El martes 13 al mediodía Diego1 fue a recoger piñas y restos de madera para alimentar el fuego de la estufa. Debajo de un pino empezó a ver, de a uno, restos óseos desperdigados por el pasto y la tierra, junto a un morral con ropa. Cayó en la cuenta de que eran humanos y corrió a llamar a su compañero de vivienda. Inmediatamente telefoneó a la Policía, que a los pocos minutos se hizo presente. La noticia se supo el fin de semana, pero como a nadie se le ocurrió pisar el lugar, corrió como pólvora la información falsa de que el hallazgo había sido dentro del Parque Municipal de Punta Espinillo y que los huesos se habían encontrado dentro de una bolsa. Las especulaciones fueron inmediatas.
—Yo me mudé para acá en marzo de 2014 –cuenta Diego–. Ya hicieron un rastrillaje por esta zona. Estuvo la Policía y los bomberos, con equipos, protegiéndose de los bichos. Creo que incluso llegaron a matar unas cruceras. También parece que hay tarántulas. Todo esto se lo conté a la jueza y al oficial a cargo, Francisco Guillama. La jueza me preguntó si tenía relación con el Nuevo Partido Comunista. Ni siquiera sabía que existían. Sólo me encontré con esto y supuse que tenía que ver con el pibe porque conocía por arriba la historia.
Andrés Pereira hoy tendría 20 años. Hasta hace una semana engrosaba la lista de los que la nomenclatura institucional ha dado en llamar los “ausentes” (librando quién sabe qué batalla simbólica contra el concepto de “de-
saparecidos”). Como tantos otros, su rostro brilló en las pantallas y cubrió los muros de la ciudad junto a un número de teléfono que pedía saber adónde había ido a parar después de tomar aquel ómnibus a Punta Espinillo el viernes 16 de febrero de 2014 en dirección a un campamento del Nuevo Partido Comunista (Npc), un grupo político que pugna sin éxito por ingresar a la orgánica del Frente Amplio (FA).
Durante estos años de ausencia, su hermana Camila, con quien compartía el cuarto, formó una familia y se fue de la casa. La cama de Andrés mutó en algo parecido a un sillón, y lo que quedó de su ropa reposa bajo custodia íntima de los padres en una caja que nadie abre. Adriana y Eduardo –así se llaman– criaron a sus hijos en Cerro Norte, hasta que Andrés desapareció. Se mudaron entonces a una modesta casa de dos ambientes en la calle Río de Janeiro, a unas cuadras de la terminal del Cerro. Eso los ayudó, según dicen, “a desprenderse de cosas”. De lo que nunca se desprendieron fue de la búsqueda. Recorrieron mil veces los estudios de televisión, hicieron pegatinas, marchas, consultaron videntes, imprimieron remeras, folletos, carteles. Y más. Según cuentan, también tuvieron que ir en persona detrás de cada pista.
PERIPLO. El ómnibus llegó lleno de jóvenes y bien cargado. Adriana estaba de licencia y eso le permitía ir con su hijo a la parada. El lunes lo acompañaría a que se tatuara un dibujo que había elegido, después de prometer salvar con buena nota un curso de galletería al que asistía en la Utu. Quería además empezar a hacer gastronomía, de eso hablaban en el camino. Cuando el ómnibus llegó, cargaron los bultos y se despidieron. Se fueron el viernes y regresarían el domingo.
Adriana es militante del sindicato de funcionarios del Casmu. Andrés y su hermana fueron convocados a participar del campamento del Npc –según sus padres– por Walter Bianchi, otro militante del gremio. Los dos hermanos habían estado anteriormente en movidas similares en el marco de las actividades del sindicato, pero no tenían vínculos con el Npc. Camila esa vez no quiso ir, porque preparaba el cumpleaños de su ahijado. Andrés, en cambio, estaba entusiasmado. Se fue sin celular. Según los padres, porque ya había roto varios aparatos. “Nos vemos el domingo”, dijo, y pidió que no se preocuparan.
—El sábado yo me comuniqué con Walter –relata la madre–. Me dijo que estaba todo bien, que estaban organizando un partido de fútbol. Y después nos comunicamos el domingo de tarde. Llamábamos para preguntar a qué hora llegaba y dónde lo íbamos a buscar. Y me dijo que estaba todo bien pero que Andrés no iba a volver con la gente del campamento porque había tenido un problema. Le preguntamos qué había pasado, que lo íbamos a buscar. “No, no, él sabe ir. Quedate tranquila”, me dijo. No nos explicó nada.
