Recientemente, en un artículo cuestionable desde lo ético, pero atendible en sus premisas, el escritor Gustavo Espinosa señalaba cierta afectación que contamina buena parte de nuestra narrativa actual. En su visión, el autor de Las arañas de Marte advierte acerca del derrotero al que parece conducirse nuestra literatura y nos ofrece variados ejemplos de lo que él llama –de manera ingeniosa y elocuente– la prosa Jean Vernier, que describe de la siguiente manera: «Ese traje de confección (como dirían mis tías) o prêt-à-porter (como dirían las revistas que leían mis tías) vuelve tiesos a los que los usan para ocasiones especiales, creyendo a veces que están siendo elegantes o atractivos».1
Quizás porque los ecos del mencionado artículo aún no han dejado de oírse o porque el autor que reclama ...
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