“Pasacalles de largada
los boliches de Garzón
hirviendo en presagios y apuestas.
Caramañolas, morral de la fiereza.
Corazones que explotan de tanto bombear”
“El viento en la cara”, Fernando Cabrera.
Era la Semana de Turismo del año 1997 y se corría la tercera etapa de la 54ª edición de la Vuelta Ciclista del Uruguay. El tramo de 175 quilómetros unía la ciudad de Lascano con Melo. Los candidatos eran Milton Wynants (Nacional) y Federico Moreira (Club Ciclista Fénix). El primero era el defensor del título obtenido un año atrás, donde Moreira había salido segundo. Éste, a su vez, había resultado ganador de Rutas de América unas semanas antes. Se esperaba para esta edición un verdadero duelo de ciclistas.
Joaquín Telis era el líder del equipo de trasmisión de la Vuelta Ciclista para radio Sport, integrado por más de 30 personas. Temprano en la mañana, luego de analizar las posiciones de la etapa anterior y planificar el trabajo para la nueva jornada, los relatores comenzaron a aprontarse en sus puestos. Ricardo Acevedo, operador de móvil, fue el primero en arrancar. Salió una hora antes de la largada a colocar su torre de trasmisión en el paraje Cerros de Amaro, en ruta 8, quilómetro 324, departamento de Treinta y Tres. Para él la Vuelta Ciclista había arrancado varios meses antes.
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Previo a que la telefonía celular se hiciera masiva en Uruguay, las trasmisiones de radio de la Vuelta requerían una gran ingeniería y destreza. Los relatos se hacían con trasmisores Vhf, que se instalaban casi que corriendo una carrera de postas. El móvil 1 era el principal, el vehículo en donde se ubicaban el relator, un comentarista, un locutor de comerciales y los técnicos. Ellos llevaban el ritmo de la carrera. Una antena que viajaba sobre el techo del vehículo recepcionaba lo que trasmitían sus compañeros desde los otros móviles. Un segundo auto era el encargado de seguir al malla oro, y otro se quedaba al final de la carrera e informaba sobre los rezagados, pinchaduras o algún accidente. Dependiendo de la ocasión, también se utilizaban una o dos motos que funcionaban como móviles rápidos, acompañando a los escapados, y cumplían un papel fundamental en la llegada.
Ya en las cabeceras (largada y llegada de la competencia) había un móvil más con un operador encargado de emitir la señal que salía por la Sport o alguna de las repetidoras.
La potencia del móvil 1 nunca era suficientemente fuerte como para enviar la señal a las cabeceras de la carrera, por lo que cada 30 quilómetros se colocaban “torres de trasmisión” (cualquier cosa que se elevara unos metros sobre la superficie del suelo: postes de teléfono, columnas de algunas porteras) que reenviaban la señal por teléfono al centro de control. La ubicación de estos puestos ya estaba prevista hasta dos meses antes, y era Antel la empresa que disponía “dos pares de cables pelados” junto a cada torre –uno para Radio Sport y otro para Cristal– para lograr la conexión necesaria.
Acevedo, utilizando referencias inciertas y bastante ingenio, debía localizar los cables dejados por Antel en algún punto de la ruta y treparse a la torre. “Una vez arriba –recuerda ahora–, subías la antena con una cuerda y la orientabas hacia donde venía la carrera. El móvil 1 trasmitía con una antena Vhf que estaba arriba de la camioneta, y vos recepcionabas lo que mandaba. A través de un cable coaxial lo bajabas a un handy y desde ahí salían dos cables pelados que los conectabas a los de Antel, y eso iba a la central de control.”
Encontrar los puestos colocados por la empresa telefónica sin duda era lo más complejo, porque si bien los lugares estaban definidos y marcados en un mapa con alguna referencia visual, su ubicación no se chequeaba previamente. Además la tarea no resultaba tan fácil cuando el que tenía que subir a la torre, muchas veces tambaleante por el viento, era un hombre de cien quilos, apurado por el mensaje que enviaban sus compañeros y que antecedía la salida al aire: “Atento torre de control número 1”. Parte de lo rudimentario de las trasmisiones de radio estaba en que las comunicaciones muchas veces se hacían durante la propia emisión. La audiencia poco entendía de esa cantidad de voces con referencias que se superponían al relato.
Mientras, 30 quilómetros más adelante ya se había instalado otra torre, pero aún faltaba una tercera. Así que cuando desde el estudio le indicaban que la señal la aportaba la segunda torre, Acevedo debía desarmar todo, salir a gran velocidad, pasar a la caravana de ciclistas y llegar al tercer puesto de trasmisión para repetir el procedimiento.
