Esto no es una crisis habitual y la tarea del momento no es reactivar la economía. Es justo lo contrario: se trata de ponerla a hibernar a través del aislamiento y el distanciamiento social. Mientras dure la emergencia, los Estados deben asegurar las necesidades básicas de todos los ciudadanos y garantizar la solvencia de las empresas.
Primero, debemos tener muy claro que lo que estamos viendo no es una recesión. No es una crisis financiera. Esta pandemia de coronavirus es una profunda dislocación de los componentes esenciales de la vida económica y social en sí misma. Si no la abordamos en esos términos –es decir, si intentamos tratar esto como algo que se puede gestionar en un entorno económico convencional–, enfrentaremos cientos de miles de muertes, tal como nos muestran las proyecciones del gobierno británico.1 Para evitar este terrible resultado, la vida económica y social normal debe cambiar profundamente.
En la práctica, esto significa que cualquier respuesta fiscal (o monetaria) es inadecuada. Es cierto que los gobiernos deben gastar, y gastar como lo recomendó John Maynard Keynes durante la Segunda Guerra Mundial: sin límites y para completar una tarea. Pero la tarea actual no es administrar la economía en el sentido habitual. No se trata de establecer una economía de guerra –algo que requiere la movilización total de los recursos nacionales–, sino, de hecho, de todo lo contrario. La tarea actual es desmovilizar gran parte de la economía a través del aislamiento y el llamado distanciamiento social hasta que la epidemia haya alcanzado su pico máximo y la crisis inmediata haya pasado: poner a la sociedad a hibernar. Es el momento de una anti-economía de guerra.
SEGURIDAD PARA LOS TRABAJADORES. Asegurar ese objetivo de salud pública requiere poner dinero en los bolsillos de la gente, para que esta pueda distanciarse socialmente y autoaislarse con seguridad, sin tener que trabajar innecesariamente. Cómo hacerlo es menos importante que hacerlo: para una economía con un gran número de trabajos inestables, temporales y de medio tiempo, tendría sentido instrumentar algo similar a un sistema de pagos básicos universales para todos.2 Además, las principales cargas sobre las finanzas del hogar deben suspenderse por un tiempo: hipotecas, alquileres, tarifas públicas, pagos de deuda y de conexión a Internet (esta última es, como ahora debería estar claro para todos, un servicio esencial). Esto debe hacerse de manera justa: la contención de la pandemia sólo funcionará si es universal, lo que significa que todos deben estar en condiciones de autoaislarse. La salud de todos estará determinada por la salud de los más pobres de nosotros.
La otra cara del problema es garantizar la seguridad empresarial. Hasta ahora muchos gobiernos han sido notablemente más generosos en este punto. Lamentablemente, esta generosidad se ha ofrecido en forma de préstamos. Ofrecer más deuda a empresas que ya enfrentan problemas de flujo de caja no es una buena idea. Se requieren subsidios, no préstamos, para permitir que las empresas permanezcan solventes y mantengan los pagos de sus empleados. Las exenciones fiscales podrían ser útiles, así como una amnistía general de la deuda al final del período de crisis.
Luego de que las medidas esenciales de salud pública estén aseguradas, tenemos que resolver los otros problemas. No se trata de apuntalar la economía, como en el caso de una recesión ordinaria en la que ha caído la demanda (el gasto de personas y empresas). Tampoco se trata de evitar que las instituciones económicas en quiebra arrastren en su caída al resto de la economía, como sucedió en 2008-2009. En aquel entonces, el rescate de los bancos –aunque extremadamente caros y, en última instancia, injustos– mantuvo las cosas en su sitio. En ese tipo de caso, la intervención del gobierno funciona porque, aunque existe una disrupción en los mercados –e incluso en sus principales instituciones, los bancos globales–, esta tiene sus causas en los propios mercados o en las instituciones que los sirven.
