A algunos los obsede la búsqueda de lo único, pero las más de las veces el tatuaje supone implicarse en una cierta trama de códigos compartidos, es decir, la asunción de una pertenencia. En la entrega pasada de esta Papelera, una nota acercaba la historia del capitán de la Policía Militar del estado de Bahía (Brasil), un “Lombroso del tatuaje” que se ha consagrado al estudio de los motivos de los reclusos en términos de cifras, que aportarían datos sobre la clase de delito o las ramas de la delincuencia que éstos estarían delatando en su piel. En un muy distinto extremo de la pertenencia y el prestigio se juega desde hace un tiempo una moda entre científicos o aspirantes a serlo, obsedidos por encriptar en su piel sus objetos de estudio en términos de fórmulas, máximas o dibujos alusivos a los asuntos que ocupan sus tesis. Así lo constató Carlos Zimmer, renombrado columnista científico del New York Times que, al comprobar que un neurocientífico tenía un tatuaje del Adn que deletreaba las iniciales de su esposa en código genético, se sintió tentado a abrir un espacio en su blog para recibir imágenes de científicos “científicamente” tatuados. The Loom, el famoso blog de Zimmer, quedó rápidamente inundado de fotos, y fue entonces que decidió recoger y elaborar el material en libro. Science Ink. Tatoos of the Science Obsessed incluyó los diseños más sorprendentes y mejor logrados, y los agrupó en seis amplias categorías: matemática, química, neurociencia, biología evolucionista, astronomía y Adn.
En el cuerpo de Lauren Caldwell, por ejemplo, el tatuaje toma como modelo el primer astrario construido por Giovanni de Dondi en 1364. Gabriel Pato, por su parte, eligió imprimir en su piel una red neuronal, y Cory Ptak, que obtuvo su grado académico en la Universidad de Cornell, se inclinó por el dibujo de la estructura del ácido fúlvico. Hay una buena cantidad de tatuajes con la ecuación Schrödinger. También porfía la estructura del Adn o el circuito más básico de cualquier ordenador. El átomo de uranio con sus 92 electrones, los axiomas de Zermelo-Fraenkel en teoría de conjuntos, o el glucolípido-A, componente central de la membrana celular.
Alardes de conocimiento servidos en la piel, asuntos prestigiantes, sin duda. Pero también motivos bastante más poderosos que los demonios de Tasmania y –en no pocas ocasiones– diseños de gran belleza. La que porfiadamente nos niegan a diario los nombres propios, los tréboles de cuatro hojas y los buenos de los delfines.