La publicidad, innoble por naturaleza, encuentra en el escándalo programado un viejo e infalible truco. Lanzar la “ofensa” con la retractación ya prolijamente redactada sigue mostrándose efectivo. Es el caso emblemático de Urban Outfitters, marca de vestimenta considerada como el “paraíso de los hipsters” y que cuenta con una larga lista de prendas polémicas en su historial. Jugar en el vértigo de la ofensa es, de hecho, el redituable chiste de la firma y de quienes se abastecen de ella. Tras cada pedido de perdón, los creativos de la marca ya están relamiéndose con algún nuevo trapo cargado de ironía vintage y cinismo espanta viejas.
La última prenda de la discordia es una remera color rosa con el logo de la Universidad de Kent State, en Ohio, regada con manchas de sangre: el 4 de mayo de 1970 esa universidad fue víctima de un atentado policial que incluyó un tiroteo en medio del campus durante una protesta contra Nixon y su expansión a Camboya, en tiempos de la guerra de Vietnam. La balacera se llevó cuatro vidas y dejó decenas de heridos. Tras la protesta de las autoridades de la universidad y de los familiares de las víctimas la marca de Filadelfia retiró del mercado la remera y se defendió aduciendo que las manchas en la prenda no intentaban emular sangre sino que formaban parte de una serie vintage de camisetas “desteñidas por el sol” y que el rojo final resultó de una pérdida del color original durante el proceso industrial. Antes, Urban Outfitters había ofendido a los irlandeses, a las mujeres con sobrepeso, a asociaciones que trabajan con la depresión y a la comunidad judía, colectividad comprensiblemente sensible y vigilante ante el poder de la simbología.
No hace mucho le tocó el turno a Zara, la firma española, también por una camiseta. Una remera para niños con un estampado de franjas horizontales y una estrella de seis puntas fue leída por la comunidad judía como un guiño a los uniformes de los campos de concentración nazis: tras las protestas, la remera fue inmediatamente retirada del catálogo de ventas.
No faltan quienes señalan que en la propia “sobrecustodia” de cualquier irrupción asociable a la simbología nazi es que reside precisamente la resistencia y longevidad que parecen mostrar esos símbolos; un argumento polémico, aunque atendible. En cualquier caso la propia colectividad judía debió probarse en la autocrítica en el todavía activo capítulo con Palestina, cuando algunos soldados del ejército israelí, y varios civiles judíos, comenzaron a vestir una remera con el dibujo de una diana sobre una palestina embarazada y la consigna “1 shot, 2 kills”. Algo de un orden bien distinto, es cierto, otra gravedad, otro problema y ninguna marca detrás que se retracte. Pero la condena se mostró esta vez redobladamente furiosa. Seguramente porque la vigilancia simbólica pide que sus más insistentes “vigilantes” empiecen por dar el ejemplo.