“Anécdotas hay miles”, dice Acevedo, mientras busca en su memoria las más jugosas. “Una vez estábamos yendo para Rocha y me dijeron que en la entrada a Pueblo Garzón tenía una línea, pero nunca la encontré. Fui y vine dos veces, me metí en el pueblo y nada. Finalmente, cuando pasó la caravana me dijeron dónde estaba, era una cabina en una casa que decía Antel, pero era imposible que la viera desde el auto, en la ruta.” Ese tramo de la carrera no pudo ser trasmitido por el móvil y debió ser “construido” desde los estudios hasta que el móvil principal obtuvo señal.
En otra ocasión, “viniendo de Artigas hacia Salto, pasamos por un paraje de no más de mil habitantes, Pueblo Sequeira, y no podíamos trasmitir porque me había quedado sin batería en el handy, eran las 10 de la mañana y estábamos trancados ahí. La única opción que se me ocurrió fue hablar con el comisario del pueblo y preguntarle si podíamos utilizar la antena del destacamento para conectarla a mi móvil. Y me dijo que sí. Ese día Pueblo Sequeira estuvo desaparecido del mundo porque estábamos trasmitiendo la Vuelta”.
LA MAGIA DEL RELATO. Durante la semana de la Vuelta la radio asume una importancia tal que hasta a quienes trabajan en la trasmisión se les hace difícil calibrar. Sólo cuando llegan a las capitales departamentales y ven “ese mar de gente” esperando a los competidores se dan cuenta de lo que lograron. Para relatar una vuelta se necesita un buen equipo técnico pero también idoneidad para mantener (y contener) la euforia, y generarle al oyente una expectativa que lo mantenga atento por tres o cuatro horas.
Joaquín Luis Sequeira fue relator de la Vuelta Ciclista entre 1992 y 2005, y recuerda sus vivencias con mucha pasión. En la mayoría de los casos le tocó relatar desde el móvil principal; era el encargado de ser la voz de los acontecimientos más importantes que pasaban en la carrera. “Por momentos se complicaba, había quilómetros en los que en el pelotón no pasaba nada, eran 60 hombres corriendo parejo y era difícil sostener el relato. Entonces nos agarrábamos de algunos recursos, hablábamos del gaucho al costado de la ruta con la bandera de Uruguay, de los niños de las escuelas rurales, de los cerros, o simplemente de la historia de algún ciclista importante.”
También sucedía –así lo confirman varios consultados por Brecha– que se generaban algunos episodios no del todo reales. Es que los testigos de los hechos en el medio de la ruta eran muy pocos. Construir una escapada que en realidad no era tal o sugerir conversaciones entre los integrantes del pelotón era algo común. El libro Vivencias de la Vuelta, de Héctor Regueiro, presenta una anécdota casi fantástica: un ciclista se escapa y le saca una buena distancia al pelotón, pero en determinado momento pincha y, según el relator, su equipo “le cambia la rueda en el aire”, sin que el ciclista tenga que parar. Testigos del hecho: pocos y difíciles de encontrar.
Walter Rodríguez relató la vuelta desde 1989 hasta 2014. Recuerda la fecha en que comenzó porque “fue cuando murió Zitarrosa, me acuerdo de que entrando a Montevideo el pelado (Jorge) Crosa hizo una semblanza que me erizó en pleno relato”.
Rodríguez también es testigo de estas “mentiritas” que se hacían en la Vuelta para generar tensión. Él fue responsable de varias. Comúnmente trabajaba en la moto y era el que salía con los escapados. Recuerda que en una ocasión, cuando se corrió un premio La Cima (o Sprinter, no lo recuerda bien), el locutor comercial estaba saliendo al aire, así que luego se arrimó al móvil 1 y recreó el momento, con una diferencia de varios minutos. “Siempre respetaba lo que sucedía, pero a veces le ponía un poco de color.” Ricardo Acevedo dice que una vez un locutor de los que iban en moto les pidió a los ciclistas que corrieran de vuelta un embalaje porque se lo había perdido, los corredores accedieron, siempre manteniendo las posiciones originales en las que habían salido.
Rodríguez se ríe cuando recuerda relatos en los que el locutor de la camioneta decía: “Acá estamos pasando por tal pueblo con gente con banderas, y sentada al costado de la ruta hay un montón de gente”. Y él en ese momento veía sólo una pareja mirando la caravana pasar al costado de la ruta. “Se construía mucho el relato, era muy divertido.”
En algunos lugares por donde pasaba la Vuelta ésta era sin dudas un evento único en el año. Una caravana de ciclistas seguida por más de cien autos, a toda velocidad, no era algo de todos los días. La gente decía: “Vi a Federico, o vi a Asconeguy, y era imposible que se dieran cuenta, todo era muy rápido”, recuerda Rodríguez.
