Existe una tendencia, recurrente en Uruguay, a desconectar el análisis de problemáticas socioeconómicas concretas de las dinámicas económicas generales del capitalismo y sus mecanismos locales de reproducción. De allí que numerosas transformaciones en curso que generan problemas que nos afectan cotidianamente quedan oscurecidas, reducidas, contenidas en sus posibilidades explicativas. Y las relaciones de poder –el poder es siempre una red de relaciones– son invisibilizadas por rótulos impuestos por políticos, economistas, académicos, en fin, por quienes tienen alguna “autoridad social” para hacerlo, como ocurre en cualquier sociedad.
Tal es el caso de expresiones como “sociedad del conocimiento” y “economía del conocimiento”. La llamada “economía colaborativa”, una formulación más reciente y reducida de lo anterior que da cuenta de esa telaraña de “aplicaciones” que se expanden cotidianamente, va en la misma lógica. Planteado en esos términos, es difícil captar intereses en juego, o lo que puede ser mera adaptación política a éstos, ganadores y perdedores (nuevos y de siempre), contradicciones que se generan, posibilidades sociales que se abren y se cierran. Todo parece producto de una evolución “natural” que simplemente arrastra todo en función de avances tecnológicos.
De fondo, un elemento central a considerar en tales transformaciones es el papel relevante del conocimiento en la acumulación de capital, y las contradicciones que emergen. Nombres como capitalismo cognitivo o, el que prefiero, revolución informacional, por habilitar inmediatamente una comparación equiparable con la revolución industrial en el siglo XIX, permiten generar otra articulación de ideas, visualizar contradicciones.
El concepto procura marcar no sólo una revolución tecnológica de vasto alcance (que implica a la biotecnología y la nanotecnología, por ejemplo, y a la informática cruzando todo), sino también en la organización social en su conjunto, y que por tanto se encuentra interrelacionada con una intensa reorganización de la acumulación de capital a escala global, de las instituciones estatales y del tejido social. Una gran novedad es su profundo carácter transversal. Lo viejo puede articularse con lo nuevo pero nada queda fuera. Es decir, que la revolución informacional también supone cambios organizacionales en la estructuración del capital y del trabajo.
Y es un extraordinario mito pensar que este proceso lleve a anular la polarización entre regiones centrales de acumulación y regiones periféricas, como lo es América Latina. Lo que no deben verse son posiciones fijas, sino cambiantes, ya que esa es la esencia de la economía-mundo capitalista. Numerosas evidencias dan cuenta de un proceso de expansión de esa polarización, y nada indica que nuestra región pueda tener un papel más relevante en la acumulación global como mera proveedora de materias primas. Algo que sabemos con certeza hace muchos años (al menos desde las década del 50 y el 60 con Raúl Prebisch y Celso Furtado, por citar dos nombres clave de la economía argentina y de Brasil, respectivamente, y que no eran precisamente radicales del pensamiento crítico).
El punto es, entonces, que las transformaciones en curso no eliminan sino que profundizan esa polarización expandiendo una nueva forma de extracción de excedentes en relación con las anteriores (de tipo mercantil, agrario e industrial, financiero), que es informacional, inmaterial, de conocimiento incorporado y también de saberes sociales alternativos (piénsese por ejemplo en la agronomía y lo que significa la agroecología). ¿Forma esto parte de la imaginación crítica, o más bien no tenemos desarrollados en países periféricos como el nuestro instrumentos cuantitativos y cualitativos sensibles para medir tal transferencia tangible e intangible a las regiones centrales?
Como el tema de los saberes y requerimientos del capital en el nuevo contexto es muy amplio, aquí simplemente propongo invitar a una discusión más específica, que se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿cuáles son algunos requerimientos actuales de “producción” social de la fuerza de trabajo, y qué se deriva de allí en cuanto al debate educativo? Está claro que éste, lejos de ser motivo de discusión exclusivamente en Uruguay, lo es a nivel global.
LAS CUATRO C. Jugando un poco, se puede decir que hay cuatro palabras que comienzan con “c” que han cobrado una importancia sustantiva cuando se discute lo que debe tener o incorporar un trabajador en general, aunque esto sea más evidente en algunas áreas que en otras: conocimiento, comunicación, creatividad y cooperación, sin establecer un orden jerárquico.
