Una siempre amable fuente preferencial respondió de forma simple a mi pregunta sobre qué dejó o planteó Vladimir Putin para América Latina y para Uruguay en su reciente viaje a América Latina: “Nada”, respondió ese alguien.
“Nada” significa que Rusia sólo habló de posibilidades irrealizables. Su capacidad de inversión en la región es nula, la posibilidad de negociar no va más allá del comercio establecido hace décadas. Por tanto, ¿qué buscó Vladimir Putin de los presidentes latinoamericanos?
En Cuba destacó las ventajas portuarias, condonó la deuda multimillonaria que la isla arrastraba desde la época de la Urss, y trascendió la intención de reabrir una base de espionaje contra Estados Unidos, lo que se apuraron a desmentir, sin mucha credibilidad. También prometió inversiones.
En Brasil el presidente ruso disfrutó de las jornadas futboleras, pero se interesó en la afirmación del Brics como contrapoder en la construcción del policentrismo, acordando la creación de un Banco de Desarrollo y un Acuerdo de Reservas de Contingencia para contrarrestar las crisis. Firmó con Dilma Rousseff acuerdos de asistencia para elevar el intercambio comercial a 10.000 millones de dólares, y acuerdos en defensa, tecnología, energía, agricultura, educación y salud. Con la argentina Cristina Fernández tuvo meras declaraciones soberanistas, y firmó convenios para invertir en energía nuclear y en la explotación de gas.
Las conversaciones con el presidente uruguayo –sobre la posibilidad de invertir en el puerto de aguas profundas o en el reciclaje del ferrocarril– no tuvieron ningún resultado tangible, salvo que el despliegue del mapa que hizo el presidente uruguayo le permitió entender a Putin dónde queda y qué es Uruguay. Para América Latina, la gran esperanza extracontinental sigue siendo China, ese imperio informal que lentamente va ocupando espacios físicos, financieros y geopolíticos.
Entonces, ¿para qué se preocupa Putin por América Latina? El presidente de la Academia de Estudios Geopolíticos de Rusia, coronel general Leonid Ivashov lo aclaró sin pelos en la lengua: para “controlar el apetito” de Estados Unidos. Ahora bien, ¿quién controla el apetito de Rusia? Suponer que Moscú se lanza sobre América Latina a cambio de nada sería ingenuo. La entrada de Moscú en la escena latinoamericana busca el acceso a mercados, y Putin fue aun más claro: “América Latina es una fuente riquísima de recursos naturales”, y hoy la cooperación con la región “es una de las direcciones clave” de Rusia.
¿LA HISTORIA LE PERTENECE? La crisis de Ucrania y la secesión de Crimea obligaron a Rusia a reposicionarse en el tablero mundial. Su vuelco hacia China, el virtual rompimiento con Europa y el relanzamiento de su estrategia expansionista son movimientos sincronizados que tienen un camino marcado: la recomposición del espacio euroasiático y, en consecuencia, la reubicación geopolítica de Rusia en el mundo policéntrico como uno de los imperios a considerar. Y lo debe hacer de forma urgente, pues las nuevas sanciones de Occidente reducirán su Pbi 1,5 puntos este año y 4,8 en 2015.
Cierta izquierda que funciona como el perro de Pavlov, bajo el lema “si es ruso, es bueno”, con nostalgias de un pasado que no volverá, quiere creer que el Kremlin frenará a Estados Unidos desde visiones más o menos progresistas. Pero Rusia no sólo forma parte del juego cómplice de la nueva división del mundo, sino que lo hace en clave neofascista.
El principal asesor de Putin, Alexander Duguin, estratega de la nueva derecha en Rusia, elaboró la recomposición del espacio euroasiático bajo la hegemonía de Moscú, fundando su propuesta en la llamada “cuarta teoría política”, una concepción que busca superar las ideologías pasadas. Fundado en un radical antiliberalismo, Duguin se autodefine como un “tradicionalista” que sintetiza así su programa ideológico: “hay que combatir el imperialismo estadounidense, el mundo unipolar, el universalismo de los valores liberales, del mercado y de la tecnocracia. Como alternativa propongo una organización del mundo multipolar como conjunto de grandes espacios, cada uno con su sistema de valores propio, sin ningún prejuicio”. En cuanto a la estrategia, Duguin es enfático: “Pero para controlar este asunto de las olas migratorias es, de nuevo, necesario liberarse de los mundialistas, de los liberales y de los atlantistas. Este círculo vicioso sólo puede romperse comenzando la lucha contra Estados Unidos. Los musulmanes y los chinos son desafíos secundarios. Se aplica esto tanto para Europa como para Rusia”. Cabe señalar que uno de los “desafíos secundarios” (China) es aliado ruso en el Brics.
En una de las claves de esta ideología en construcción, los rusos sostienen que los agentes históricos de las tres teorías anteriores deben ser sustituidos por el Dasein de Heiddeger, un término que combina las palabras “ser” y “ahí”, y que se puede sintetizar como “existencia”, como el existir en tanto realización individual. En la clave de la nueva derecha rusa el concepto de Dasein busca la realización individual con un objetivo colectivo que “trasciende a la persona”.
