El sargento Víctor Carlos Borges Almada apareció muerto de dos balazos en el estacionamiento situado frente al edificio de la embajada uruguaya en Washington DC, el 13 de abril de 1981.
Este es el punto de partida, y también el contenido del comunicado –uno de esos avisos mortuorios usuales en la prensa, escasos en datos y regados de apócopes y siglas– que cierra la novela1 escrita a cuatro manos por los periodistas y hermanos Carlos Bañales y Jorge A Bañales. El libro, que solamente se puede adquirir mediante compra online,2 no ha tenido por tanto la difusión y exhibición pública nacional que merecería un relato de esta naturaleza, publicado en estos tiempos. Todos a Borges circula desde setiembre u octubre de 2013, y su asunto tiene algunos puntos en común con otros libros aparecidos en los últimos dos años. El primero: que la dictadura, sus consecuencias, sus víctimas, empiezan a comparecer en la ficción, con distintos niveles de relación con los sucesos reales. Por ejemplo, Montevideo Street, de Eduardo Pérez Vázquez –comentado hace dos ediciones en estas páginas por Alicia Torres–, ubica en un austral territorio ficticio llamado Christianstaadt el asesinato de un hombre uruguayo que pudo, o no, haber traicionado a sus compañeros de militancia
Pero es con Las cenizas del cóndor, la imponente novela de Fernando Butazzoni, Premio Nacional de Literatura este año, que las cosas en común resultan más notorias. Tanto Butazzoni como los hermanos Bañales parten de hechos que efectivamente sucedieron, aunque lo que luego hicieron con ese material los autores, en las respectivas construcciones novelescas, haya tomado caminos distintos. Aunque en Las cenizas… aparece un investigador –el propio autor– y el lector irá recorriendo junto a él los distintos trazos que conducen a atar los nudos de la historia –a pesar de tratarse en parte de una ficción–, ésta remite a una forma particular, estremecedora, de la tragedia, narrada en clave de crónica histórica y política. Todos a Borges en cambio se asume ficción sin cortapisas, y dentro de ella se adscribe al género policial, con sus toques de ironía, sus detectives, sus pistas falsas o probables, sus tensiones entre distintas fuerzas, sus contrastes de personajes, las situaciones amorosas o sociales que éstos viven, ese policial de los últimos veinte años que abreva en la eficaz tradición de su estirpe a la vez que introduce preocupaciones y temas contemporáneos que van más allá de lo estrictamente “policial”, todo lo cual acerca a la novela al camino emprendido por Montevideo Street.
Lo que hay en común entre Las cenizas… y Todos a Borges tiene que ver con el nudo argumental, aunque eso que uno llama coincidencias, más que tales parezcan remitir a una especie de parentesco de situaciones, como un aire de familia. En ambas novelas, aunque por razones distintas, un militar protege a una mujer joven que fue presa política, torturada y maltratada hasta el peor extremo. También, en los dos relatos, los militares en cuestión no son disidentes de su fuerza ni críticos de las barbaridades de la dictadura, sino gente útil a ésta desde lugares diferentes, aunque sus roles de protectores acaben por ponerlos en nichos peculiares, riesgosos y de extrema soledad. Y en las dos, en los arranques mismos de los relatos, esos militares acaban muertos.
Acá terminan las similitudes. El derrotero moral y subjetivo del capitán Docampo del libro de Butazzoni y el del sargento Borges del de los Bañales es diferente, como lo son los personajes que pueblan ambos relatos, históricos y con nombre y apellido en Las cenizas…, todo un universo de seres ficticios –aunque con vocación realista– en Todos a Borges.
Es que a partir de un hecho real, la no aclarada muerte de un sargento uruguayo en Estados Unidos al arrancar los años ochenta, el libro escrito por los Bañales es, ante todo, una ficción. Una muy informada y sustanciosa, que diseña un variopinto panorama de lo que ocurría en aquellos años, los del arranque de la era Reagan, con la capital del imperio como escenario donde el personal de las embajadas de los países dictatoriales era vecino de emigrados de distinto pelo, y donde colaboraban o se interferían mutuamente el Fbi, la Cia, la Agencia de Seguridad Nacional (Nsa), la Dea, y un conjunto de siglas más que denominan a los diferentes cuerpos policiales estadounidenses.
El relato transcurre durante unos pocos días, en Washington y alrededores y con algunos capítulos en Montevideo, y va armando a modo de puzle distintas instancias. Algunas son las que protagoniza el detective encargado de la investigación, un personaje astutamente diseñado con su aura propia: de origen acomodado, hijo de cubanos exiliados a causa de la revolución, con una educación esmerada y gustos bastante más refinados que los usuales en un policía, este Pablo Roig tiene para encarar su tarea la ventaja de conocer perfectamente el español, y la desventaja de no saber casi nada de la historia del país del que proviene el asesinado, Uruguay. Como solapado contrincante del detective, un grupo de militares uruguayos que para nada desean se aclare la muerte de su colega, y como sospechosos de variadas sospechas, una fauna de latinoamericanos de diverso origen. Venezolanos, peruanos, bolivianos, argentinos y, faltaba más, uruguayos, politizados o no, emigrados políticos o hijos de emigrados políticos o simples emigrados buscando una buena oportunidad. El relato de los Bañales hace de Washington, en recorridos meticulosamente descritos, una curiosa Babel donde se mezclan bandidos de poca monta y menores escrúpulos, jovencitos con ideales capaces de sobrevivir a la cerveza y el porro, militares de diversas armas y grados que juegan su propio ajedrez cuidándose muy bien de que el camarada del despacho de al lado no sepa de sus movidas, y en medio de todo ese agite, resguardadas en lugares poco visibles, algunas mujeres cuyo rol, sin embargo, resulta capital en toda la trama. Es el mundo de 1981, faltaban algunos años para el derrumbe del socialismo realmente existente, la Guerra Fría empezaba a transitar sus últimos capítulos, no por eso menos tenebrosos, y sin duda el carácter de avezados periodistas de los autores resultó capital a la hora de recrear las características, el paisaje, el clima y las grandes y pequeñas cosas que estaban en juego, en aquel momento, en la capital del país más poderoso del mundo. En ese mundo fue asesinado el sargento Borges, y a partir del suceso real los Bañales construyen un sólido y entretenido relato policial donde lo político juega un papel esencial sin llegar a romper la lógica y las formas del género. Hay, de todas maneras, algunos aspectos donde esa lógica se ve desafiada por detalles no muy creíbles. Por ejemplo, algunos pensamientos del inefable coronel Galván, que pese al probado cinismo que le acuerda el relato puede sentir compasión por las víctimas, y además no cuestiona la seguridad que se le acuerda a la muchacha protegida por Borges, o que un truhancito uruguayo sin rastros de cultura pueda evocar enterita la letra de un tango como “En esta tarde gris”, y sufrir con ella.
De todas maneras, y pese a esos reparos menores, Todos a Borges a la vez que proporciona un cuadro rico y verosímil de un tiempo no tan lejano, es un relato narrado con un evidente placer que contagia al lector. “No hubo ningún intento de enviar un mensaje político, y desde el punto de vista literario, la única regla que nos pusimos fue la verosimilitud, que es escribir las cosas de forma tal que el lector diga: esto puede haber ocurrido”, dijo Bañales en la entrevista arriba mencionada. Sí, pudo haber ocurrido. Y de una manera bien distinta, algo así sucedió.
1. Todos a Borges, de Carlos y Jorge Bañales.
2. En palibrio.com, Amazon.com o Barnesandnoble.com