Cero clima electoral. Empate técnico con leves chances del presidente Juan Manuel Santos de resultar reelecto. Ese podría ser el resumen telegráfico de una de las campañas más apretadas en la historia reciente de Colombia.
Ni siquiera el posible retorno del delfín de Álvaro Uribe, Iván Zuluaga, ha conseguido despertar el interés de una población acostumbrada durante décadas a mirar hacia otro lado cuando llegan las campañas electorales.
Algunas empresas de opinión pública, como Gallup, vaticinan que el 55 por ciento concurrirá a las urnas. Difícil, toda vez que en la primera vuelta apenas el 35 por ciento depositó su sufragio. Lo más probable es que el porcentaje de votantes no se mueva de esa cifra y que se registre una buena porción de votos en blanco, en esa franja del electorado que no ve con bueno ojos a Uribe ni a su ex ministro de Defensa, el presidente Santos.
El domingo terminó la campaña electoral. El lunes 9 por la noche los candidatos se enzarzaron, en el último debate televisado, en un debate ríspido, virulento, sobre las negociaciones de paz. La estrategia de Zuluaga es presentar a Santos como un traidor que fue elegido por el uribismo hace más de una década y ahora da la espalda a su entonces mentor.
Los candidatos sólo coincidieron, durante la campaña, en disputar el favor del campesinado, el nuevo actor social que puso contra las cuerdas al gobierno hace un año con un enorme paro agrario. Zuluaga, del Centro Democrático, cerró su campaña en Boyacá, anunciando la firma de un acuerdo con las Dignidades Agropecuarias, que fueron unas de las principales fuerzas impulsoras del paro. Defendió la reactivación del sector que “más desigualdad y pobreza padece”.
Santos también estuvo en Boyacá en el lugar que fue el epicentro de las movilizaciones campesinas. Se disculpó, vestido de poncho, porque un año atrás negó que hubiera existido un paro campesino, algo que irritó a buena parte del país. Lo que ninguno de los dos candidatos se atrevió a pronunciar fue la sigla tlc, que es en realidad la causa de fondo de la profunda crisis que atraviesa el sector agrario y, de modo muy particular, del que produce alimentos para las grandes ciudades.
El Polo Democrático y la Unión Patriótica coincidieron en sugerir el voto para Santos. Las izquierdas temen un retorno de Uribe, quien ya tiene una fuerte bancada parlamentaria, y que se concretaría mediante el no imposible triunfo de Zuluaga. Clara López, candidata presidencial del Polo que no pudo pasar a la segunda vuelta, señaló que hay dos profundas coincidencias con Santos: “La solución negociada al conflicto de paz y la política de buenas relaciones con los países vecinos”.
LA PAZ NO ESTÁ EN LA HABANA. Sin embargo, una parte quizá mayoritaria de los electores no siente que el proceso de paz vaya a cambiar sus vidas. No es indiferencia sino algo más profundo. La guerra no afecta desde hace muchas décadas a la población urbana, en particular a las crecientes clases medias, consumistas, individualistas, que sienten odio hacia la guerrilla y la culpan de todos los males que sufre el país.
En segundo lugar, el estilo de Uribe empata con una cultura de la violencia muy extendida en el país luego de seis décadas de conflictos armados que han llevado a Colombia a convertirse en el país con mayor cantidad de desplazados internos en el mundo. Los modos virulentos de Zuluaga, quien sigue las huellas de Uribe, no sólo no son rechazados sino que sintonizan con la cultura machista, guerrera y patotera de ese sector de la población que ama los uniformes y los himnos de guerra.
De poco le ha valido a la izquierda denunciar las alianzas de Uribe con los paramilitares y el narcotráfico, ya que no son problemas que los colombianos sientan que afectan sus vidas.
La última carta de Santos para inclinar en su favor el equilibro que prevén las encuestas fue anunciar que las víctimas de la guerra participarán directamente en la mesa de negociaciones de La Habana, mientras las FARC se comprometen a reconocer sus crímenes. Zuluaga aprovechó el anuncio para señalar que las FARC están haciendo campaña por Santos, mientras Uribe disparó que el presidente es “mentiroso y mal ser humano”.
El último comunicado de la guerrilla recuerda que hacia el final de su mandato Uribe intentó un acercamiento para iniciar “conversaciones de paz con nosotros”. De algún modo la guerrilla abre el paraguas ante la posible derrota de Santos, para evitar que naufrague el proceso de paz. “Podríamos afirmar que ninguno está hablando abiertamente de guerra total, sometimientos o rendiciones”, señala el comunicado.
El lunes 16 Colombia amanecerá con nuevo presidente. Gane quien gane, la paz no es la prioridad de los colombianos, más preocupados por la seguridad ciudadana y por el desempleo y los salarios. De algún modo, la guerra se ha instalado como telón de fondo, un ruido lejano y ajeno, muertes que suceden allá lejos, casi invisibles, sólo visibilizadas por medios afines al poder.
El ELN también
El martes 10 el gobierno de Colombia anunció el comienzo de un proceso de negociación con la segunda guerrilla del país, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que se sumará al ya iniciado en Cuba con las FARC. Todavía no se sabe dónde tendrá lugar. Ecuador, por vía de su presidente, Rafael Correa, se ofreció para ser sede, y de hecho ya hubo reuniones en Quito meses atrás. También Uruguay se ofreció en su momento. Los puntos de las negociaciones serán similares a los discutidos en La Habana, incluidos la reparación a las víctimas del conflicto y la incorporación de los guerrilleros a la vida política. A fines del año pasado el líder del ELN Nicolás Rodríguez, alias “Gabino”, había dicho que su grupo estaba afín a iniciar un proceso de paz como el conducido con las FARC, pero que era muy difícil hacerlo con un gobierno “reaccionario y neoliberal” como el de Juan Manuel Santos.
La oposición de derecha calificó de oportunista a Santos por anunciar el inicio de las negociaciones justo antes de la segunda vuelta de las elecciones. La de izquierda lo apoyó.
Según cifras del Ministerio del Interior, las FARC tienen unos 9 mil integrantes, y el ELN unos 2.500.