El revuelo por la postulación de la periodista Blanca Rodríguez al Senado en la lista 609 del Frente Amplio (FA) me despertó algunas reflexiones sobre cómo nadan los outsiders dentro de los límites que impone la partidocracia uruguaya.
Arranquemos por algunas nociones intuitivas desde la ciencia política, disciplina por lo general modesta en sus capacidades de generalización y predicción. Los sistemas de partidos son el escenario en el que desarrollan sus papeles los actores privilegiados de las democracias: los partidos políticos. Los sistemas son más que la suma de estas unidades y refieren al patrón de interacciones de competencia y cooperación continuas e iterativas entre las partes.
Bajando a nuestros pagos, Uruguay es una partidocracia, según la definición acuñada por Caetano, Rilla y Pérez en 19871 y compartida hasta hoy. Esto significa que los partidos políticos detentan, estable y firmemente, la «condición predominante» de eje central del sistema político; son configuradores clave del Estado y la vida social del país desde su fundación hasta el presente, en un rasgo singular de la política uruguaya respecto a la región.
Entre las características principales que se utilizan para distinguir a los sistemas de partidos sobresalen la fragmentación (número de unidades relevantes) y la polarización (distancia ideológica entre dichas partes), cuyo análisis permite delinear el tipo de interacciones esperables en el sistema y qué patrones de conducta serán dominantes entre sus agentes. Más allá de las distintas orientaciones, en ciencia política solemos aceptar que estas variables están fuertemente influenciadas por las reglas electorales. Así, las «leyes de Duverger»2 permiten anticipar que, en elecciones de mayoría simple (una vuelta), el sistema tenderá al bipartidismo y que bajo la regla de la mayoría absoluta (doble vuelta) este tenderá al multipartidismo.
Aplicando estas dimensiones, puede afirmarse que el sistema de partidos uruguayo está hoy en un punto de equilibrio de «multipartidismo con competencia bipolar». Más de dos partidos relevantes se organizan en dos grandes bloques: FA y coalición multicolor (CM), siendo el FA más partido que coalición y la CM –obviamente– más coalición que partido, aunque esto seguirá siendo dinámico.
LA INSTITUCIONALIZACIÓN COMO CLAVE
No obstante, para América Latina especialmente, ha existido una tercera dimensión clave a estudiar en aras de comprender el funcionamiento de los sistemas de partidos. El nivel de institucionalización del sistema alcanza umbrales satisfactorios cuando los patrones de competencia son estables, los partidos están enraizados en la sociedad y la volatilidad electoral y los niveles de personalismo son bajos. Durante décadas, su baja institucionalización ha generado incertidumbre y una débil rendición de cuentas entre los gobiernos y la ciudadanía en la región latinoamericana.
La partidocracia uruguaya encuentra aquí una explicación sólida para su singularidad. Nuestro sistema de partidos presenta una alta institucionalización, que no puede interpretarse como inmanencia, sino como notable capacidad de adaptación. El rasgo saliente de la institucionalización a la uruguaya es combinar cambio con continuidad, lo cual se cristaliza en la adaptación de las reglas electorales a las necesidades de la coyuntura histórica vía reformas constitucionales. Los partidos se adaptan, pero también adaptan. Y así abren una ventana al mareo de ese loop infinito de quién prevalece en el tira y afloje entre estructura y agencia: ¿quién determina más los resultados?, ¿los constreñimientos que imponen las reglas o la capacidad de los actores para moverse dentro de esos marcos y eventualmente modificarlos? El huevo y la gallina de las ciencias sociales.
Lo relevante es que el sistema responde a las demandas que plantean los cambios en las correlaciones de fuerza. Estas respuestas influirán, a su vez, en las interacciones a futuro de los agentes. En una partidocracia, siempre hay tiempo para una nueva partida porque los actores son estables. Caso paradigmático fue la reforma constitucional de 1996, que no solo ajustó las reglas del juego electoral, sino que revitalizó la competencia al actualizar el sistema de partidos sin quebrarlo, preservando un multipartidismo dentro de un esquema de dos bloques ideológicamente diferenciados.
UN POCO DE FISIOLOGÍA
La idea de que para sobrevivir los sistemas políticos necesitan mantenerse equilibrados y adaptados al entorno tomando insumos de la sociedad –demandas y apoyos– y procesándolos a través de las instituciones políticas para generar productos –decisiones y políticas– en un proceso de retroalimentación constante fue introducida por el enfoque sistémico de Easton3 en los años cincuenta.
Pidámosle una mano a la fisiología para pensar mejor este asunto, tomando prestado el concepto de homeostasis:4 proceso por el cual un organismo vivo mantiene un equilibrio interno estable a pesar de cambios en el entorno externo. Así se regulan cosas como la temperatura corporal: si hace calor afuera, el cuerpo suda para enfriarse y que el organismo pueda seguir funcionando correctamente a pesar de los cambios en el entorno. Sin intercambios con el exterior, aumenta la entropía (o desorden interno), el organismo pierde funciones vitales y, eventualmente, muere.
Aplicar esta noción a los sistemas de partidos puede ser perturbador, como dan fe tantos sistemas de partidos latinoamericanos colapsados en las últimas décadas. En la partidocracia uruguaya, la homeostasis política sería la capacidad del sistema para mantenerse estable y funcionando, respondiendo a las demandas y las presiones externas cambiantes e integrándolas para reforzar su legitimidad, cohesión interna y capacidad de gobernar y lograr nuevos equilibrios en los cuales reproducirse y permanecer relevante.
