Catherine Sikora es una saxofonista nacida en West Cork, Irlanda, y reside en Nueva York desde hace ya varios años. Utilizando principalmente el saxo tenor, parte de la tradición del jazz –sobre todo de las líneas de comienzos y mediados de los sesenta– para pararse en un territorio contemporáneo, en el que la improvisación libre toma un rol importante y abre paso a otras posibilidades instrumentales. Así, encontramos en su música dos hechos con potencia para generar algo radical. Por un lado, sus composiciones parecen no estar situadas ni en el pasado ni en el presente, sino en el bucle que se forma entre ambos. Por otro, es una mujer en un ámbito dominado por los hombres: el saxofón es un instrumento cuya historia ha sido netamente protagonizada por lo masculino, al punto de que no es posible encontrar nombres de mujeres saxofonistas que pertenezcan a un período anterior a las dos últimas décadas.
El 2 de octubre Catherine lanzó dos nuevos álbumes, ambos grabados en vivo en el Centre Culturel Irlandais, en París. Mientras que uno, Things to do in Paris, parte de un registro del 15 de octubre de 2014 a dúo con el baterista Ethan Winogrand, el otro –Sanctuary, que nos concierne para esta nota– fue grabado el 30 de agosto de este año al final de una residencia junto a otros artistas.
El disco se trata de una sola pieza de 23 minutos de Catherine sola en saxo tenor. Su sonido es limpio y robusto, muy definido. Es como si uno pudiera escuchar sus bordes, dónde empiezan y dónde terminan. Sin embargo, su exploración tímbrica va mucho más allá de lo tradicional y llega incluso a sonoridades chirriantes. A veces parece que el saxo se abre y se vuelve a cerrar, como una flor. En cualquier caso, la pulcritud en la interpretación siempre está presente, pues nunca apuesta a exhibir su virtuosismo, sino que profundiza en los pliegues de su discurso. Sikora es una saxofonista sutil y controlada, pero, más que nada, humilde.
En una entrevista, comentaba: «Me sumergí descaradamente en la melodía y el tono; escuché muchas grabaciones durante mi residencia, volví a las raíces de las obras de saxofón solo, como “Picasso” de Coleman Hawkins, algunos conciertos solistas de Sonny Rollins y luego seguí los hilos en la música posterior, pero generalmente alejándome de los músicos contemporáneos. Quería respetar el origen de esto y, aunque no busqué emular el trabajo antiguo, sé que tuvo un impacto en mí». Estas afirmaciones de la artista confirman su veracidad ya desde el principio del disco. Catherine es una tocadora de melodías: suele realizar presentaciones lineales. Rara vez crea más de un plano simultáneo, lo que reafirma la tradición en el uso del saxofón como instrumento monofónico.
También nombra el espacio como un componente importante de la música, afirmando el diálogo que se genera entre el instrumento y la respuesta del entorno: «Al pensar en la temperatura del saxo al tocar, una de las cosas más bonitas de agosto en París es que hace bastante calor, por lo que mi corriente de aire estaba cerca de la temperatura ambiente y esto genera una sensación de fluidez en comparación con tocar en una habitación fría. La gente se queja del calor, pero a mí me encanta porque hay una sensación de no fricción en la respuesta del saxo». Así, si bien tomar lo melódico como punto de partida es un gesto tradicional en el repertorio del jazz, Sikora encuentra su radicalidad en la construcción de una retórica particular que trasciende la linealidad para dejar que el tiempo avance, se detenga y retroceda constantemente.
El disco empieza con un primer motivo musical y su desarrollo, y pronto retorna a él para desarrollarlo de otra manera. Dentro de cada desarrollo hay cientos de variaciones, pero a la vez cada desarrollo puede tomarse como una variación. Aparecen con asiduidad nuevos motivos que suspenden el tiempo anterior y su discurso, como si intentara borrarnos la memoria. Pero siempre vuelve a rodearnos con la pregunta acerca de si estos motivos son realmente nuevos o implican un retorno al origen, pero desde otro lugar.
A veces el desarrollo es un despliegue del pasado, como si estirara lo que tocó anteriormente e introdujera elementos en medio de eso –algo así como si luego de un abc apareciera un axbycz– y en estos despliegues hay espacio tanto para las notas como para todo aquello otro que constituye a la melodía pero que, generalmente, no tiene el rol estelar, como el timbre, la dinámica, los gestos. Sikora es experta en la construcción de puntos de unión y de un tipo de variaciones en espiral, que reafirman que cada uno de sus actos podría haber tenido otro camino.
Este disco es un eterno avance y retorno. Es una revisión, tanto de la historia propia como de la música en general; una revisión de la tradición para volverla novedad, ya que tildar algo de «clásico» o «tradicional» por sus elementos, por aquello que es más inmediato y superficial es olvidarse de que lo más difícil de revolucionar es el discurso, es el cómo. A lo largo de los 23 minutos de Sanctuary, Catherine Sikora resignifica el concepto mismo de melodía y hace del tiempo algo fluctuante para generar una constante duda respecto a qué es lo que acabamos de escuchar. Porque, en definitiva, ¿qué es una melodía?.