La “cuarta teoría política” tiene por objetivo deconstruir la modernidad rechazando a los sujetos que dinamizaban a las tres teorías del siglo XX: el individuo (liberalismo), la clase (marxismo) y la raza-Estado-nación (fascismos). El Dasein de Heidegger se convierte en el sujeto de la cuarta teoría política haciendo de ella una “estructura ontológica fundamental desarrollada en el campo de la antropología existencial”. Pero este concepto, en la teoría de Duguin, implica que el Dasein se deberá expresar en tanto cultura-civilización-gran espacio-polo del mundo multipolar. Natella Speranskaya, la ideóloga más destacada de la cuarta teoría política luego de su creador, define que la victoria del liberalismo sobre el fascismo y el comunismo obliga a esta nueva corriente a “hacer una elección política que determinará el futuro del orden mundial estando ya en un punto de transición hacia la multipolaridad, constituida por cuatro polos, donde la presencia del polo eurasiático es esencial”.
Afirmando su admiración por el neofascista italiano Julius Evola, Speranskaya apunta que en la lucha contra el liberalismo y por la afirmación del tradicionalismo “los representantes de la filosofía política euroasiática estamos construyendo relaciones estratégicas con los últimos rebeldes de la resistencia de Europa”, o sea, la nueva derecha radical europea, que apoyó la intervención rusa en Ucrania y que el 25 de mayo último votó más que bien en las elecciones al Parlamento Europeo.
Rusia no es vista como parte de Europa sino como un “gran espacio” propio, una “civilización” separada, regida por un sistema de “democracia orgánica” y comandada por un líder, un caudillo: “Dado que Rusia es en sí misma una formación estratégica a gran escala, la dirección de su potencial estratégico se concentra en las manos de un pequeño grupo o personalidad individual, cualquiera que sea su denominación, presidente, monarca, Consejo Supremo, jefe”.
La cuarta teoría se cuida muy bien de mostrarse como una ideología superior, y rechaza “todas las formas de jerarquización normativa de las sociedades sobre bases de origen étnico, religioso, social, tecnológico, económico y cultural”, según escribe Duguin. Pero esto no es obstáculo para la persecución a los homosexuales y el rechazo al matrimonio igualitario.
Cuando en enero de 2012 Vladimir Putin definió a Rusia como una nación de etnias diferentes y aceptó el destino euroasiático casi como hipótesis oficial del Estado ruso, Dugin y los suyos vivieron el momento como una gran victoria. Y una vez respaldado por su presidente, el teórico neofascista afinó aun más la puntería sobre la construcción euroasiática: “Rusia, por sí sola, no puede constituir un polo plenamente autónomo y completo en un mundo multipolar. Con el fin de crear este polo Rusia necesita de aliados, de los procesos de integración en el espacio pos soviético. Necesita de Kazajistán, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, si es posible también de Armenia y de Azerbaiyán; necesita una salida en el corazón de Asia Central, como en Kirguistán, en Tadžikistán, mejor aun en Uzbekistán e incluso en Turkmenistán.” El 28 de mayo último Rusia firmaba los primeros acuerdos con Bielorrusia y Kazajistán…
EN EL AJEDREZ GLOBAL. Entonces, ¿qué buscó Putin por estas comarcas? En primer lugar protagonismo, y dar señales de estar acompañado. En otro orden, intentar horadar el patio trasero de Estados Unidos. Las bases “para reparación de navíos” proyectadas en Cuba, Nicaragua y Venezuela no engañan a nadie. Rusia busca afincar posiciones estables previendo un conflicto que puede volverse caliente, y una rápida respuesta desde puntos geoestratégicos adecuados es fundamental. Lo que es inadmisible es la irresponsabilidad de Cuba, Venezuela y Nicaragua de poner en riesgo al continente por un poco de apoyo económico y para cumplir con el dogma ideológico que más que antiimperialista es antiyanqui. Peor aun: apoyando a un imperio con una ideología de claro corte neofascista, cuyo ideólogo principal saluda que en la actualidad “el odio a Occidente, la globalización, el consumismo, a los medios de comunicación, las mentiras democráticas, la basura de los derechos humanos, la dictadura del capitalismo, la llamada ‘sociedad civil’ y la dominación estadounidense es cada vez mayor. (…) debemos ir más allá. La vigilia significa la revolución y la guerra. Es poco probable que comiencen ahora. Pero deberían comenzar ahora mismo, porque mañana será demasiado tarde”. Su conclusión es que Occidente buscará la guerra contra Rusia de forma inevitable, y en esa guerra “Rusia (…) se convertirá en el ejemplo de la defensa de la tradición, los valores conservadores orgánicos, la verdadera liberación de la sociedad”. Es preocupante que quienes promueven esos discursos sean hoy proveedores de armas y de sistemas de defensa antiaérea para Brasil y en otros rubros para Argentina. Recordemos que América Latina es una “zona de paz”, con la grave paradoja de que es la región que más se ha armado en el último lustro.
Desgraciadamente esas amistades nos pueden meter en problemas a los que no tenemos nada que ver con las veleidades milenaristas de la cuarta teoría política. El tiempo dirá cuáles serán los resultados. Quien escribe es un pesimista con una pizca de optimismo. n
* Historiador y analista.