Japón ha sido pionero en la materia, pero ahora es seguido de cerca por la nueva superpotencia económica: China. La noticia de la agencia Xinhua dice que cuatro robots son las nuevas “enfermeras” del Hogar de Ancianos Felices número 9, de Shangái, un centro de exhibición de servicios geriátricos y entretenimiento. Los robots pueden conversar, bailar, cantar y entretener. Si les gritan, los robots responden “También tengo sentimientos”.
El 15 por ciento de la población del dragón supera los 60 años, lo que equivale a la friolera de 212 millones de personas. Cifra que crece sin cesar. Dun Xiangming, profesor del Instituto de Robótica de Shanghái, de la Universidad Jiao Tong, recordó que “la generación más joven no quiere brindar cuidados”, sobre todo en un país superpoblado de hijos únicos. La solución son las máquinas inteligentes.
El robot Tami 118 puede vigilar los signos vitales y recordar a los residentes que tomen sus medicamentos, según dicen los ejecutivos de la compañía de Beijing Tami Intelligence, y cuesta alrededor de 15.800 dólares. Una cifra que indica que todavía son un lujo, pero es evidente que su precio bajará con la masificación.
Los robots tienen 40 centímetros de alto y pesan tres quilos, hacen rondas y envían imágenes a los enfermeros humanos, también pueden abrir puertas y ventanas si la sala está muy caliente. Los propios fabricantes reconocen que las enfermeras requieren años de capacitación para cumplir su tarea, por lo que un robot debe ser “interactivo, confiable y seguro”, añade Dun.
Por ahora no son pocas las quejas de los usuarios, que a menudo devuelven el robot al fabricante para que lo perfeccione. Los industriales por su parte apuestan a que el “desarrollo de la ciencia cognitiva y computacional permitirá robots más inteligentes”.
Wang Zhen, presidente de la junta directiva de Hogar Feliz, va más lejos, al punto de insultar la sensibilidad humana: “Los robots son compañeros”.
Si las políticas de cuidados que impulsan al unísono el Banco Mundial y los gobiernos del mundo, entre ellos los llamados progresistas, consisten en conceder a los robots la tarea de cuidar a los seres humanos, es porque no se ha comprendido que el principal cuidado son los afectos. Hablar y escuchar, tocarse y acariciarse (para quien lo haya olvidado por escasa práctica, se trata de un ejercicio que consiste en rozar piel con piel con ternura y cariño), son vínculos insustituibles sin los cuales la vida nuda (vida desprovista de sus atributos, como reflexiona el filósofo Giorgio Agamben) no tiene el menor sentido.