La justicia social ha sido uno de los temas fundacionales de la filosofía política. Articulada sobre la idea de cómo nos tratamos unos a otros desde la perspectiva de las instituciones, probablemente sea uno de los tópicos que más debate han generado en las últimas cuatro décadas. Esto nos ha dejado con un escenario en el que se cuenta con teorías precisas, elegantes, sofisticadas y capaces de absorber y articular las demandas emergentes, pero con una escasa o muy pobre capacidad de ser aplicadas en las sociedades reales, y por ello la traducción al mundo constituye una de las tareas que tiene la filosofía política contemporánea, especialmente a través de la proyección de los diseños institucionales.
Uno de los mejores ejemplos de este trabajo ha sido realizado por Philippe van Parijs mediante su propuesta de renta básica universal, que consiste en la asignación incondicionada de una cantidad de dinero a todos los ciudadanos como forma de asegurar su “libertad real”. Esta medida tiene como gran virtud, además de su simplicidad y eficiencia, el conseguir efectos inmediatos en la garantía de mínimos sociales tales como alimentación, vestimenta, u otros bienes básicos. La originalidad de Van Parijs reside en la medida misma, ya que la preocupación por asegurar estos mínimos es de larga data en la discusión teórica de la justicia social, y en el caso particular de Uruguay tiene el brillante antecedente de Vaz Ferreira y su preocupación por asegurar mínimos sociales.1
Desde hace algún tiempo la renta básica ha ganado progresivamente un espacio en la discusión pública de nuestra sociedad, al punto de que cada vez más nos encontramos con defensas entusiastas de tal medida, que en algún caso, al justificar su aplicabilidad, presentan una forma de entender el trabajo que no considera lo que probablemente es su rasgo más significativo y en el que se funda una parte importante de su relevancia en la vida práctica de los individuos. Algunas afirmaciones, en particular de Raventós y de Pablo Yanes,2 llevan a entender el trabajo estrictamente como un medio para obtener ingreso, y en tal sentido podría ser sustituido por la renta básica sin pérdida para la vida de la sociedad. Creo que tal interpretación es errónea y distorsiona el verdadero sentido de la medida, o al menos una adecuada interpretación de ella, porque lo mejor que puede pasar con la renta básica es que opere juntamente con el trabajo y no que sea planteada como una eventual alternativa a éste, es decir, como lo que nos va a liberar de nuestro “pecado original” o lo que verdaderamente va a dignificar nuestra vida, tal como afirman Yanes y Raventós, respectivamente.
La razón principal para rechazar esta interpretación del rol del trabajo es que éste, al igual que muchas otras prácticas sociales, cumple un rol antropoiético que excede ampliamente el de ser un mero medio para obtener ingresos. Ese rol consiste en que, en tanto práctica mediada por la intersubjetividad, el trabajo le permite al individuo la adquisición y desarrollo de competencias cognitivas y normativas que le posibilitan desempeñarse en los diferentes contextos prácticos en los que toma parte en la vida social. A través del trabajo los individuos se apropian progresivamente de diferentes prácticas compartidas, y en eso radica su relevancia para el aprendizaje que posibilita su desempeño en la vida social. Esta apropiación, que se encuentra paradigmáticamente presentada por el Marx juvenil, implica entablar relaciones con el mundo material, con los compañeros de interacción y consigo mismos, que llevan a los individuos a una progresiva adquisición y control de las prácticas que se generan en los contextos relacionales en los que toman parte. Esto debería llevarnos a pensar que el trabajo es algo más que un medio para obtener recursos con el fin de llevar adelante nuestra vida, y que supone no solamente el aprendizaje de ciertas destrezas técnicas, sino muy especialmente la adquisición de reglas a partir de las cuales nos relacionamos con otros que son relevantes para nosotros, porque es a través de ellos que constituimos, consolidamos y expandimos nuestra autoestima.
Estas razones deberían llevarnos a considerar a la renta básica y al trabajo como grandes aliados en la realización de la justicia, y en especial en el logro de nuestros proyectos vitales. En particular, porque la renta básica, además de asegurar ciertos mínimos sociales, puede oficiar como una importante presión al alza de las remuneraciones, ya que para que un salario se vuelva mínimamente atractivo debería estar bastante por encima de lo que la renta básica le provee a alguien. A su vez, esto les otorgaría a las personas la posibilidad de ser bastante más selectivas a la hora de elegir un trabajo, ya que no existiría el apremio económico que fuerza a optar por actividades embrutecedoras y negadoras de nuestra humanidad. La contraparte de este hecho es que quienes ofrecen puestos de trabajo deban reformularlos y presentarlos en términos no sólo de retribución económica sino también de realización personal, de tal manera que exista un incentivo suficiente para tomar ese puesto de trabajo. De esta forma la renta básica presionaría tanto por una mejora salarial como por el incremento de trabajos de calidad; es decir, tanto la dimensión económica como la normativa del trabajo estarían contempladas y estimuladas por la renta básica, y en virtud de ello esta medida contribuiría a que el trabajo cumpliese de mejor forma con su rol de permitirle al individuo adquirir capacidades y disposiciones cognitivas y normativas que le permitan tomar parte en la vida de la sociedad.
- Carlos Vaz Ferreira, Sobre los problemas sociales, Montevideo, Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social. Colección Clásicos Uruguayos, 1953.
- Daniel Raventós, “El trabajo no dignifica, dignifica la existencia material garantizada”, en CTXT Contexto y acción, número 47, 13 de enero de 2016; y Pablo Yanes, “Especialista destacó que la renta básica universal ‘rompe la maldición bíblica de ganar el pan con el sudor de la frente’”, en La Diaria, 26 de octubre de 2017.