Cebolla, ajo, vino y bilis de vaca. Con estos ingredientes se elabora el “colirio de calvo”, un primitivo medicamento cuya receta fue hallada en un libro inglés del siglo X, y cuyos efectos, en estado preclínico, han sido catalogados de asombrosos para tratar infecciones como la conocida bacteria resistente. La receta forma parte de La sanguijuela de calvo, un libraco medieval encuadernado en cuero negro, que –parafraseando al poeta argentino Oliverio Girondo– no era precisamente una edición tranviaria apta para ser leída en las carretas de la época.
Al igual que otros catálogos herbolarios, el compendio ofrece remedios para curar infecciones bacterianas. Cristina Lee, la investigadora que logró probar la fórmula, plantea que “puede revelar nuevas formas de tratar las infecciones bacterianas graves que siguen causando enfermedades y muerte”.
Hacia el siglo X la esperanza de vida se reducía a 35 años y el perfil epidemiológico inglés era sencillo: ante infecciones complicadas la gente se moría. El colirio de calvo echa luz sobre experiencias médicas precientíficas de una época caracterizada como oscura, en oposición al Renacimiento. Es curioso que una pócima de la décima centuria de nuestra era pueda tener efecto sobre el Staphylococcus Aureus (Sarm), bacteria problemática, resistente a la meticilina, surgida como consecuencia de técnicas empleadas por la medicina tradicional.
Alexander Flemming descubrió la penicilina en 1918 e instauró la era antibiótica: un combate a escala microscópica, preciso y directo contra bacterias específicas. Años más tarde ganó el Nobel por su descubrimiento, pero en su discurso ya advertía: “El tiempo vendrá cuando la penicilina pueda ser comprada (…) y el peligro de que el hombre ignorante use a menudo infradosis y, al exponer a sus microbios a cantidades no letales de la droga, los vuelva resistentes”. El paradigma antibiótico evitó grandes problemas, pero acarreó otros, como el desarrollo de algunas bacterias resistentes.
Una bacteria puede ser resistente a todo, pero no a todo a la vez. Por ello una conjetura muy probable para comprender el efecto del colirio de calvo es que las bacterias hayan perdido la “memoria” de un “medicamento” del siglo X, y por eso éste vuelva a ser efectivo ahora. Según la investigadora Lee, la poción fue probada en infecciones artificiales desarrolladas hasta gestar colonias densas y maduras llamadas biofilms, “donde el grupo de células crea una capa pegajosa que hace que a los antibióticos les resulte difícil llegar (…). A diferencia de los nuevos medicamentos, el colirio tiene el poder de romper estas defensas”, concluyó.
Parece algo muy posmoderno: “pócima del siglo X cura bacterias resistentes del siglo XX”, o cómo desde los bordes de la ciencia, en este caso desde un estado primitivo de ella, pueden lograrse curas alternativas. El texto del Medioevo pasa a tener un relativo valor científico, por su historia y por su probada efectividad… pero no tan rápido: el colirio fue probado en condiciones preclínicas. Puede ser viable, pero no ha sido probado, in-vivo, y menos aun en humanos. Todavía no hay certeza de si hará historia o será otra noticia que marche a la papelera de reciclaje.