Piezas de puzle II - Semanario Brecha

Piezas de puzle II

Euclides da Cunha nació en Río de Janeiro en 1866 (100 años antes del apogeo de los Beatles).

Enorme territorio, Brasil. Pasó de monarquía a imperio en 1822, tomando decisiones como en un partido de ajedrez. Con estrategia comercial, más que política, los privilegios de la clase alta continuaban. En 1889, intelectuales que deseaban un Brasil modernizado y con mejoras sociales iniciaron la república. Entre ellos, Euclides da Cunha.

Todos los hombres han sido modernos en su momento. Con esperanzas y pasiones.

Al empezar el siglo XX, Da Cunha era un periodista joven, culto, graduado en ingeniería militar y en ciencias naturales. Lleno de ideas fervorosas, era corresponsal de O Estado de São Paulo.

Y fue autor de Los sertones. El libro más importante de Brasil.

Por cómo contó lo que contó fundó la literatura brasileña.

Da Cunha murió en un duelo.

En verdad… no fue un duelo.

No hubo padrinos ni niebla ni pasos en la madrugada.

Da Cunha tenía 43 años. Dilermando de Assis, el amante de su mujer, Ana Ribeiro, poco más de 20. Da Cunha arremetió contra Dilermando y su hermano en la casa donde vivían. De Assis era cadete, tenía instrucción militar. Lo baleó en medio del pecho.

Los hermanos De Assis –Dilermando y Dinorah, jugador del Botafogo–, heridos ambos, fueron absueltos por haber actuado en defensa propia. Ana Ribeiro (tocaya de la mujer de Garibaldi y de una historiadora uruguaya) se casó con Dilermando. Tuvo con él algunos hijos, más de los tres que había tenido con Da Cunha. Uno se llamaba Euclides, como su padre. Quiso venganza. Sentimiento que, como vimos en las tragedias griegas, no lleva a nada bueno. Decidió matar al nuevo marido de su madre. Dilermando lo mató a él.

Hay historias que estremecen. Pero cuando los protagonistas trascienden lo personal son más que su desgracia: Da Cunha fue el primer crítico de una guerra que le costó tres años comprender.

La sociedad de Brasil estaba dividida por dogmatismos ideológicos y religiosos. Los republicanos querían modernizar Brasil y crear justicia social. Pero su lenguaje no tenía conexión con los campesinos pobres. Sin saber que querían lo mismo, se enfrentaron. Los campesinos del nordeste, con costumbres y palabras arcaicas, habían encontrado alivio en la prédica de misioneros capuchinos. Creían que la república era un invento de los masones. Al grito de «¡Viva Jesús!» la combatían. Denodadamente vencieron tres veces a las partidas del Ejército nacional y ganaron sus armas.

Los republicanos no podían creer que esos miserablestuvieran la ocurrencia de enfrentarlos: supusieron que detrás estarían los ingleses (celosos de que la república prefiriera comerciar con Estados Unidos). Da Cunha, destacado en el frente, escribía lo que imaginaba verdad: habló de soldados rubios, de remesas de armas inglesas. Le llevó tres años convencerse de que no había ingleses: solo campesinos paupérrimos y dogmáticos liderados por el carismático Antônio Conselheiro.

Locamente valerosos luchaban contra el anticristo. No entendían las abstracciones de los republicanos, entendían las palabras sencillas con que les hablaba elConselheiro. Con la sed secándoles el paladar lucharon. Su rebeldía duró hasta que los republicanos –azorados por tener que vencer a un enemigo que lo era solo por incomprensión– los aniquilaron. Los campesinos no entendían su proyecto de país. Y los republicanos no admitían su fanatismo. La intolerancia de dos partes de la sociedad costó 40 mil muertes.

Cuando Mario Vargas Llosa leyó Los sertones quedó fascinado. Encontró allí la falta de comprensión y los prejuicios, causa de repetidas catástrofes latinoamericanas.

Entonces escribió La guerra del fin del mundo, su libro preferido, el que más trabajo le dio. Transformó en novela la campanha de Canudos. Sumó viajes a los sertones y a Bahía, canciones del nordeste, cangaceiros, un frenólogo galés y una historia de amor: la de Catarina y Joâo. En medio de lo ininteligible siempre hay personas que se aman.

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