Hace más de un año se abrió la cuenta @varonescarnaval en Instagram. Allí se denunciaban diversas situaciones de violencia de género en el ámbito carnavalero. A esa cuenta le siguieron otras, como @varonesteatro, y, de distintas maneras, lo que pasó interpeló a la comunidad de las artes escénicas, colectiva e íntimamente. Estimulada por las denuncias y un aprendizaje militante sostenido en el tiempo, durante 2021 la Comisión de Género de la Sociedad Uruguaya de Actores (SUA) trabajó en la elaboración de un protocolo para establecer un marco de regulación sobre estas situaciones. El protocolo se votó y aceptó en asamblea el 4 de diciembre.
Las posibilidades que esta herramienta aporta a nuestro medio artístico (más allá de lo teatral y audiovisual) son múltiples, y dependerá de quiénes formamos parte del campo explorarlas y expandirlas. No se trata solamente de las sanciones y castigos, sino de la discusión, de establecer y acordar una convivencia que nos permita crear y disfrutar del arte desde un lugar pleno y en igualdad de condiciones. Para eso, y con la idea de abrir el diálogo, quisiera repasar y hacer un breve análisis de las denuncias que se hicieron en @varonesteatro.
En la cuenta de Instagram hay 38 denunciados. Son directores, productores, técnicos, diseñadores, dramaturgos, compañeros de clase, compañeros de elenco, profesores y talleristas. Es decir, pertenecen a todos los roles que integran el teatro. Los testimonios digitales se enmarcan en todos los espacios de relacionamiento teatrales: ensayos, espectáculos, talleres independientes, talleres dentro de instituciones estatales y privadas, en el marco de secundaria, en el marco de proyectos estatales (educativos, laborales, con subvenciones, etcétera), reuniones de trabajo, fiestas, redes sociales.
Se describen situaciones que sucedieron a la vista de muchas personas. Eran parte del funcionamiento usual del ámbito en cuestión, fuera educativo, laboral o privado. Otros relatos suceden en soledad, entre la denunciante y el denunciado. La mayoría de las veces se trata de eventos que van más allá de la persona que hace la publicación, quien describe actitudes de violencia continua hacia las mujeres de parte del varón en cuestión y suma una anécdota personal. Además, en varias ocasiones se describe que el agresor utiliza la violencia en forma de gritos e insultos hacia todas las personas partícipes de la situación, sumando comentarios y actitudes homofóbicas, pero siempre con énfasis sexual hacia las mujeres.
La cuenta recoge 61 testimonios digitales. La mayoría de los nombrados aparece en uno solo (aunque, como señalaba, se trata, en general, de descripciones que hablan de actitudes y situaciones que afectan a muchas mujeres, en varias ocasiones). Algunos están involucrados en hasta cuatro, y a uno, en particular, se lo nombra 16 veces. Uno de los factores más preocupantes es que, de ese total, el 66 por ciento de los casos que se describen ocurrió en ámbitos educativos. Es importante aclarar que esta cifra refiere a las publicaciones que señalan expresamente un espacio de este tipo; hay otras en las que no queda del todo claro. Y aún más preocupante es que hay 37 denuncias (la mayoría en esos ámbitos educativos) que implican a menores, niñas y adolescentes. Es decir, un 61 por ciento del total. De nuevo, esta cifra no incluye las publicaciones que no aclaran si hay menores o no, por lo que podrían ser más.
La mayoría de los testimonios digitales expresan denigración verbal, burlas, chistes, comentarios y actitudes humillantes hacia las mujeres, con connotaciones sexuales extremadamente directas. Pero no solo se centran en lo sexual, también se habla de humillaciones vinculadas a la falta de inteligencia, la histeria, la manipulación y la locura como características femeninas. En la misma línea, se señalan abusos en términos económicos, extorsión e inestabilidad laboral.
En repetidas ocasiones se expresa cierta amenaza (implícita o no) sobre la ilegitimidad de la palabra de las mujeres. Las denunciantes explican que no dijeron nada en el momento del evento porque consideraron que nadie les iba a creer o que podían poner en riesgo su actividad laboral o educativa. Existen casos en los que sí expusieron lo que pasaba, pero no fueron oídas o fueron tratadas de locas. Un testimonio en particular narra que la persona violentada hizo un descargo con la directora del liceo, quien no le creyó.
