En el complejo sistema electoral estadounidense, las elecciones primarias de New Hampshire tienen valor de pronóstico. Los que no sacan un porcentaje suficiente de votos tradicionalmente pierden apoyo económico y están obligados a abandonar, aunque no sea cierto esta vez, porque algunos candidatos ya tienen el dinero asegurado. Los votantes están registrados como pertenecientes a un partido o son independientes. En este último caso pueden votar en cualquiera de los dos partidos, Demócrata o Republicano. Alcanza entrar a la sala de votación y anotarse. Los independientes son aproximadamente el 40 por ciento del electorado, y se caracterizan por tomar sus decisiones a último momento, influidos por el resultado de los debates previos. El martes 9 demócratas y republicanos enfrentaron sus primarias de manera muy diferente, con sólo dos candidatos para los primeros (Hillary Clinton y Bernie Sanders) y ocho para los republicanos. Pero un aspecto fundamental en estas elecciones fue similar en ambos partidos: los ganadores de New Hampshire, Sanders y Donald Trump, son los candidatos anti establishment, los que no manejan ni son manejados por los aparatos partidarios. Ambos critican a Washington, a los lobbies y a los mecanismos perversos de financiamiento electoral. Ambos reflejan una gran disconformidad con la política tradicional, aunque lo hagan de maneras muy distintas y con opuestos objetivos. Es lo que los ha hecho ganadores de la voluntad del 60 por ciento del electorado demócrata para Sanders y del 35 por ciento de los republicanos para Trump. Trump acusa a los medios de prensa, y a los políticos tradicionales, de debilitar a Estados Unidos. Su discurso básico es que para ser “grande” de nuevo el país debe tener más fuerzas armadas, practicar la tortura, levantar muros en las fronteras, imponer sus intereses en el mundo y “hacerse respetar” por cualquier medio. Su argumento favorito es decir que él puede porque es el mejor, más fuerte, más inteligente, más bueno y sobre todo, el más rico. Cerca del 25 por ciento del electorado lo sigue ciegamente. En contrapartida cerca del 70 afirma que les da miedo.
Bernie Sanders está en política desde 1980. Comenzó con el movimiento de los derechos civiles y hay que reconocerle una gran consistencia ideológica: defensor del derecho al aborto desde hace más de 35 años, del matrimonio homosexual, votó contra la Patriotic Act, apoyó a Edward Snowden, se opuso en el Congreso a las guerras de Irak, Siria, Libia, Afganistán, a los tratados de libre comercio y ha apoyado casi todos los movimientos ambientalistas. Se dice socialista y su eslogan es “Por un futuro en el cual creer”. Opuesto a la manera corrupta de financiar el proceso electoral, “que permite que un puñado de multimillonarios compren las elecciones”, recibió hasta ahora el apoyo de más de 3,5 millones de donantes con un promedio de 27 dólares cada uno, sin aceptar los “super Pac”, como todos los otros candidatos… excepto Trump, que se financia solo. Los Pac son los Comités de Acción Política, organismos que tienen derecho a recibir cantidad limitada de donaciones de particulares en apoyo a una campaña electoral. Una muy discutida resolución de la Suprema Corte de Justicia de 2010 permite que las corporaciones, sindicatos y asociaciones puedan poner dinero sin límites para apoyar a un candidato. Estos son los “super Pac”, donde a veces 5 o 6 bancos y 7 u 8 multimillonarios hacen una donación conjunta de decenas de millones de dólares. Los más grandes beneficiarios hasta ahora de estos mecanismos han sido el republicano Jeff Bush, con más de 118 millones de dólares, y Hillary Clinton, con 48 millones, los dos representantes más claros del “political establishment”. Partidario de una “revolución política”, Sanders asegura que los cambios “no se pueden producir esperando que el Congreso vote leyes, sino imponiéndolos desde abajo, desde el movimiento popular como todos los grandes avances que consigue la sociedad”. Clinton no ha podido ganar al electorado femenino ni a los jóvenes que masivamente votaron a Sanders, debido fundamentalmente a los compromisos de la ex secretaria de Estado de Obama con esa institucionalidad tradicional de Washington y de Wall Street. Nadie más que Sanders habla de hacer pagar –con impuestos a las transacciones financieras especulativas– la enseñanza universitaria para que sea gratuita, de cortar la transferencia de riquezas inmensas de la mayoría de la población trabajadora hacia el 1 por ciento de ricos y las grandes corporaciones. Su discurso despierta entusiasmo en una amplia capa de la población que ha perdido desde hace años parte de su poder de compra, su ilusión del sueño americano, su confianza en la política tradicional, un pueblo cansado de guerras movidas por los delirios imperiales del lobby petrolero y de pagar las estafas de los financistas apurados de Wall Street. Sanders se lleva consigo la inmensa mayoría de la juventud en general y de la universitaria en particular, que vive endeudada por los costos de los estudios. Le está dando energía y entusiasmo a la campaña. Los bien aceitados aparatos demócrata y republicano buscan la manera de deshacerse de quienes llevan la delantera electoral en sus partidos. También puede aparecer un tercer candidato, independiente igualmente, como el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, ocho veces más rico que Trump y que no necesita pasar por las primarias para competir. Todo puede pasar. Entretanto, una nueva generación de electores aparece en la arena. La participación electoral en Estados Unidos es baja, el 60 por ciento de los habilitados no votan. Una juventud entusiasmada puede hacer la diferencia suficiente para un desafío histórico en la política estadounidense.