“Ellos nunca nos llamaron. La comunicación fue de parte nuestra”, insisten los padres. Sin saber a ciencia cierta qué había sucedido, recordaron que su hijo había llevado dinero y no desesperaron. Pero esa noche no llegó. Al día siguiente la familia recorrió las casas de los amigos del barrio, y al no tener resultados, en la tarde fueron a la comisaría. Allí les dijeron que debían pasar 48 horas luego de constatada la ausencia para hacer efectiva la denuncia. La búsqueda comenzó, naturalmente, y sólo el jueves 20 pudieron comunicarlo a la Policía.
—A los días voy a averiguar por la denuncia y no sabían nada –recuerda Adriana–. Ni siquiera sabían de la denuncia que hicimos ahí. No aparecía. Y la explicación era que quizás no estaba porque no correspondía a esa seccional. Correspondía a la 20, que es la de Santiago Vázquez.
—No nos dijeron nada: era cuestión de tomarnos el ómnibus e ir hasta allá –suma Eduardo–. Pero en la 20 tampoco estaba la denuncia. Después de que la hicimos, nos preguntaron si la habíamos hecho en Prefectura. No teníamos ni idea. Porque como está en la zona de la costa también pertenece a Prefectura. Decíamos: ¿no hay nadie que, cuando llegamos con el problema, nos ayude a resolverlo? Allá arrancamos para Prefectura. Iban corriendo los días. Ya había pasado como una semana. La seccional 20 en Santiago Vázquez está a tres cuadras de las oficinas de Prefectura. La comunicación entre esas tres cuadras en algunos casos la hacíamos nosotros. Increíble, pero fue como se dio. En Prefectura fue donde nos atendieron mejor, si es que así se puede decir. Después empezó todo un periplo.
ANDURRIALES. “En todo este tiempo tuvimos versiones de película”, narra el padre de Andrés, con la mirada algo triste y retraída. Adriana asiente y extravía la suya, allá en el patio donde llora el perro. Fuman. “Distinto de lo que hacía la Policía, nosotros seguimos averiguando. Y obviamente cuando tu número telefónico está pegado en cualquier columna, recibís mensajes y llamadas del tipo que se te ocurra”, agrega el padre.
En julio de 2014 llamaron desde Rivera. Lo hizo alguien que se presentó como funcionario del
Inau. Comentó que en la oficina de aquel departamento había un afiche con el rostro de Andrés. Un cuidacoches había manifestado haber visto a Andrés en la zona. A través de algunos sindicatos, la familia había logrado que la difusión trascendiera el departamento de Montevideo. “Corto y me voy al Departamento de Personas Ausentes –narra Eduardo–. Explico todo. Confirmamos que era verdad lo que nos había dicho, a través de compañeros del sindicato, y que era una persona de confianza.” El Sindicato Único del Transporte tenía en ese momento un conflicto a la entrada de Rivera. Dos de los dirigentes de Montevideo viajaban para allá en un auto alquilado. Eduardo fue avisado, y a las horas ponía rumbo al norte. Al tiempo que lo hacía, telefoneaba a la Policía informando de sus pasos.
—Estuve tres días en Rivera. Conté hasta los árboles. Salvo esta persona que dijo que lo vio, no encontré nada más. Hablé con el que decía haberlo visto. Nos cruzamos con uno que hacía el informativo y ese mismo día salió en la tele. Estuve en las comisarías, con gente de la Intendencia que trabaja en la calle. Nada. Lo interesante es que volví a Montevideo y el Departamento de Personas Ausentes jamás se comunicó con la Policía de allá. ¡Vo, levantá el teléfono y llamá! Igual, por otro lado me quedo tranquilo de que no dejé nada sin corroborar. La mayoría de las cosas la Policía ni siquiera las corroboró.
—Otra vez una persona llamó y nos dijo que lo vio arriba de un ómnibus –recuerda ahora Adriana–. Ese día había sido matador, porque habíamos tenido que hacer una excursión: nos citaron de Prefectura, de Santiago Vázquez, fuimos. Allá nos suben a una camioneta y nos traen al puerto de Montevideo. Nos hubieran avisado y ni siquiera hubiéramos tenido que atravesar la ciudad. En el puerto nos demoraron y después nos llevaron a la Técnica, en San Martín; que era a diez minutos de ómnibus desde casa, pero nos habíamos levantado a las 6 de la mañana para estar a las 8 en Santiago Vázquez. Ahí nos hicieron un estudio de Adn, porque habían encontrado un cuerpo. Volvimos, y cuando llegamos nos llaman de Afcasmu diciendo que había una compañera que estaba en un ataque de nervios diciendo había visto a Andrés en un ómnibus. Conseguimos la cámara del ómnibus y no era él; después de un tiempo, porque había que hacer mil trámites para conseguir la habilitación judicial.
