Son las ocho y media de la mañana en Aceguá y el único lugar abierto para desayunar es una panadería: un comercio pequeño del lado uruguayo, donde se detienen camionetas y autos con chapas brasileñas y uruguayas. «Bolachas» («galletas» en portugués), le pide un hombre de bombacha y camiseta azul al dueño. Ingresa al local con el paso apurado, mientras se saca la boina y saluda a dos clientes que bromean, acodados sobre una estantería repleta de yerbas Canarias, frascos de dulce de leche Conaprole y cajas de alfajores Punta Ballena. «Oito reais», le dice el dueño.
Hace unos minutos, una empleada del local salió de la cocina para reponer en una vitrina una bandeja con bizcochos calientes de queso, jamón y dulce de membrillo. «Ahí tenés el tarro con azúcar, por si querés echarle», le dice a u...
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