La traducción del título original del presente estreno, que se leería como “Los chicos y Guillaume vengan a la mesa”, resulta bastante más explícita que cualquiera de las alusiones que pueda provocar la denominación elegida para la distribución local. En la actitud de los familiares de quien narra esta historia se encuentra el punto de partida de un conflicto que se extiende a casi todo el mundo que se cruza en el camino de un Guillaume cuya ambigüedad hace que hasta su mismo padre lo confunda muchas veces con su mujer. Sabido es que, además de hombres con algunos rasgos femeninos y mujeres que parecen pertenecer al otrora llamado sexo fuerte, también hay seres cuya identidad provoca diferentes grados de confusión en sus interlocutores. Sin embargo, el asunto que la película prefiere enfocar es que, habida cuenta de las confusiones que un ser humano es capaz de despertar en cuanto a cuál de los sexos –que el lector decida cuántos hay– pertenece, si el punto fuese tan importante debería afectar en primer e indiscutido lugar al sujeto en cuestión, que por cierto tampoco eligió haber nacido de tal o cual forma. Casi todo eso que afecta al “causante” de las confusiones de los demás nutre entonces una historia escrita y dirigida por Guillaume –las casualidades nunca vienen solas– Gallienne, quien, aparte del papel protagónico, se reserva el de su progenitora, una elección que, de cierta manera, llama la atención sobre casos que no despiertan la curiosidad malsana de la sociedad. La película quiebra asimismo una lanza en favor de aquellos cuya sexualidad se reprime por distintos motivos, entre los que, faltaba más, se hallan los que causa una sociedad que en pleno siglo XXl asfixia y condiciona a los “diferentes”, sin reparar en las indudables diferencias que hay entre todos y cada uno de los seres humanos.
Lo que le sucede a este Guillaume lo deberá descubrir cada espectador a lo largo de un relato que el responsable desarrolla a partir del monólogo que el personaje, un actor de teatro, pronuncia con el fin de contar lo que le sucede. Una serie de vivencias que involucran a familiares, amigos, compañeros, enseñantes, psicólogos y meros pasantes se encarga así de recordarle a la platea el papel que, en realidad, juega el mundo exterior cuando a éste se le ocurre que por allí anda un “diferente” que vale la pena –pena, sí, es la palabra– destacar. Una permanente ironía reina en las imágenes y los diálogos que Gallienne sabe administrar con la melancolía que merecen y sin hacer caso a las inoportunas demandas de ritmos trepidantes de algún cine moderno, quizás más actual pero, en definitiva, olvidable. Recordable, en cambio, es la labor interpretativa de Gallienne, quien da a entender la mayor parte de lo que experimenta su protagonista sin necesidad de decirlo y además se da el lujo de encarnar a la madre de tal personaje con una autenticidad sorprendente. El afinado elenco incorpora además a la siempre bonita Françoise Fabian componiendo a una abuela llamada a probar que hasta en las generaciones anteriores afloran detalles que ayudan a explicar y entender el complicado tiempo presente, que no debería ser tan complicado.
Les garçons et Guillaume à table. Francia/Bélgica, 2013.