En la misma línea, se repiten las alusiones a contactos fuera de lugar, en las clases o en espacios laborales, con la excusa de un proceso de aprendizaje, o porque el contacto físico, la desinhibición corporal y sexual deberían formar parte de los vínculos entre artistas o estudiantes de arte. También hay casos que, de ser presentados en la Justicia, configurarían una carátula de abuso sexual o violación.
Muchas de las denunciantes describen que dejaron la obra en cuestión o el espacio educativo a causa de estas experiencias. Otras señalan haber sido excluidas de proyectos, o que les cambiaron el rol a partir de haberse negado a corresponder al varón que guiaba el espectáculo o porque discutieron sus actitudes.
No es posible meter todos los testimonios en la misma bolsa, porque hay matices. Sin embargo, algo los reunió. Por algo están todos allí, juntos. Por algo las denuncias se hicieron de forma anónima en una red social. Es esto lo que quiero resaltar, no se trata de medir en términos de más o menos violencia. Las denuncias funcionan como unidad a la hora de observar el medio artístico, y lo primero que vemos es que la violencia de género integra todos sus ámbitos y roles, empezando, ampliamente, por lo educativo. Asumir que la violencia de género está legitimada es parte de las primeras lecciones que aprenden quienes entran al arte.
Aun cuando sabemos que estas situaciones son parte de una estructura social establecida, considero pertinente analizar qué las habilita en cada campo particular. Desde esa perspectiva, podríamos considerar que en el ámbito artístico tenemos el problema, la paradoja, de que los casos expresados se sostienen en el ethos del arte como «mundo aparte». Me refiero al quehacer artístico, a los tropos de libertad que lo cimientan y le dan sentido, como parte de las razones por las que amamos el arte y lo elegimos como espacio central de nuestras vidas. A ese imaginario que proyecta al arte como refugio para la diversidad sexual, de liberación y exploración, de emocionalidad, de indisciplinamiento, en el que el cuerpo y el contacto tienen una valoración especial. Una guarida en la que nuestras rarezas pueden ser un valor, en la que nos abrazamos, y lloramos, y transpiramos, y nos hacemos masajes en los pies a las 8 de la mañana de un miércoles, mientras las otras personas van a la oficina. Esta idiosincrasia considera al arte como espacio de desregulación, indomable, caótico, antinstitucional, como un resquicio que se encuentra por fuera de las normas del mercado, de los valores conservadores.
Quizás, para poder mantener el privilegio de «hacer lo que queremos», sean necesarios algunos sacrificios. Aguantar, entregarse, salir de la zona de confort, reírse de las bromas y dejarse tocar para pasar por la experiencia, y no ser tan pacatas, tan frígidas, tan reprimidas. Trabajar sin firmar contratos ni preguntar cómo se reparte el dinero, ensayar miles de horas en cualquier horario o tener que abandonar una obra por tener que dar respuesta a tareas de cuidado que les demás no tienen (aun cuando haya muchos varones que son padres). Quizás si empezamos a cuestionar, a regularizar, a protocolizar, corremos el riesgo de domesticar el arte. De perder ese espacio «otro», distinto.
¿Es esto lo que piden las denuncias? ¿Lo que reflejan? ¿La necesidad de adaptarnos y normalizarnos? ¿O más bien todo lo contrario? Estos testimonios reflejan la otra cara del ethos del arte como espacio único de libertad. Lo que nos señalan es que en nuestro campo ya existe, de hecho, un protocolo extremadamente conservador, que se ensaya y estrena en los cuerpos de las mujeres. Así, nuestro medio «autónomo» termina siendo un lugar de extremo disciplinamiento y adaptación; de exclusión, explotación y violencia en las mismas formas que se reproducen en el resto de la sociedad.
Lo que se evidencia en la cuenta @varonesteatro es que nuestros refugios de libertad son el asilo de algunos hombres que se encuentran habilitados para reproducir toda la batería de herramientas que les brinda el patriarcado en el nombre del arte. Por más paradójico que parezca, un nuevo protocolo, uno que esté a la vista, al que podamos recurrir, puede ayudarnos a indisciplinarnos, a defender y enriquecer el arte como espacio de fisura, de oposición y de cuestionamiento del statu quo.