Que vuelva la hipocresía – Semanario Brecha
Sobre Homo argentum

Que vuelva la hipocresía

El fenómeno de taquilla de la dupla Cohn-Duprat, protagonizado en reiteración real por Guillermo Francella, divide aguas en Argentina.

Fotograma de la película

En un programa de la cadena TN (Todo Noticias), dos tipos polemizan acaloradamente. Por momentos parece que se irán a las manos. La disputa no es por las últimas medidas del Banco Central ni por la prisión domiciliaria de Cristina Fernández de Kirchner. Hablan sobre una película. Uno es crítico y el otro, director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). El jerarca, luego de defender fervorosamente el filme, emparentándolo con el neorrealismo italiano y al protagonista con Nino Manfredi, reconoce que no lo vio. «Miré tiktoks», dice. Extraordinario.

Tiempo atrás, ubicar políticamente a un argentino era más o menos sencillo: podía preguntarse si la muerte de Nisman había sido suicidio o asesinato o si los desaparecidos fueron 30 mil. De un tiempo a esta parte, es aún más simple. Basta con la alternativa: ¿Francella o Darín?

A cuatro días de su estreno (y con más de 400 mil entradas vendidas), Homo argentum, la nueva película de Mariano Cohn y Gastón Duprat (El hombre de al lado, El encargado), protagonizada por Guillermo Francella, cayó en plena grieta. Más bien del lado libertario de esa grieta. En medio de una crisis sanitaria que se cobró 100 muertos por una partida de fentanilo contaminada y con el equipo económico dejando todo en la cancha para mantener el dólar controlado hasta las elecciones de medio término, el presidente argentino eligió embanderarse con el filme.

LO PRIVADO FUNCIONA, JUAN

Milei reunió a parlamentarios propios y aliados en la Quinta de Olivos, donde dio un discurso sobre la batalla cultural. La velada terminó con la proyección de la película, a la que consideró una obra de arte, una denuncia contra el wokismo progre, la inmunda justicia social y la corrupción de la «casta». Al día siguiente repitió el programa con sus ministros.

En algún momento tendremos que asumir que los argentinos han elegido a un presidente que con frecuencia se comporta como un idiota. No tengo claro si efectivamente lo es o se hace, pero está resultando una táctica muy efectiva en el debate público. Todo el mundo sabe que es prácticamente imposible discutir con un idiota que se maneja entre el fanatismo, las fake news y la convicción de superioridad intelectual.

Como suele ocurrir, al pronunciamiento del presidente se fueron sumando en cascada los de diferentes voceros paraoficiales, desde el ideólogo Agustín Laje hasta el empresario Marcos Galperin, quienes destacaron, además, que la película fue financiada enteramente con capitales privados.

NADIE SE SALVA SOLO

Para el campo nacional y popular, por otro lado, el filme representa el odio por todo lo argentino. Fue tildado de antipatria y misántropo por los más críticos. Se dijo que no hace más que recopilar un conjunto de características odiosas y hacerlas pasar por el ser nacional.

Francella, al distanciarse de los reclamos por la desfinanciación del INCAA, el cierre del Cine Gaumont, etcétera, se transformó en enemigo del pueblo y en los últimos días no hizo más que echar nafta al fuego al declarar su disgusto con el cine «muy premiado, pero que le da la espalda al público», lo que desató airadas reacciones de parte de otros actores y directores.

Por otra parte, hace tiempo que Cohn y Duprat ejercen una militancia «antiprogre», que en su momento tenía más gracia por ir contra la corriente y ahora ya no tanto. (Acá viene mi teoría sociológica de bar: la hipocresía que Cohn y Duprat denunciaron a través de su obra, la impostura de haz lo que digo, pero no lo que hago, pasó de moda, al menos en ciertos ámbitos de poder. Esa sería la buena noticia. La mala es que si antes la corrección política era una fachada para acciones cuestionables de las figuras públicas, hoy lo que se lleva es ser y parecer un hijo de puta. Por mí, que vuelva la hipocresía.)

La discusión desembocó en la (¿falsa?) dicotomía entre el cine de autor y el cine popular y en cómo debe financiarse el arte. En una era de eslóganes y polarización, fue fácil instalar una idea muy sencilla: los artistas son un puñado de chetos de Palermo que pretenden que el Estado les financie sus películas con el IVA de los fideos que comen los niños del Chaco. Es mucho más complejo analizar qué tipo de arte es el cine, lo caro que es de realizar, lo incierto del retorno económico, lo que genera en puestos de trabajo, la promoción de un país y una cultura. En todo el mundo, por diferentes vías, los Estados apoyan la industria audiovisual y, ¡sorpresa!, Homo argentum no fue la excepción, ya que, al contrario de lo proclamado, tuvo financiamiento, no del INCAA, sino del Gobierno de Buenos Aires.

YO SÍ VI LA PELÍCULA

Contaminado por la batalla campal de la vecina orilla, llegué al cine esperando encontrarme con una especie de manifiesto libertario, pero, a medida que se desarrollaban las diferentes narraciones o viñetas, caí en la cuenta de que ideológicamente había de todo.

Es cierto que aparece un improbable cura villero con una burda oda a la pobreza y que el cineasta más hipócrita del mundo, para colmo, es gay, pero también hay un matachorros que a la hora de meter bala se aviva de que no es tan sencillo y un abuelo prejuicioso que queda en órsay por entender cualquier anhelo de justicia social como envidia y resentimiento. Se diría que la película dispara para muchos lados.

Imaginé que era, por un momento, uno de los diputados presentes aquella noche en la Quinta de Olivos, sentado en aquella gran mesa blanca y demasiado vacía para mi gusto. Más temprano había avisado a mi esposa que tenía una reunión de trabajo con el presidente: «Es un plomazo, pero mi nombre en las listas de la provincia no se va a poner solo. Vuelvo lo antes que pueda». Ahora, que Milei lleva un rato hablando y ya dijo por enésima vez que está haciendo el mejor gobierno de la historia, miro el reloj (tuve que dejar el teléfono en la puerta). Cuando supongo que está terminando (menos mal, porque apenas nos dieron agua y unas empanadas y tengo hambre), resulta que hay una sorpresa: «Y ahora les voy a proyectar la mejor película de los últimos 200 años. Una pieza de arte. Una herramienta formidable para la batalla cultural», anuncia el presidente. Es una de Francella. Me quiero matar. Por una vez, mi mujer va a querer lo mismo que yo.

Me pregunto por qué Cohn y Duprat se impusieron tal grado de dificultad: una película estructurada en episodios autoconclusivos, con un mismo actor encarnando los 16 papeles protagónicos y un título que promete una caracterización de la esencia de lo argentino. Es cierto que contaban con Francella, que es muy parecido a la idea que todos tenemos, si no del argentino, al menos del porteño.

El resultado es desparejo; a varias historias parece faltarles un golpe de horno. A veces el tono se queda a mitad de camino entre el retrato y la caricatura. Hay algunos momentos en los que Francella se pone la película al hombro y todo funciona, lo que deja la sensación de que con los mismos ingredientes se podría haber logrado un mejor trabajo.

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