En 2011, la Ronda de Poetas se ve desbordada: el ciclo de lecturas, música y performance, que cada jueves tenía lugar en La Ronda Café, albergaba poetas nacionales e internacionales que pedían algo más. Una noche, terminado el ciclo, Martín Barea Mattos y Lucía Delbene juegan con la idea de un festival de poesía para la ciudad. Martín llega a su casa, anota en la máquina de escribir: «Mundial Poético de Montevideo» y lo deja sobre el escritorio. Al otro día, encuentra esa esquela como enviada del futuro y decide sacar la idea de la conversación trasnochada para darle cuerpo en la realidad. Así, impulsado por el cuestionamiento exterior y local, comienza a tejer las bases del Mundial, motivado por llenar el vacío y darle a Montevideo eso que no tenía.
Instaurado entonces en 2013, el Mundial Poético es un evento cultural que se ha llevado a cabo anualmente sin interrupciones. La cita propone el encuentro abierto y la escucha. La cuestión radica en oír eso que queda palpitando, eso que jode, porque toca desde el universo sonoro del decir, desde la performance, desde el movimiento de cuerpos y ondas, en esa música que invita a pensar.
EL PIZARRÓN
Este año, el festival tuvo dos ediciones (abril y setiembre) bajo el nombre Geopoetik. El término geopoética proviene de Kenneth White y funda toda una teoría en los años setenta. No se trata de crear un sistema, sino de establecer la posibilidad de contraponerse al dogma encerrado entre las paredes fronterizas de la palabra y dejarla en ese espacio abierto, llevarla a dialogar con los contextos para mostrar nuestra relación plural con el mundo.
Según Barea Mattos, «es un juego con la geopolítica en tanto estamos construyendo nuestro propio mapa de aliados y fuerzas. Es una broma en serio. No necesitamos de custodia ni zonas de exclusión. Estamos tendiendo nuestros propios sueños sobre territorio enemigo». Es que la poesía es eso: una sábana de anhelos velando terrenos para propiciar la unión con base en el pensamiento. La vemos en todas partes, por calles, boliches, se mimetiza en el refranero, en el pibe que canta en el bondi, en las pintadas. Aunque se diga que «vende poco», sale a la cancha y suena a todo trapo.
La formación del equipo está planteada. Tienen creada la FIFI (Federación Internacional de Fútbol Imaginario). Hay participantes de varias edades y de distintas partes del mundo: Brasil y Chile, especialmente. Muchos visten camisetas de fútbol. Un poeta brasileño, que lleva puesta la de Uruguay del 50, le entrega a Clemente Padín la blanca que usó la selección brasileña del Maracanazo (la maldita, nunca más usada), con el número 8 en la espalda. Porque no es solamente que sean ocho los mundiales que se han organizado, ni que sea en esta octava edición en la que Padín es el homenajeado, sino que además, el 8 es, horizontalmente, el infinito. Leonardo Marona lee en portugués un poema dedicado a Maradona titulado «Barrilete cósmico», como lo apodaba Víctor Hugo Morales en el relato de todos los tiempos. Toca en el escenario Centeiia Fútbol Club. La polisemia llega a cada rincón y lo cotidiano termina por integrar necesariamente las líneas que se leen o el sonido que se toca. Se hablan varios idiomas, se representan distintos países, se tienden lazos geográficos, entra al partido la geopoética. «La poesía permite una forma de diálogo diferente, de pensarnos con otro a través de la palabra hecha cuerpo, sonido, concepto, enigma», dice Regina Ramos (poeta e integrante de la organización del Mundial). En ese cruce, en ese intercambio y enfrentamiento –marca– cuerpo a cuerpo, no hay competencia, no hay premios, no hay guita. Hay nuevamente encuentro: una vuelta a la ronda de poesía; mirarnos los ojos, o tapárnoslos mientras se lee. Juega la palabra, y pierde terreno el universo viral, ese que nos quitaba presencia. Gana, finalmente, el placer.
Aquí radica la importancia de este evento, en falar um poema, como celebración del habla, según dice Pedro Lago (poeta brasileño que ha sido parte de todas las instancias de este proyecto desde sus inicios). Y es esto lo que mayoritariamente todos los involucrados terminan expresando y valorando.
EL FIXTURE
«El Mundial trae el espíritu de los años setenta», dice Clemente Padín, el gran homenajeado. Y recalca: «Hoy día los poetas cuentan historias, cuando hay que volver al sonido del silencio y lo performático. Barea lo hace, genera la instancia para que se vuelva a la poesía. A esa poesía». Para volver a esa poesía de la que habla Padín, es perentoria la sede de la realidad. Fueron cuatro las fechas y cuatro los espacios base para el acontecimiento.
