El príncipe de la selva - Semanario Brecha

El príncipe de la selva

El que se fue después de tanta agua fue el fuego de Prince, no lo apagaron los elefantes de la selva, se apagó solo en su casa y de manera misteriosa. Antes, unas seis noches atrás, un avión pidió permiso para aterrizar donde no estaba previsto.

Prince por Ombú.

No lo hizo por asuntos meteorológicos, que estuviera lloviendo toda la semana por acá como si fuera Seven o soplando como Twister no quiere decir que lloviera igual en todas partes del mundo. Una vez llovió púrpura en las radios, en el cine, en todas partes, pero eso fue en junio del 84, cuando nadie se había convertido en signo indescifrable, o fuera responsable de la banda de sonido de Batman en la primera del extraño mundo de Tim Burton.

No llovía en Chicago esa noche, no era “Windy City”, pero el clima se ve que era el de una noche cualquiera en Ciudad Gótica, cuando el piloto de un avión privado mantuvo una conversación de siete minutos con los que estaban en la torre de control del aeropuerto de Moline, Illinois (qué mejor lugar para aterrizar cuando estás enfermo), para decir que no era Minneapolis sino ahí donde iba a tener que aterrizar. No era “Houston, we have a problem”, tampoco era no llego a Minneapolis antes de usar el toilette, era más grave y menos divertido que eso, había un pasajero a bordo que no se sentía bien, que necesitaba algo más que un baño o una bolsa donde ya saben qué.

El avión que aterrizó de apuro, o pidió permiso para aterrizar donde no lo esperaban, era el avión en el que volaba Prince. No le avisó ninguna azafata como las que aparecían en el video de “Cream”, pero alguien le avisó al piloto que el señor del símbolo más conocido como el “Jefe” (no confundir con Bruce que, a propósito, hizo una mucho mejor versión de “Purple Rain” que la que hizo Madonna de “Rebel, Rebel” cuando Bowie murió –no es fácil morir en paz cuando se es tan famoso–) iba a querer que el avión aterrizara porque no se estaba sintiendo nada bien. El que no se sentía bien estaba saliendo de una fuerte gripe, pero eso no lo dijo un médico, más bien lo dijo un mánager. Muchos saben lo que Lou Reed escribió una vez: “You Can’t Always Trust your Mother”, pero no es en una mother sino en un mánager en quien no se puede confiar. Se sabe que unos cuantos artistas del rock y otros movimientos artísticos similares, como el cine, prefieren contratar un “mamá mánager” antes que un mánager a secas; no se sabe cuál es más malo de los dos. El primero, debo confesar, no sabía que existía hasta que me lo contaron una noche de verano, en una conversación que no era de boliche, por más que estábamos sentados (no acodados en la barra) en la mesa larga de un bar conocido como La Ronda, donde alguien nos explicó que algunas estrellas prefieren contratar un “mamá mánager”, antes que cualquier otra cosa.

Claro que Prince tenía o tuvo uno de éstos, capaz que en los últimos años contratara el doble servicio, además de doctores en su casa, al estilo Michael, sin el problema de los niños, pero sí con el problema de las Torres Gemelas, que es lo último que se agregó a los motivos de su misteriosa muerte mientras escribo esta nota. La mitad de los problemas comunes de una estrella se resuelven cuando muere a los 27 (la muerte le sienta bien), y esto pasa con las que brillan fuerte muy de repente. Con los años, tal como pasa en las mejores familias –no se puede tener 27 toda la vida–, comienzan a surgir algunos problemas que no necesariamente tienen que ver con empezar a perder la memoria. Y es que cuando te toca ser una estrella del pop los problemas son otros y tienen que ver muchas veces con asuntos tales como “qué voy hacer con mi carrera”, “qué voy a hacer con tanta plata”, o “cómo hago para dejar las drogas, el alcohol, capaz que las mujeres, sentirme solo, o de nuevo la pelota en la casa de la vecina que no me joda mi sello y/o mi mánager”.

Hay muchos caminos, y no es que todos conduzcan a Roma. Es cierto que nadie quiere elegir uno parecido al de Bono, por ejemplo. Pero ya tú sabes, si me das a elegir entre tú y la riqueza, me quedo con los diamantes y las perlas de Prince. Los diamantes y las perlas son las que se encontraban en la cueva de los monos del Libro de de la selva, de “Kipling Rudy”, pero esa parte queda para el final, aunque la de los agradecimientos en los Brit Pop Awards y gracias hacen los monos viene enseguida.

