Ali Tahrawi es un médico de 29 años que trabaja en el Hospital de los Mártires de Al Aqsa, situado en la ciudad de Deir al Balah. Como muchos otros palestinos, escribe en su cuenta de redes sociales sobre su vida, su trabajo y las vidas (y muertes) de los pacientes a los que atiende en el hospital.
A continuación, parte de su testimonio.
15 DE FEBRERO DE 2025, GAZA, PALESTINA
El silencio y la complicidad suponen una renuncia, un fracaso profundo de la humanidad y una pérdida catastrófica de la justicia.
A quienes apoyan realmente a Gaza les digo: los veo. Sé que a muchos les importa, que les duele el corazón por nosotros, que quieren ayudarnos, pero no saben siempre cómo. Doy las gracias por cada voz que se alza, por cada acto de resistencia, por pequeño o grande que sea. Su apoyo es una luz en la oscuridad, aun cuando parece que el mundo no escucha. Sepan que nosotros sí.
Ahora bien, a quienes apoyan a Gaza con palabras solamente, quienes susurran su compasión en privado, pero guardan silencio en los momentos importantes, pregunto: ¿cuánto vale su apoyo si no les cuesta nada? ¿Qué significa «apoyar a Gaza» si tienen demasiado miedo de darnos un apoyo real?
No les pido que sientan el hambre en los huesos. No les pido que se despierten cada día sin saber si será el último. Sí les pido que entiendan que no tenemos miedo de perder un empleo o un salario; tememos perderlo todo. Tememos despertarnos y ver que nuestro hogar ya no existe, que nuestras familias están destruidas, que nuestros hijos están bajo los escombros. Se trata de sobrevivir, una y otra vez, mientras el mundo debate si lo merecemos.
Temen alzar la voz porque temen las consecuencias. Aquí, vivo cada momento ahogado en el peso de las consecuencias que no provoqué. No me muero, tampoco vivo. Sobrevivo, ¿pero a qué costo? Veo cómo la vida a mi alrededor se encoge y se marchita. Veo a los enfermos morir sin medicinas, estoy atrapado por todas partes, ahogándome, esperando mi turno en una fila de espera larga y cruel de sufrimiento.
Y en medio de todo esto, ¿temen perder sus privilegios si alzan su voz? Mi pueblo vive sitiado hace años, aplastado bajo los escombros, sin refugio, agua, medicina ni esperanza. Mientras, ustedes sopesan el riesgo de hablar contra un genocidio por miedo a incomodar. Mi pueblo ha perdido su historia, su presente y su futuro. Ustedes tienen voz y libertad, pero eligen el silencio. ¿A eso le llaman apoyo?
El apoyo no es una palabra vacía, no es un hashtag ni una lástima susurrada. El apoyo es una postura. Significa hablar cuando los mandan callar, moverse cuando los obligan a quedarse quietos, sacrificar al menos una parte ínfima de su comodidad por un pueblo al que están borrando ante sus ojos. A quienes lo han hecho, a quienes continúan luchando por nosotros como pueden, les doy las gracias. Su voz importa.
No pido lo imposible. No les pido que estén bajo las bombas con nosotros. Les pido que usen lo que tienen: sus voces, sus plataformas, su influencia. Que dejen clara su postura. Que se nieguen a formar parte de un mundo que recompensa el silencio ante el genocidio. Hagan algo, lo que sea, que no sea solo mirar.
Si elegís el silencio, entonces entendé esto: no sos neutral. Sos cómplice. Y necesito que sientas el peso de lo que eso significa. Necesito que cargues con eso cuando te sientes en tu cálida casa, cuando mires imágenes de nuestros niños masacrados y te digas a vos mismo que no había nada que pudieras hacer.
Y cuando la historia pregunte dónde te paraste; ¿qué vas a decir? ¿Que tenías demasiado miedo? ¿Que estabas muy ocupado? ¿Que tu conveniencia era más importante que las vidas humanas? Ninguna excusa será suficiente. Ninguna justificación va a borrar la verdad. La sangre de los inocentes no solo mancha las manos de aquellos que matan, sino también las de los que miran para otro lado.
17 DE ABRIL DE 2025, GAZA, PALESTINA
Un mensaje de un humano que ya no quiere parecer fuerte ni convertirse en símbolo.
No quiero hablar al mundo de mi fuerza, ni de mi paciencia, ni de mi amor. Porque hablar de esas cosas siempre se ha tomado como una prueba de que soy humano. Como si la humanidad solo se midiera por lo que soporto, no por lo que sangro.
Quiero hablar de nuestra debilidad, de la ansiedad que nunca abandona nuestro pecho, de nuestra impotencia, que nos mata más lentamente que las bombas, de las noches en que nos ahogamos de miedo, de las miradas impotentes y rotas en los ojos de nuestras madres, de nuestras manos temblorosas cuando intentamos consolar a quienes lo han perdido todo.
No quiero parecer siempre resiliente. La resiliencia no es una medalla que llevamos con orgullo; es una carga que llevamos sin elección. Nos mantenemos en pie, no porque seamos fuertes, sino porque no tenemos opción.
No quiero sentirme cómodo. La comodidad es una traición temporal a la memoria. Una puñalada en el costado de los que no pueden sentir comodidad. Sentir la comodidad es negar a los exhaustos su derecho al descanso.
¿Cómo puedo permitirme la paz mientras mi pueblo está encadenado, asediado y abandonado? ¿Cómo puedo respirar libremente mientras nuestros hijos se duermen con el sonido de los aviones de guerra y algunos se despiertan quemándose vivos?
No quiero que el mundo me muestre lo que me espera en otras tierras, solo que me invite a la esperanza. No busco una nueva patria, solo la posibilidad de una aquí.
Quiero ver esperanza en mi propio país; en los rostros de mi familia, en los ojos del amigo que sobrevivió, en la risa de nuestros hijos corriendo por las calles, en un cielo que ya no llueve muerte, en una mañana que no empieza con sangre ni termina en una masacre.
No quiero que nadie me ayude con palabras. Las palabras no secan las lágrimas de una madre. No detienen la hemorragia de la tierra. Quiero acción; acción que detenga la máquina que mata a mi pueblo. Acción que se enfrente a mi opresor, no que negocie con él.
Quiero a alguien que se atreva a caminar a mi lado por el barro y el fuego, no a alguien que observe desde una distancia segura, esperando convertir mi sufrimiento en su próxima narración heroica.
No pido un milagro. Pido mi derecho, y el derecho de mi pueblo, a vivir con dignidad y justicia.
No quiero ser un símbolo utilizado en discursos o poemas. Solo quiero vivir; simplemente, como cualquier otro ser humano.
Si ves heroísmo en mi resistencia, yo lo veo como un dolor infinito. Si te asombrás de lo que he sobrevivido, preguntate cuántas veces me he derrumbado, roto y consumido en silencio, sin ser visto.
Así que no conviertas mis lágrimas en un relato inspirador. Que sean una señal de alarma. Que sean la razón definitiva para poner fin a esta catástrofe.
(Textos originales en inglés. Instagram: @ali.gazandoctor. www.aligazandoctor.com. Traducción de Cecilia Giovanoni.)