“Tuvimos un apoyo importante”, afirman los padres, aludiendo al papel que jugó el sindicato de funcionarios del Casmu en la búsqueda de Andrés. “Ahora: ¿toda la gente que no tiene esos medios?… Nosotros sabemos que tenemos que imprimir un afiche o un folleto y sé que tenemos al sindicato. Por nuestra cuenta, y al integrar sindicatos, tenemos la posibilidad de llegar a más lugares. Creo que no dejamos ninguna pista por el camino. La Policía sí. Y ellos tienen muchas más herramientas que nosotros. Si me preguntás qué pienso: el 80 por ciento de la investigación se basó en datos e información que nosotros le suministramos y conseguimos.”
—Los que mejor encararon y más receptividad tuvieron fueron los de Prefectura. Y hubo matices en todo el proceso. Hubo investigadores de la Seccional 20, de la 19. Nosotros tuvimos que esperar del 17 de febrero al 5 de marzo para hacer el primer rastrillaje en la zona donde desapareció mi hijo. Y lo organizamos con amigos y familiares. Fue también gente de Prefectura y dos policías con un perro; que nos costó un huevo y la mitad del otro que estuvieran. A la entrevista con Bonomi llegamos a través de la Fus y del Pit-Cnt. Nosotros salíamos de madrugada, recorríamos todo, nos metíamos en cualquier andurrial. Éste se metió en todas las bocas que podía encontrar. Somos laburantes, vivimos en la zona roja del Cerro, y ellos dirán: “Y bueno, capaz que era un guacho que era un drogadicto…”.
ALGUIEN VA A HABLAR. “Vimos cómo venía de la playa. Después hubo una corrida y al guacho le pegaron entre varios, ahí cerca de los baños.” Brecha recogió este relato de uno de los testigos de lo sucedido aquel fin de semana. Junto a dos trabajadores del Parque Municipal (uno ya fallecido), son al menos tres testimonios los que ya se presentaron ante la justicia, asegurando que Andrés sufrió una golpiza. (En una declaración pública de 2014 los miembros del partido lo habían acusado de haber sustraído dinero de una de las carpas y desacreditaron a sus padres.) Qué pasó después, es la incógnita determinante. Una celosa custodia del expediente por parte de la jueza penal María Noel Odriozola –que también cerró filas en cuanto a la actuación judicial– y una cierta aversión de muchos testigos a los periodistas impide acercarse lo suficiente al asunto.
Odriozola tiene a su cargo el caso desde octubre de 2014. Sabe de tres rastrillajes que se hicieron en la zona de Punta Espinillo, en uno de los cuales estuvo presente. Dijo a Brecha que el miércoles pidió la pericia del médico y del antropólogo forense para obtener más detalles acerca del contexto de la muerte de Andrés. Confirmó que hay testigos que vieron al joven salir caminando del terreno del parque, y tres testigos (uno menor de edad) manifestaron haberlo visto en los días sucesivos. También manifestó que se comenzará a llamar a declarar a los indagados. Consultada sobre si la responsabilidad que recae sobre el Npc por faltar al cuidado del menor puede configurar algún delito penal, dijo que “se está trabajando en eso”. La hasta ahora fiscal del caso, Cristina González (que abandonó la causa por jubilación), rehusó hacer declaraciones a este semanario. La sucederá esta semana la fiscal Stella Llorente, que la semana que viene tendrá licencia y será subrogada por unos días por Enrique Rodríguez, antes de que comience la feria judicial menor (del 1 al 15 de julio).
Desde su estudio en la Ciudad Vieja, el abogado de la familia de Andrés, Juan Fagúndez, especula acerca de las derivas del caso, porque todavía no ha ido a estudiar el expediente a pesar de contar con la autorización para hacerlo. El único acercamiento a la escena lo hace una y otra vez a través de la pantalla de una computadora, auxiliado por un programa de mapeo satelital. El miércoles de esta semana se reunió con los padres. Aguardarán las pericias técnicas y el inicio de las indagaciones. “Ahora o después, alguno va a hablar. Había mucha gente”, dice, y manifiesta estar a la espera de las declaraciones de los implicados. Y agrega:
—Un adulto lleva, bajo su responsabilidad, a un menor a un campamento, del que no vuelve más. Se sabe que lo cagaron a trompadas y ahora se sabe que está muerto a 300 metros. Yo lo que haría ahora es procesarlos a todos por la omisión de cuidado del menor. Y porque apareció muerto. E iniciaría los careos y las indagatorias en función de meterlos para adentro por homicidio o descartarlos. Primero la esposa de uno de los del partido le dijo a la madre que él ya iba para la casa; plantaron la historia de que estaba en bocas de drogas, y además uno declara que esto tiene “olor a ejecución”. O sea, para cerrar su historia aluden a la moda de nuestro Ministerio del Interior de izquierda: el ajuste de cuentas. ¿O sea que después de andar pululando por las bocas cae muerto a trescientos metros del campamento? ¡Qué puntería que tienen los narcotraficantes, para matarlo a trescientos metros de donde lo cagaron a patadas! Nunca admitieron que le habían pegado ni fueron a pedirle disculpas. ¿Sabés cómo se llama eso?: cola de paja.