En tanto la acumulación se ha vuelto más intensiva en conocimiento y nadie está seguro del rumbo y el ritmo de los cambios en su área de actividad, no es un descubrimiento pensar en la exigencia cada vez mayor que tiene el capital sobre la educación. Ya no se trata solamente de los saberes incorporados en el capital fijo, ya sea en términos materiales como inmateriales (esto es, innovación permanente, software, patentes, etcétera), y de convertir a las universidades en meros instrumentos del capital (“fábricas del conocimiento”). Si el proceso de producción –en un sentido amplio– queda cada vez más subordinado a la investigación y su aplicación inmediata, la presión es inmensa en la mercantilización del conocimiento.
También se dependerá cada vez más de las habilidades del trabajador y de su capacidad de aprender a aprender, de su capacidad de captar rápidamente lo nuevo e incorporarlo. El punto no es menor, porque si cada vez dependemos menos de nuestras experiencias laborales pasadas para orientarnos, el peso sobre nuestras disposiciones a actuar para manejarnos frente a lo nuevo y resolver problemas será mayor. Esto requiere un trabajador reflexivo, crítico, no un mero receptor de conocimiento instrumental. Gran contradicción.
Esto conduce a una segunda “c”: la comunicación. El punto va mucho más allá del marketing y el plano simbólico. Si en función de la deslocalización, la producción se organiza en redes, los requerimientos de coordinación y conexión a varios niveles se expanden. Y la comunicación debe crear confianza para que el sistema funcione. Además, las habilidades comunicativas para presentar una idea o promover un cambio son clave (esto naturalmente depende también de otras formas de poder). Se podría llamar una “competencia enunciativa”, lo cual resulta evidente cuando se tiene que exponer en público una idea. La experiencia social de haber actuado antes en colectivos es clave. En suma, manejo aquí la idea de comunicación en este sentido amplio, múltiple, pero también sometida a una contradicción: el capital se apropia de saberes y experiencias colectivas que se desarrollan muchas veces en la lucha contra el propio capital.
Una tercera “c” es la creatividad. No es casual la imponente bibliografía que se generó sobre el tema desde distintas disciplinas, no sólo desde la psicología. Y es que por lo ya dicho respecto al conocimiento, la valoración de lo nuevo, la necesidad de encontrar soluciones alternativas, la identificación de un camino no visualizado antes para resolver algo coloca a la creatividad como central, tanto a nivel tecnocientífico como social. Un punto interesante es que la expansión de la creatividad requerida también lleva al cuestionamiento de la autoridad y el poder, así que el lema del capitalismo actual sería algo así como “sea creativo pero no demasiado”, o “sea creativo en la dirección que yo le digo”. El problema es que una sociedad obsesionada con lo práctico y lo instrumental está bastante reñida con la generación de la construcción de disposiciones sociales a ser creativo.
Finalmente, la cuarta “c”, la cooperación, no es tampoco un elemento estrictamente nuevo y va mucho más allá de saber trabajar en equipo. Marx, en El capital, ya le otorga a la cooperación entre asalariados un papel importante en la producción de mercancías y el desarrollo de las fuerzas productivas. De hecho, convierte a la cooperación entre asalariados en “condición” de producción. Nuevamente: se trata una cooperación vigilada. La revolución informacional requiere aun más cooperación porque la combinación de actividades sociales necesarias es obviamente más compleja, más global e implica mayor colaboración a distancia. Así es que por un lado el capitalismo genera individualismo, exigencia de ser gestor de uno mismo, socialmente se impone el ritmo de la competencia exacerbada y la necesidad de ser “competitivo”, pero al mismo tiempo, por otro lado, se requiere una mayor cooperación laboral que antes. Una vez más, surge una contradicción en el propio capitalismo, en este caso tratando de direccionar el significado de la cooperación.
Concluyendo el recorrido, la idea general es que cuando el capital compra hoy fuerza de trabajo, compra cada vez más “cerebro” pero también subjetividad colectiva, disposiciones a actuar de una forma. Y la gran contradicción o la gran miopía puede ser formulada de esta manera: en tanto sociedades que requieren revolucionarse productivamente en forma permanente, que se promueven como “abiertas” al mundo, nada más contradictorio que requerir de los sistemas educativos un trabajador con conocimiento puramente práctico e instrumental, alejado de disciplinas que promueven la capacidad de aprender, de reflexión crítica y de comunicación, sin capacidad de trabajo en equipo y de cooperación, sin que puedan desarrollarse verdaderamente subjetividades colectivas creativas. Y nada más necesario, si se habla realmente de un proyecto alternativo, que el actual y futuro trabajador entienda dónde está parado y cuáles son sus potencialidades.
* Doctor en sociología. Docente e investigador de la Universidad de la República.