Pero si estamos en una situación como la actual, en la que es la oferta de mano de obra lo que se reduce radicalmente y, como resultado, afecta de forma significativa la oferta de bienes –desde piezas de automóviles hasta la comida que comemos–, ya no alcanza con las herramientas estándares de la gestión macroeconómica. No existe ninguna cantidad de dinero que pueda crear productos de la nada. Si la comida es escasa, su precio puede aumentar, pero eso por sí sólo no hace que aparezcan más alimentos.
GARANTIZAR LA DISTRIBUCIÓN. Si esta reducción dramática y repentina de la oferta de trabajo durara sólo unas pocas semanas, sería algo grave pero superable. Los pagos temporales a los trabajadores y los programas de asistencia económica pueden cubrirla. Pero la evaluación de la epidemia por el Imperial College London sugiere para Inglaterra un período de cinco meses de aplicación de medidas estrictas, desde abril hasta setiembre, y la suposición compartida a nivel mundial es que la vida económica normal no se reanudará hasta pasados quizás unos 18 meses, cuando una vacuna esté lista para ser usada masivamente. La disrupción será prolongada y, por ende, las intervenciones deberán ser más profundas. El capitalismo avanzado depende de manera crítica de la producción y la entrega en caliente: las cadenas de suministro son largas, los stocks son pequeños. Eso las hace frágiles.
Por eso, la tarea económica central para el gobierno ahora es asegurar el suministro de electricidad, gas, agua y conexión a Internet. Lo siguiente es distribuir alimentos. Luego, dada la emergencia, brindar atención médica, lo que requiere personal. Luego vienen los suministros médicos, incluidos los ventiladores. Estas cosas pueden y deben planificarse para el tiempo que dure la crisis, junto con los pasos necesarios para garantizarlas. Después de años de políticas de austeridad, podemos tener genuinas preocupaciones sobre las capacidades de los Estados para cumplir estas tareas, pero tenemos pocas opciones por delante. Si nos centramos sólo en lo esencial, podemos reducir la presión sobre los Estados. Todo lo demás será un plus y podemos dejarlo en manos de lo que queda del mercado.
Si el objetivo es reducir la actividad económica en vez de maximizarla, el problema de la planificación económica se vuelve mucho más fácil: sólo lo esencial debe ser garantizado. El gobierno no necesita andar adivinando la demanda de los consumidores ni acrecentar el Pbi: francamente, si ambos se mantienen en niveles bajos, en cierto sentido el programa económico está siendo exitoso. Es seguro que debemos asumir que poco más ocurrirá en estos meses y que lo que suceda deberá ser de gran preocupación para los gobiernos. Como dice el lema del hospital público de Walworth, en Inglaterra: “La salud del pueblo es la ley superior”. Este debería ser ahora nuestro principio económico rector.
* Doctor en Economía por la University of London-Soas y magíster en Historia Económica por la London School of Economics. Exasesor del Partido Laborista, de Reino Unido, y actual director de comunicaciones de la Economic Change Unit.
1. Se refiere al modelo de expansión e impacto del covid-19 diseñado y puesto a consideración del gobierno británico por un equipo del Imperial College London, institución universitaria dedicada a la investigación científica, considerada una de las diez mejores del mundo por diversos rankings internacionales. Los resultados del estudio, que obligaron a Reino Unido y Estados Unidos a cambiar su estrategia moderada frente a la pandemia, fueron publicados el 16 de marzo y pueden consultarse en ‹https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf› (N de E).
2. En ese sentido se inscriben algunas medidas tomadas en los últimos días por los gobiernos europeos y, en menor medida, por el estadounidense. Por ejemplo, el Estado británico pagará, durante al menos tres meses, el 80 por ciento del salario de todos los trabajadores cuyo empleo se haya visto afectado por las medidas tomadas contra la pandemia. “No habrá límites” para los fondos destinados a esa tarea, afirmó el viernes 20 el canciller de la Hacienda de Reino Unido, el conservador Rishi Sunak (N de E).
(Artículo publicado originalmente en Tribune con el título “The Anti-Wartime Economy”. Traducción del inglés de Brecha.)