A mediados de los ochenta, cuando en los Brit Pop Awards agradeció a Dios, antes de dicho agradecimiento había aclarado que no era un gran hablador (que es muy distinto a decir no soy bueno para esto). Mejor así, porque seguramente hubiera agradecido a un sello con el que después iba a estar en guerra, a un mánager no importa cual que se equivocó de aeropuerto y hospital, o a sus fans con los que entró en juicio por el mal uso de su fanatismo. La revista inglesa Mojo encontró 20 razones por las que Prince era un príncipe. Entre las que incluyo esto de sus palabras en los premios de los Brit Pop del 85 y lo que hizo como 20 años más tarde cuando lo invitaron al homenaje a George Harrison en el Rock and Roll Hall of Fame junto a “What a Petty” Tom, “Jeff Electric Lynee Orchestra”, por qué ventana entró “Steve Windows” y entre ellos el hijo silencioso del “Quiet One”, que fue el que mejor captó lo que pasó cuando Prince fue de “while my guitar gently weeps” a “while my guitar gently flies”. ¿Para qué hacerla llorar cuando el nombre de la canción ya lo dice? Mejor que eso es hacerla volar, que fue exactamente lo que hizo (que ningún Clapton iba a poder hacer, no era “Tears in Heaven” la canción) antes de tirarla al aire y convertirla en gif, eso sí que valió por mil Super Bowls (aunque esa noche de “Purple Rain” en el entretiempo no estuvo nada mal, por más que la Mojo no la incluya en el top 20, para eso existe la Rolling Stone en Alemania, que al igual que un diario francés se agotó en horas cuando venía con un disco de él de regalo). La tiró para el cielo para poder saludar a George y para decir “Prince just left the building”. “Tirá para arriba, tirá.” Esa no es de él, pero es de la época. “Manic Monday” sí, y desde antes de que se hiciera famosa con los Bangles-wish it was Sunday se la había regalado a unos amigos casi famosos pero no tan exitosos. Siempre fue un Príncipe generoso, eso viene de los osos, lo aprendió cuando fue niño de la selva o lo heredó de la sangre italiana, de la Cosa Nostra de su padre Nelson, que dejó un piano atrás cuando se fue en el tren de medianoche, aunque no dijo que iba a comprar cigarros cuando salió. El principito tenía 7 cuando papa, que era jazz player, dejó a mama que era cantante y, a partir de entonces, ex esposa. Nada que ver con la historia personal de Miguel Mateos y Zas, pero alguien tiene que haber atajado la guitarra que Prince puso en el aire para que no le rompiera el corazón a Tom, o el ego a Jeff.

George in the sky with John no paraba de reírse y de llorar de emoción cuando eso pasaba. De hecho ahora mismo los tres se deben de estar riendo viéndolo por Youearth.com. George dice “Imagínate que la guitarra caiga arriba de Tom”. “O de Jerry”, agrega Prince. “Imagine all the people”, como siempre, un chiste malo de John. The Sky Pack.

Prince sabía vestirse bien, como si fuera uno de los Rat Pack (alcanza con verlo de traje violeta, camisa blanca de cuello alto y gemelos en el desenchufado y solo de Mtv). No eran ropas nuevas de emperador las que usaba. “Nothing compares to you, thank you, Prince”, firmado: Sinead O’ Connor, es el nuevo grafiti.

Y si la letra de la principesca canción de Sinead que no es ni cerca de Sinead sigue “went to the doctor guess what he told me”, pongámosle que dijo esto: “Prince puede no haber sido Jimi Hendrix, Prince puede haber sido el hijo de Frank Sinatra, no por las similitudes de altura que igual las tenían, sino por los genes hereditarios de la voz y los poderes que recibió de rebote de la orquesta de Quincy Jones”. Fue mi padre que me dijo un par de cosas el lunes de mañana de Frank Sinatra, antes de que supiera que iba a escribir esta nota. Fueron dos cosas las que me contó que me hicieron pensar esto último (antes de entrar en la teoría del Libro de la selva). Una, la primera que me dijo de Sinatra que aplica como anillo al dedo o corona a Prince, sin lugar a dudas no es el kid next door, no se parece en nada al hijo del vecino, en nada con el marmota chico. La segunda cosa fue lo impenetrable que era Frank, todo lo que tenía para decir lo decía con su música, y más nada que eso, suerte en pila que tú no sos mi amigo. En eso Frank y Prince eran los mejores.

Finalmente. La historia de Prince es igual a la del Libro de la selva, no me habría dado cuenta de eso si hoy no hubiera estado en el cine con mi hijo viendo la historia que Kipling escribió. Prince nació hace 57 años en una selva, en un lugar donde había mucha música, creció en una selva de música. Como si en la selva todos los animales y cosas que te rodean trajeran música y cada animal te enseñara algo valioso: la pantera te recuerda como suenan los troncos secos cuando se quiebran, los elefantes saben todas las cosas del pasado, los lobos no sólo aúllan, saben escribir letras de canciones, los osos además de perezosos saben cantar “Oh, honey”, los monos quieren saber de “Light my Fire”, la víbora es una private dancer y el tigre es más malo que el rock sinfónico. Prince es el príncipe de la selva. Su mamá fue una loba que algo importante le tiene que haber dicho para que él pueda soñar de la manera que vivió y murió.

“Rip” ahora se traduce por siempre como Rest in Purple. Así que Batman Forever y Prince también.

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