- Nombre ficticio.
Nuevos comunistas
El Nuevo Partido Comunista (Npc) es un grupo conformado a partir de una escisión de la Unión de Juventudes Comunistas (Ujc), que en 2003 se separó políticamente del Partido Comunista del Uruguay (Pcu) y fundó el Frente Artiguista Democrático Avanzado (Fada). Desde entonces bregan sin éxito por ser aceptados formalmente en la orgánica del Frente Amplio (FA). A pesar de ello, militan como si pertenecieran al FA: llaman a votar el lema y en las últimas elecciones internas (2016) manifestaron su apoyo al candidato Javier Miranda. Anualmente realizan campamentos juveniles. Desde 2015, tras la desaparición de Andrés, lo hacen en el departamento de Florida, debido a desavenencias con los administradores del Parque Municipal de Punta Espinillo.
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Con Marcelo Sánchez, secretario general del NPC
De golpe, el hallazgo de los restos en Punta Espinillo empujó al Nuevo Partido Comunista a una nueva zona de exposición, en la que ya no es una opción válida seguir cultivando el reñido voto de silencio que durante estos tres años marcaron la postura de la organización ante la opinión pública. Que la familia fue la que cortó la comunicación, que Andrés fue “ejecutado” luego de haberse “fugado” de la casa, y que la violencia contra el joven durante la actividad fue un hecho menor, son algunas de las respuestas recurrentes de Marcelo Sánchez, secretario general del partido. El dirigente pone su fe en los testimonios que afirman haberlo visto con vida en los meses sucesivos al campamento, y reclama responsabilidades compartidas ante la muerte del joven:
—Por años nos resistimos a hablar de Andrés. Hoy vamos a hablar de los hechos. Porque estamos frente a un asesinato que tiene visos de ejecución. Nosotros partimos de la hipótesis de que Andrés estaba fugado, cuando se decía que estaba desaparecido. Es obvio que ante las instituciones, sí. Para nosotros no. Estaba circulando por Montevideo.
—¿Qué quiere decir que estaba “fugado”?
—Fugado de la casa. No había vuelto a su hogar. Al que se tenía por su hogar…
—Ustedes en una declaración de 2014 acusaron a los padres de falta de contención y al joven de ser presa del narcotráfico. ¿En qué se basaron para afirmar esto públicamente?
—Hicimos en su momento nuestra recorrida. Y es la información que aportamos, está en el expediente. Nosotros no somos la Policía. Declaramos la información que teníamos y nuestro punto de vista.
—Su punto de vista es que Andrés tenía contacto con bocas de drogas en el Cerro…
—Sí. Tenía problemas… es muy difícil. Me niego a hablar de eso. Me niego a hablar de él porque es un joven como miles más. Estamos frente a un asesinato. Está lo de Micaela, la situación del auto quemado, la tortura y el asesinato de jóvenes en la Cachimba…
—¿Pensás que el caso de Andrés tiene características similares?
—Nosotros pensamos que está habiendo ejecuciones de gurises. No lo puedo relacionar. No tengo pruebas. Sí sabíamos –y de eso no nos retractamos– que Andrés estaba con vida, por lo menos hasta el 8 de agosto de 2014.Y los testimonios están en la justicia. Hay un escenario de crimen. Con una bolsa que se deposita en Punta Espinillo. Tiene todos los visos de una operación comando. Fueron y dejaron los restos de Andrés ahí para incriminar con un mensaje de terror. Va en el mismo sentido que los hallazgos de cuerpos de jóvenes calcinados que se han encontrado recientemente.
—¿Siguen sosteniendo las afirmaciones, que hicieron públicas en una declaración en 2014, respecto a Andrés y su familia?
—Seguimos afirmando lo que dijimos en 2014, desde la primera a la última palabra.
—Los términos en los cuales se refieren a la familia son bastante duros.