El primer día (21 de setiembre) la Sala Lazaroff, en el Intercambiador Belloni, tuvo poetas y música en el escenario. Las presentaciones giraron en torno a la idea del espacio habitado por la poesía, los vínculos y la «empresa poética». A través de la enunciación y el recitado, se cuestionó el lugar de la creación, el papel que juegan los sentimientos en los textos, el terreno que ocupa la poesía –ese «pedazo de tierra ganado en silencio», como enuncia Manuel Barrios, el primer participante en tomar el micrófono–. Andrés Oliveira y Florencia Parentelli leyeron poemas que versaban sobre la casa, sobre la familia, sobre la identidad personal y lírica. La metaficción poblaba el aire. Por su parte, Elizabeth Neira (poeta chilena) comenzó su exposición diciendo que «la poesía era el peor negocio de su vida». La problemática editorial y el consumo artístico no quedaron fuera del juego. La función terminó con la proyección del documental Zurita & Los Asistentes. Una historia de rock y poesía. Con el debut de Jael Valdivia (Chile) como director, esta pieza recorre el trayecto de los cinco años del desafío del poeta Raúl Zurita (Chile) de formar parte de la banda de rock experimental González y Los Asistentes.
El cuestionamiento sobre el arte y su hábitat enriquece la disputa vital que pulsa en la asamblea.
La segunda instancia (22 de setiembre) tuvo dos sedes. Por un lado, la sala Idea Vilariño, ubicada en el Teatro Solís y gestionada por el Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo. El auditorio no era multitudinario, «la poesía es endogámica en este país», como dice la poeta y editora Lucía Delbene. El piano de Carmen Pi recibía a quienes ingresaban al salón. Allí tuvo lugar el homenaje a Clemente Padín, su participación performática, la lectura e interpelación poética por su parte. El micrófono tuvo varias voces. Entre ellas, Lucía Delbene leyó fragmentos de Interregno y llevó al extremo la musicalidad a través de los recursos de repetición, particularmente en aliteraciones que resonaban. Mariella Nigro recitó poemas que, entre otros asuntos, versaban sobre la poesía. Ana María Bonjour (Brasil) leyó poesía erótica en portugués. William Johnston deleitó con su creación en comunicación con la representación plástica de Hopper, Monet, Kahlo. Pedro Rocha sostuvo que «la poesía es la tecnología del lenguaje», llamando así al espíritu del evento: la poesía como aquello que corporiza la palabra en el sonido. El recitado cerró con Gustavo Wojciechowski (Maca), su poesía social y un aplauso generalizado. Hubo lectura, hubo performance, hubo también música a cargo de los poetas brasileños.
Luego de eso, la convocatoria se movió para Capicúa Destilería, ya en un ambiente de bar más distendido y con otro formato.
La tercera fecha (24 de setiembre) fue la Fiesta Mundialista en El Peregrino del Mercado del Puerto, con Nico Ciganda como DJ.
La cuarta y última instancia (25 de setiembre), nuevamente en la sala Lazaroff, tuvo más participaciones musicales. Entre otros, la performance de «Candil: Lorca sonoro», con Luis Bravo y Sabrina Lastman, y la actuación de Los Palos y MBM/Tormenta y Dron!, un proyecto que evoca el sturm und drang del prerromanticismo alemán, generado por Barea Mattos durante el declive de la pandemia: un conjunto de canciones creadas por el escritor, acompañadas por la música de Gonzalo Gravina al piano, Nati Alonso en el bajo y Pelao Meneses en batería.
EL RESUMEN
La perfomance poética en toda su extensión desnuda la palabra y, al mismo tiempo, le da forma, otra forma. El Mundial Poético ha logrado trenzar países en un diálogo musical que se expande en vivo, desdibuja las fronteras del mapa político y deja sus huellas en el diferido heredado por la pandemia. De ella no solo quedó la posibilidad de asistir virtualmente a los eventos, cosa que también logró este acontecimiento (pueden visitar @mundialpoetico en Instagram y @mundialpoeticodemontevideo en Facebook), sino que además implantó de manera más profunda esa necesidad del contacto real, del vivo.
Así, este Mundial, en palabras de Fernando Foglino, uno de sus organizadores, «ha logrado encontrar forma a pesar de los obstáculos del camino. La cantidad de escenarios afectados y víctimas del Mundial Poético ya son difíciles de contabilizar. Para los que no les simpatice la poesía, se trata de una verdadera catástrofe». El género lírico puede estar resguardado entre pocos, pero la geopoética viene goleando al adversario, lucha y algo de ruido hace.