No existe la menor duda. El personaje resulta ya tan clásico como para quedar incorporado a cualquier conversación en la que se mencione a alguien como muy fuerte y fornido. Ni al propio autor de la novela, el estadounidense Edgar Rice Burroughs, allá por 1913, se le ocurrió alguna vez imaginar la repercusión que la historia original y sus infinitos derivados tendrían durante tantos años. En la pantalla, desde un lejano 1918, Tarzán sería interpretado por una larga lista de atléticos sujetos entre los que figuran Elmo Lincoln, Johnny Weissmuller, Herman Brix, Buster Crabbe, Lex Barker, Gordon Scott, Jock Mahoney, Ron Ely y Christopher Lambert, sin olvidar a Totò, el inefable y maravilloso comediante napolitano en la parodia Totò Tarzán de la década del 50.
A esta altura de los acontecimientos no cabe tampoco vacilar acerca de la importancia de la figura del hombre mono, tanto desde el punto de vista de la ecología –el héroe vale como todo un pionero en lo referente a vivir en armonía con plantas y animales– como de la integración de las diferentes razas, características que vuelven a sobresalir en la presente aventura, donde el ahora “civilizado” y aposentado Tarzán (el sueco Alexander Skargárd) y, por supuesto, su esposa Jane (Margot Robbie) dejan atrás las comodidades europeas para regresar al Congo (Belga, claro) de modo de detener las inescrupulosas explotaciones mineras y un verdadero nuevo tráfico de esclavos emprendidos por los villanos de turno. La vuelta del héroe y su mujer a la tierra en la cual se conocieron hace que ambos, en un abrir y cerrar de ojos, se sientan como en casa, listos a luchar para que sus amigos nativos recuperen la paz perdida. Por más que la película de David Yates se tome la licencia de situar el relato a fines del siglo XIX, acudir al innecesario apoyo de las 3 D, efectuar alguna artificiosa toma en cámara lenta, emplear de forma algo abusiva las facilidades de los efectos especiales en el caso de la estampida de los animales con que culmina el asunto y a exagerar los atributos físicos y la fortaleza de una figura central de un rango cercano a Superman, el entretenimiento, otra vez, funciona, sin que importe demasiado la edad de quien se sienta en la platea, puesto que es sabido que todos escondemos en nuestro interior un niño que, por cierto, alguna vez jugó a ser Tarzán. A favor de la fórmula de Yates, cabe agregar entonces, cuentan la agilidad que le impone al desarrollo de la aventura, el aprovechamiento del paisaje, la desenvoltura de Skargárd y Robbie, así como de los más ilustres Samuel L Jackson y Christoph Waltz que andan por allí, y el énfasis en la óptima relación de la pareja central con los nativos y en el disfrute de la vida en contacto con la naturaleza. A pesar de que la mona Chita falte a la cita, no es poco para estos materialistas tiempos de consumo exacerbado y tarjetas de crédito disparadas a mansalva.