Con una formación universitaria básica en la Escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania, Donald Trump amasó una fortuna y sobre todo logró visibilidad en los últimos cuarenta años. Como es tradición en los candidatos del Partido Republicano de las últimas décadas (Ronald Reagan, George W Bush), es un hombre de pocas luces y escasa visión del mundo, y sobre todo ignorante. Tampoco tiene mucha idea de las repercusiones sobre el mundo de las políticas económicas que aplica Estados Unidos. En cualquier caso, no le interesa.
Recuerda Slavov Zizek (“Babelia”, El País de Madrid, 20-X-16) que hace 26 años Francis Fukuyama había decretado el “fin de la Historia”. El capitalismo democrático liberal se estaba instalando gradualmente en todo el mundo. Hoy la historia ha reaparecido con fuerza con el regreso triunfal de las divisiones, las crisis, la violencia y la amenaza de una guerra mundial. Zizek se pregunta y nos pregunta: ¿cómo ha reaccionado a este giro imprevisto el Occidente desarrollado?
Yo me pregunto cómo hemos reaccionado a este giro en América Latina. En ambos casos hay un giro político a la derecha. En Occidente es un giro más cercano al viejo fascismo, con la legalización de la tortura, la detención arbitraria por tiempo indefinido y sin acusación, y el resurgimiento del discurso racista y misógino extremo. En América Latina tiene que ver con gobiernos tecnocráticos que dan la espalda a las demandas democráticas, alineados políticamente con Estados Unidos y cerrados a las posibilidades de integración regional.
Trump ha regresado al podio político el discurso racista y misógino. De esta forma se ha incorporado a lo que Anne Applebaum (El País de Madrid, miércoles 9) ha bautizado como la “internacional populista”, que contiene al Partido de la Libertad de Austria, el Partido por la Libertad, de Holanda, el Ukip británico, el Fidesz húngaro, Ley y Justicia, de Polonia, y yo le agregaría el Frente Nacional francés, el Partido Popular danés, el Partido del Progreso, de Noruega, y Alternativa para Alemania. En común, según la Boston Review, tienen un electorado masculino, blanco, de poca educación y de trabajadores manuales o de servicios de poca calificación (http://bostonreview.net/world/sindre-bangstad-norway-populist-right). Otros elementos del discurso común son que todo tiempo pasado fue mejor, que hay que acabar con las instituciones existentes para recuperar otras del pasado glorioso y que para esto hay que expulsar a los inmigrantes, volviendo a tener sociedades blancas (o totalmente nacionales), revirtiendo los derechos de las mujeres y de los homosexuales y terminando con la integración racial, la tolerancia religiosa y los derechos humanos. Para asegurar esto se debe acabar con las instituciones internacionales y los mecanismos de cooperación externa. Finalmente, proponen usar la violencia como método para obtener los resultados deseados.
IRRACIONALIDAD Y CARISMA. El surgimiento de este movimiento es análogo al del fascismo, dice el historiador estadounidense Mark Mazower (El País de Madrid, miércoles 9). La diferencia es que mientras el fascismo estaba asustado por la revolución bolchevique y la aparición de partidos comunistas, hoy estos grupos están atemorizados ante la pérdida de poder mundial de Occidente. La islamofobia ha sustituido el antisemitismo en Europa y la latinofobia apareció renovada en Estados Unidos.
Entre los rasgos del fascismo, dice Mazower citando a Fritz Stern, están la irracionalidad del pueblo y el misterioso carisma del dictador. Si bien el fascismo no puede regresar, por las condiciones históricas que le dieron pie, hay elementos que siguen vivos, como el racismo y la xenofobia. Dice Mazower que hay que preguntarse por quienes han perdido la fe en el gobierno parlamentario, en sus mecanismos de control y equilibrio y sus libertades básicas. Y agrega que los partidos se han vuelto más extremistas y han comenzado a considerarse mutuamente ilegítimos. La policía y el poder judicial se han politizado, como ocurrió en la República de Weimar. El verdadero problema está, afirma, en las condiciones que permiten el surgimiento del líder.