Cada relator tenía su estilo y también sus muletillas. Seguramente algunas penetraron en la audiencia más que otras. Muchos de los que siguieron la vuelta recuerdan a Isidro Alberto Záccara con su creatividad en el relato y frases como “Lindo, lindo, lindo”, que quedaron en la memoria colectiva. Rodríguez se había inventado algunas: “Se armó el trencito”, “Se sacudió el cocotero” (cuando empieza a separarse el pelotón), o “Se dan a morir, a tumba abierta”. Sequeira recuerda otras que utilizaba: “El pelotón lo tiene en la mira” o “Esa serpiente de colores”, en referencia al pelotón.
CONOCER DE CICLISMO. Walter Rodríguez se inició en el deporte lavando las caramañolas de los ciclistas del Club Ciclista América cuando era niño, luego hizo el curso de comisario deportivo, para posteriormente relatar ciclismo todo el año: La Vuelta de la Juventud, Rutas de América, 500 Millas del Norte, y “las domingueras” (carreras más pequeñas entre dos ciudades). Su experiencia lo hizo conocer de cerca a los ciclistas, al punto que cuando había un pelotón podía nombrarlos uno a uno, los distinguía por su ropa, por la bici o por la forma de pedalear. “Me acercaba en la moto y comenzaba a nombrar a los competidores que iban en el pelotón. Entonces me pasaba que los propios ciclistas me decían: ‘Vo, Walter, me salteaste a mí’.”
El aporte de las radios terminaba siendo clave para los comisarios deportivos. En más de una oportunidad, cuentan los más experientes, los locutores o comentaristas fueron consultados sobre el resultado final de una definición reñida. “Llegaban pegados uno al lado del otro y era muy difícil determinar quién ganaba, y nadie quería ser injusto con el esfuerzo de un ciclista”, asegura Sequeira.
Una de las partes más emocionantes del relato, cuentan sus cronistas, era cuando el pelotón salía a la captura de los escapados. “Era algo estratégico, comúnmente los que cinchaban para que esto sucediera eran los miembros del equipo del malla oro, que no querían que su compañero perdiera el liderazgo en la clasificación general”, recuerda Sequeira. Rodríguez era el responsable de adelantarse en la moto para tomar el tiempo de diferencia entre los escapados y el pelotón. “¡Referencia en el camino! –señalaba animosamente el relator en el móvil 1–. Dentro de un quilómetro Walter va encontrar un cartel verde con un molino.” Hasta ahí llegaba Walter con su moto y esperaba el paso de los punteros. Rodríguez se comprometía tanto con la explicación de ese momento que adoptaba una posición de comentarista, y con la misma euforia, como si estuviera relatando en ese momento, decía: “¡Dos minutos 20 segundos disminuye la diferencia de los punteros; se juega la malla oro!”.
En aquel 1997 Federico Moreira ganó su quinta Vuelta del Uruguay y se consolidó como ídolo. Todos los relatores recuerdan a este ciclista como una de las máximas figuras del deporte en Uruguay, y tienen presentes muchas anécdotas de sus carreras. Sequeira recuerda algo que sucedió ese año; la llegada era en Montevideo1 y Moreira se había escapado solo. El relator tenía un puesto clave ubicado en el Palacio Legislativo, y cuando le pasó Moreira por delante, poseído por la adrenalina del relato, le salió un: “¡Federico que lo parió!”.
- Este año por primera vez la Vuelta Ciclista del Uruguay no termina en Montevideo sino en el Costa Urbana Shopping, de Canelones. La razón: un acuerdo entre la Federación Ciclista Uruguaya y la Intendencia de Canelones.
El famoso silbido de la Vuelta
Carmelo Gaitán, un ex ciclista que trabajaba en CX 18, Radio Sport, sugirió en 1949 que era necesaria una canción para promocionar el evento ciclístico que tenía apenas diez años de vida. La solicitud le llegó al director musical Walter Alfaro, que empezó a buscar entre los discos de pasta que le llegaban, obsequio de la embajada de Estados Unidos, algo que diera con el espíritu que se quería trasmitir. Así fue que encontró “Betty, la colegiala”, escrita en 1930 por un estudiante de la Universidad de Yale llamado Rudy Vallée.
Víctor Soliño, letrista de la mítica Troupe Ateniense, escribió la letra de lo que sería la “Marcha de la Vuelta”:
“Desde un extremo al otro de la patria
el pueblo vibra en un clamor triunfal
al desfilar la airosa caravana
que forman los campeones del pedal.
Una canción de acento jubiloso
que habla de frente con ardor y rectitud.
Hasta la gloria del mejor claro ideal
que premia el corazón de la juventud”.
Según el relato que figura en el blog La galena del Sur, Alfaro formó el coro con los funcionarios de la radio e invitaron al tenor Giovanini, del Sodre, para que hiciera el solo. Durante el armado de la grabación, Alfaro advirtió que la letra de Soliño no cubría toda la parte musical; aunque Giovanini la repitiera, faltaba algo. Y la solución fue silbar ese trozo de la música.
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