La estabilidad del sistema nunca es sinónimo de inercia, sino de adaptación constante para ordenar el descontento del ambiente mediante el auge o la remisión (que no muerte) de los partidos prexistentes e incluso con la creación de otros nuevos. Esa es la institucionalización adaptativa, homeostática, que lo mantiene tan partidocrático. Pero tampoco todo es unicornios y arcoíris. La partidocracia uruguaya afronta desafíos contemporáneos de representación y transparencia urgentes. Solo por pincelar algunos y sin ánimo de hacerles justicia: la representación política de las mujeres, la transparencia en el financiamiento de la actividad partidaria y el clientelismo desbocado a nivel subnacional.
¿Y DE OUTSIDERS CÓMO ANDAMOS?
Buena parte de los problemas de baja institucionalización de los sistemas de partidos latinoamericanos responde al protagonismo preponderante de outsiders.5 Estos actores surgen fuera del establishment político tradicional y carecen de vínculos orgánicos con las élites partidarias y las instituciones de gobierno. Los que más ruido hacen son aquellos que buscan canalizar el desencanto popular para desafiar el statu quo, posicionándose como alternativas electorales disruptivas a los partidos «del sistema» (llámeles la casta, si gusta).
Mientras que en muchos países latinoamericanos las salidas a las crisis del neoliberalismo, primero, y del progresismo, después, las encabezaron outsiders (los Chávez, los Milei) con vocación de arrasar sus sistemas políticos, nuestro sistema de partidos homeostático ha sabido manejar estas coyunturas críticas como un junco que se dobla, pero siempre sigue en pie. El FA ya era un partido del sistema capaz de canalizar el descontento y ser recambio dentro del sistema en 2004. El Partido Nacional y el Partido Colorado lograron mediante la CM manejar el agotamiento de 15 años de gobierno del FA (con el consecuente descontento social ante problemas como la inseguridad) e, incluyendo al recién nacido Cabildo Abierto, fueron recambio sistémico en 2019.
Pero, de cualquier forma, históricamente la política uruguaya ha estado bien nutrida de outsiders variopintos, de los más respetados a los más extravagantes. Una lista exhaustiva sería tediosa, pero como muestra anecdótica de apellidos que dejaron alguna huella desde mediados del siglo pasado para acá: Nardone, Seregni, Pacheco, Vázquez, Astori, Novick, Talvi, Sartori, Manini, y se podría seguir. Las Fuerzas Armadas, la academia, los medios de comunicación y el empresariado son algunos de los semilleros de figuras interesadas en dar el salto a la política, con más o menos suceso evidente.
A esta altura, es imaginable cómo funciona, según mi visión, este fenómeno en el Uruguay homeostático. Abriendo el paraguas, mi hipótesis es que, de aquellos outsiders que se han acercado a la política con ánimo de bombardear el sistema desde aventuras netamente personalistas, casi que ni nos acordamos. Del otro lado, tienen mejores chances de entrar y trascender quienes apuestan el capital social ganado en su ámbito de referencia poniendo la popularidad, el prestigio y la cara al servicio de una estructura partidaria prexistente y recibiendo a cambio el respaldo caluroso de la militancia, el saber hacer de los dirigentes de la vieja escuela, el despliegue territorial de los operadores políticos locales y todo el equipaje que acarrea un partido establecido, con su durazno y su pelusa. Hay que fijarse nomás en dos figuras equiparables (salvando la distancia en dólares) como Edgardo Novick y Juan Sartori durante las elecciones de 2019. Uno se inventó un partido, ni siquiera lo pudo cuadrar y, así como vino, se fue. El otro, con infinitos recursos para intentarlo, declinó hacer la personal, jugó por adentro del sistema y ahí está, vivito y coleando como político profesional de pleno derecho.
Siempre ha habido y habrá outsiders golpeando la puerta de la partidocracia uruguaya. La reseñada notable capacidad del sistema para equilibrar cambio y continuidad anima a entornarla y permitir que se beba con moderación:vino nuevo en odres viejos, en criollo bíblico. Si llegan atentos a la homeostasis, tendrán mejores cartas en su baraja.
Dada su trayectoria, y viendo el cuidado por los gestos y los simbolismos con que se gestionó su flamante desembarco en el FA, todo hace indicar que Blanca Rodríguez tiene claras estas reglas de juego y se sienta a la mesa pisando sobre seguro. De ahí a querer pronosticar su futuro, ya lo decía Maquiavelo, padre de la ciencia política: apenas la mitad de lo que hacemos depende de nuestras virtudes y la fortuna controla al menos la otra mitad. O, como lo canta Jaime, «hacia dónde y hasta cuándo, esas son cosas de Dios». Y no de politólogos, por suerte.
* Politólogo y magíster por la Universidad de Londres.
- Caetano, Rilla y Pérez. «La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos», Cuadernos del CLAEH, 44(4), 37-62, 1987.
- Duverger, M. Los partidos políticos, 1955. México, Fondo de Cultura Económica.
- Easton, D. The Political System: An Inquiry into the State of Political Science, 1953. Nueva York, Alfred A. Knopf.
- Introducido por el fisiólogo Walter Bradford Cannon en la década de 1920, con base en trabajos de Claude Bernard del siglo XIX.
- Mainwaring, S. y Scully, T. (Eds.). Building Democratic Institutions: Party Systems in Latin America, 1995. Stanford University Press.