—(Duda.) ¿Es la verdad o es mentira? Para nosotros las cosas son en esos términos. No sé si es fuerte o suave. Lo que pusimos ahí fue a los efectos de seguir el rastro y dar con Andrés. Yo fui a recorrer los palomares de Cerro Norte. Cuando a los 16 años militaba ahí, en la juventud comunista. Después que vimos a la madre nosotros fuimos con la foto de Andrés, esquina por esquina.
—La familia manifiesta haberse sentido atacada por ustedes en las reuniones que tuvieron, luego del campamento.
—No es así. Lo puede haber interpretado así. Como cuando dijeron que nosotros habíamos dicho que no queríamos que el tema saliera a la prensa. Lo que dijimos era que había que tratar el tema con cautela, para acercarnos a Andrés. Y que si él andaba circulando había que crear las mejores condiciones para su regreso. Lo que dijimos es que la mediatización del tema, el que se hablara de él en los términos que se habló, no iba ayudar para nada al reencuentro. Para nosotros la exposición mediática no ayudaba. La declaración que hicimos fue obligada por las circunstancias en que las cosas se estaban haciendo públicas.
EL EXPEDIENTE
—La madre de Andrés afirma que ella fue la que tuvo que llamar al campamento para saber de su situación.
—No. Desde ese mismo domingo constan llamadas telefónicas de Walter Bianchi a ella informándole de lo sucedido en el campamento. Está en el expediente.
—¿Y ustedes pudieron ver el expediente?
—No. No accedimos al expediente. Fuimos desde el principio a la Seccional 23 y a la 19, al Departamento de Personas Ausentes, y en su momento le pedimos una reunión al Ministerio del Interior; nos reunimos con Jorge Vázquez y con Julio Guarteche, para ponerlos al tanto de toda la situación. Y fueron varios compañeros a declarar al juzgado, tratando de aportar todos los elementos para encontrar al pibe con vida. Nos tomamos el trabajo de recorrer, de saber, de informarnos. El lunes de noche hay un avistamiento de él en el barrio, hay un testigo. Hay otro testimonio del miércoles de esa misma semana. Y hay dos testimonios más de agosto de ese mismo año que lo vieron en la plaza de Tres Cruces. Todos certificados ante la justicia, uno de ellos es adolescente y fue con la madre a declarar.
GOLPIZA
—¿Qué cantidad de personas aproximadamente había en el camping aquel fin de semana?
—En el campamento en sí capaz que había ochenta personas. En toda Punta Espinillo había cientos de personas más.
—Hay testimonios que manifiestan que a Andrés lo abordaron entre varias personas y lo golpearon, incluso estando él de espaldas.
—No. De eso no tengo conocimiento. Sí hubo un forcejeo. Y eso está declarado. Hay que ir al expediente que está en la justicia. Se han dicho un montón de cosas.
—¿Cómo fue ese forcejeo? Los padres afirman haber tenido acceso a un testimonio según el cual la descripción de una de las personas que golpearon a Andrés coincide contigo…
—Eso es una mentira. Es una infamia. Está el tema en la justicia; vamos a careo con esa persona. Es una calumnia. Que muestre las pruebas. En varios programas de televisión realizados durante todos estos años, algunos en forma inmediata a los sucesos del campamento, también a nosotros se nos acusó de asesinos. Y no es un tema de lavarse las manos, es un tema de asumir las responsabilidades, que caben para todo el mundo. Porque si es verdad que el 8 de agosto Andrés estaba con vida son muchos los responsables.
—¿Y ustedes cuánta cuota de responsabilidad asumen?
—Nosotros la asumimos siempre. En los años siguientes seguimos haciendo campamentos. Cada vez que hacés un campamento con 200 o 300 jóvenes estás expuesto a diversos riesgos, de todo tipo.
—Hasta ahora no se ha probado que Andrés haya salido del campamento, por ende estaba bajo su responsabilidad, la de los adultos que lo llevaron.
—Bueno, sí. Corresponde a la justicia determinar si salió o no. Para nosotros no estaba en Punta Espinillo. Habría que probar que los testimonios de que lo vieron después son falsos.
—También hay testimonios que dicen que sufrió una golpiza.
—Bueno, hay que ver qué dicen unos y otros. Estamos hablando del Estado también: de la gente del camping, los municipales, la Policía, la guardia médica. El Estado estuvo en contacto con él.
—¿Andrés se fue del campamento el domingo?
—(Duda.) En la declaración dice… Él estaba en la zona de picnic y se fue por sus propios medios.
—¿Alguien lo vio irse del campamento?
—(Duda.) No tengo constancia de eso. Me consta que él tuvo trato con los municipales y trato con la Policía femenina del lugar.
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