del Premio Nacional de Literatura del Mec. Premio a las Letras, que desde 2014 incluye el galardón Ópera Prima en cuatro categorías: narrativa, poesía, dramaturgia, y literatura infantil y juvenil. Si bien no asegura que el ganador vaya a ser joven, está en el espíritu de la ley que creó el premio reconocer la primera obra de jóvenes o desconocidos escritores.
Si hablamos del promedio de edad de los jurados de los concursos literarios nacionales, podemos alegrarnos de que ha bajado considerablemente. No es que la juventud en sí misma sea una virtud, tampoco lo es la vejez, pero “juventud, divino tesoro/ ¡ya te vas para no volver!”. Este año unos cuantos jóvenes integran el jurado del Premio Nacional de Literatura, convocado por el Mec, y del Juan Carlos Onetti, que entrega la Intendencia de Montevideo, para el que Hoski (José Luis Gadea) y Paula Simonetti juzgarán los trabajos de poesía; Eliana Lucián y Gastón Rosa, los de la categoría narrativa infantil y juvenil, y Ramiro Sanchiz y Andrés Papaleo forman parte de las duplas de narrativa y dramaturgia, respectivamente.
Huelga profundizar en los emprendimientos de la juventud letrada: Martín Barea Mattos y su ronda de poetas, Pabloski (Pablo Pedrazzi) y los slams de poesía, Hoski y la edición de la Antología crítica de poesía uruguaya ultrajoven (Estuario, 2018).
En este país los jóvenes se quejan de que no es fácil ser joven, y los viejos –para no perder esa costumbre que tuvieron de jóvenes– se quejan también. Por mi parte, le pido que cuando pueda venga a ver lo que está pasando por aquí, que no es tan terrible como se ve desde el norte. Venga, que en este país de viejos les hacemos un lugar a los jóvenes, porque a los jóvenes “sobre todo les queda hacer futuro/ a pesar de los ruines del pasado/ y los sabios granujas del presente”. Venga, que “Al sur, al sur/ está quieta esperando/ Montevideo”, como decía Benedetti.
1. Sobre la columna ‘Un país de viejos’, publicada en la sección “Lista de oradores”, de Brecha, el pasado viernes 6 de setiembre.