El diagnóstico económico de Trump es que desde que Barack Obama comenzó a gobernar 14 millones de personas han abandonado la fuerza de trabajo, la tasa de participación más baja desde los años setenta. Y que: uno de cada cinco hogares no tiene un solo miembro de la familia en la fuerza de trabajo; 23,7 millones de jóvenes estadounidenses en edad de trabajar están fuera de ella, un aumento de 1,8 millones en siete años; el total de los que reciben bonos de comida creció en más de 12 millones; dos millones más de latinos han ingresado en la pobreza; 45 por ciento de los afroamericanos menores de seis años son pobres; uno de cada seis hombres de 18 a 34 años están en la cárcel o fuera del trabajo; la deuda nacional se duplicó; el déficit comercial de Estados Unidos en bienes alcanzó casi 800 mil millones de dólares sólo en 2015; la tasa de propietarios de viviendas cayó a 62,9 por ciento en el segundo trimestre de 2016, la más baja en 51 años.
Este diagnóstico descriptivo no permite ver los problemas de productividad ni el cambio estructural en curso. Tampoco los problemas de concentración del ingreso y la debilidad fiscal del país, fruto de las reducciones de impuestos a las empresas llevadas a cabo desde los años cincuenta por los gobiernos republicanos. La visión de Trump es generar una economía dinámica que cree 25 millones de nuevos puestos de trabajo durante la próxima década; una reforma tributaria a lo Reagan y a lo Bush; una política comercial de “América primero”; volver a poner en línea las minas de carbón.
Anunció que hará una reforma estructural, bajando el peso del Estado en el Pbi, desregulando y dejando al mercado los desbalances, y sobre todo quitando las interferencias en los procesos de inversión, lo que es importante en el tema de la energía por los efectos ambientales de esas inversiones. Dijo también que no cree que exista calentamiento climático y que cancelará 100.000 millones de dólares en contribuciones en ese rubro con las Naciones Unidas.
EQUIPO DE FINANCIEROS. En cuanto al papel de su país en el mundo, afirmó que no cree en la Otan ni en Naciones Unidas, que ambas son muy costosas y que si dejan de existir no hay problema.
Esta visión libertarista del mundo y de la economía está apoyada por su equipo económico, que proviene esencialmente del mundo financiero. Si su crítica a Hillary Clinton era que con ella gobernaba Wall Street, con él es igual.
Finalmente, la interrogante es cuánto podrá concretar de su agenda el presidente electo. ¿Desmantelará las discusiones sobre desarrollo sostenible y cambio climático? Si lo logra, ¿esto hará a Estados Unidos más poderoso? Si echa a todos los mexicanos, ¿las economías de los estados de Texas y Arizona no se verán afectadas? ¿Qué pasará con la agricultura y con la mano de obra barata? ¿Cómo reaccionará el sector automotor de Estados Unidos y Europa si se desarma el Nafta? La ignorancia es osada y está la historia de los años veinte para recordarnos que sí son capaces de salirse de Naciones Unidas y de la Otan, como se salieron en 1921 de la Sociedad de las Naciones, fundada por Wilson en 1919. También son capaces de poner aranceles de 180 por ciento, como lo hizo Hoover en 1930, empujando al mundo a una depresión inconmensurable. Y hay historia escrita sobre las consecuencias de sus actos. Esto sin duda frenará sus pulsiones tanáticas o encenderá luces de alerta en su entorno.
Lo que es irreversible es la liberación de los prejuicios raciales, contra los mexicanos en particular y los latinos en general, y la misoginia. Eso que es irracional está liberado y, junto con un discurso sobre la violencia para los fines “correctos”, puede tener efectos muy perjudiciales.
* Economista peruano, coordinador del Observatorio Económico de América Latina y docente en el Instituto de Investigaciones Económicas de la Unam, México.