El ratón parió una montaña - Semanario Brecha

El ratón parió una montaña

A Napoleón cabe agradecerle el inicio del proceso independentista hispanoamericano, y a la vis inquisidora de un ex intendente el flamante libro de reflexiones del artista plástico Óscar Larroca.1 Esta charla con él aspira a ser un tráiler para lectores en gateras.

Foto: Hernán Colombo Abot

—¿A qué apunta el título Bisagras y simulacros?

—Simulacros refiere a la importancia de las imágenes en el mundo contemporáneo, la fuerza de lo visual en momentos en que la tecnología y la alta definición lo han llevado a cotas inimaginadas, y bisagras a esa línea intermedia que separa el deseo de la cosa deseada, el simulacro de la realidad, la realidad de la ficción.

—¿El arte mantiene validez como categoría de pensamiento?

—Sí, el libro surge como necesidad de compartir pensamientos, más que como afición literaria.

—Luego de una extensa y multipremiada trayectoria como artista plástico, ¿por qué conservás ganas de librar batallas analíticas?

—Creo que toda mi reflexión en torno a las artes plásticas nace de un episodio desgraciado que me tuvo como protagonista y que este mes está cumpliendo 30 años. Me forzó, en el buen sentido, a investigar a fondo la problemática de la imagen y sus dificultades de aprehensión y comprensión, la simbología que contiene, su mayor o menor inocencia. A partir de ese momento comencé a estudiar e investigar en forma autodidacta estos temas, y este libro sintetiza los últimos 20 años de esa tarea, que fui deslizando, esporádicamente, en mis colaboraciones para El País Cultural, Brecha, algunas publicaciones de Sandino Núñez y la revista de artes plásticas La Pupila, que coedito hace siete años.

—El episodio es el de la censura que te propinó un ex intendente de Montevideo.

—Sí, fue en agosto de 1986, las entonces autoridades municipales nunca hablaron de censura pero me obligaron a retirar de exhibición dibujos en grafito porque entendieron que la mayoría eran pornográficos y atentaban contra “la moral media de los uruguayos”, recuerdo la frase textual. De todos modos pude exhibirlos unos meses después.

—¿Dónde?

—En una sala de la Biblioteca Nacional, gracias a diligencias de la entonces ministra de Educación y Cultura, Adela Reta, y de miembros de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación.

—Interesante ese grado de incompatibilidad entre figuras del mismo partido político, que llevó a una a enmendarle la plana, públicamente, a la otra.

—Te diría que el asunto cortó transversalmente a todo el espectro político, con voces a favor y en contra en todas las tiendas. En repaso veloz de figuras que apoyaron la muestra puedo citarte a Julio María Sanguinetti, Jorge Batlle, Adela Reta, Rodney Arismendi –con un alegato muy fuerte–, Liber Seregni… El rechazo mayor provino de sectores pachequistas.

—¿Qué tenían, las obras, de pornográfico?

—Eran desnudos masculinos y femeninos, y escenas de relaciones sexuales, pero casi todos los participantes estaban maniatados con vendajes, en referencia a la opresión de la dictadura. En ningún momento aparecían caras, o piel, eran más bien “paquetes” que permitían adivinar, en una atmósfera violenta, lo que ocultaban.

—¿Que inflexión psicológica te permitió desviar el esperable archivo del atropello hacia una actitud problematizadora?

—Pensé: “¿Es posible que mi propuesta de metaforización haya derivado en pornografía?”. La duda me llevó a indagar en abordajes psicológicos y filosóficos el problema de la libertad del autor, la sublimación de las ideas, etcétera; quizás si no hubiese padecido esa censura habría continuado por el andarivel de la producción artística, sin pasarme al de la teoría del arte.

—Con lo cual debemos agradecer al censor el nacimiento del crítico.

—En buena medida sí (risas), pero ojo, a los 14 o 15 años ya publicaba artículos sobre arte en modestas publicaciones, mientras alimentaba el sueño de la revista propia, que por suerte pude concretar. Así que el crítico, en germen, ya estaba.

—Vuelvo a la inquietud sobre por qué una violencia generó un compromiso de trabajo, en lugar de un olvido veloz.

—Me agarró con 23 años; si hubiera tenido 40 quizás lo hubiese tomado como reglas de juego normales. Lo cierto es que el asunto me angustió y para salir del brete de la angustia y la culpa por una obra que realicé con mi mayor honestidad intelectual, no encontré mejor herramienta que la lectura, la investigación sobre el arte y sobre mí mismo.

—¿Qué descubriste, a ese respecto, en el proceso de selección de este libro?

—Que había textos muy mal escritos, urgidos de estereotipos, y también ensayos frescos, redactados por un crítico inconformista. Una preocupación central del libro es la ausencia de sentido crítico en la academia, en el sistema político, en la sociedad; y en cada una de sus esquinas aparece mi maestro, Manuel Espínola Gómez, como anécdota o como exquisito acompañante de mis riesgos.

—Una anécdota de tu niñez indica que a los 3 años dibujaste el reloj despertador de tus padres, agregándole rayitas. ¿Por qué agregabas tiempo al tiempo?

—Es muy linda esa interpretación de algo que recuerdo vagamente, salvo porque fue el primer dibujo que llamó la atención de mis padres.

—Lo pregunto por la relación con el tiempo del Larroca adulto.

—Del tiempo me aflige la aceleración de deterioros que vivimos. Los ensayos del libro son una forma de exorcizarlos.

 

  1. Bisagras y simulacros. Ensayos escogidos 1997-2015, Óscar Larroca, Estuario Editora, Montevideo, 15-VII-16. En la presentación del libro en el Museo Nacional de Artes Visuales, el 19 de agosto, acompañaron al autor Verónica Panella y Soledad Platero.

 

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