River, decime qué se siente - Semanario Brecha

River, decime qué se siente

Ver cómo River Plate argentino se coronaba campeón con un plantel integrado por varios jugadores uruguayos de los que nunca jugaron un Mundial, con un entrenador que en Nacional casi echan al séptimo partido, y con varios jugadores que bien podrían ser suplentes en los planteles de nuestros equipos grandes, nos invitó a pensar: ¿por qué ellos sí y nosotros no?

El Club Nacional de Fútbol (Uruguay) y Pumas (México) disputan el partido por Copa Libertadores de América. Festejo del primer gol de Nacional. Febrero 2006 Montevideo, Uruguay. Archivo ACAR

¿Será que Ramiro Funes Mori es más que Polenta? ¿Kranevitter tiene más dinámica que Aguiar? ¿Acaso Cavenaghi hizo más por el fútbol mundial que Zalayeta o Iván Alonso?

¿Será un tema de poderío económico? Según se dice, hay jugadores de Nacional o Peñarol que cobran 50, 60, 70 mil dólares por mes, o incluso más, en algunos casos hasta por no jugar. ¿Será que en Argentina se paga tanto más que eso? Y en el caso de que así fuese, en lugar de tener diez contratos de 50 mil dólares, ¿no convendrá tener dos figuras realmente desnivelantes de 250 mil cada una que potencien al equipo? Ambos clubes (y hablamos específicamente de ellos pues parecen ser los únicos con dinero suficiente para hacer incorporaciones incomprensibles) están plagados de jugadores con contratos onerosos que terminan viendo cómo pierden el puesto a manos de juveniles formados en el club.

A ver qué pasa. La semana próxima debutarán los equipos uruguayos en la Copa Sudamericana. Un par de amistosos ante equipos “muleto” del fútbol argentino (en el mejor de los casos) han sido el único ensayo de Nacional, Defensor, Danubio y Juventud de cara al campeonato continental más importante de lo que resta del año, ese al que nadie en Uruguay parece darle demasiada importancia, hasta que un equipo uruguayo lo gane y ahí sí: pasará a integrar la lista de ítems ineludibles, tales como el decanato, el tamaño de la bandera y el estadio.

Lo cierto es que desde que Hugo de León levantó la Copa Libertadores el 26 de octubre de 1988, y hasta nuestros días, se han disputado:
27 ediciones de la Copa Libertadores.
13 de la Copa Sudamericana.
Nueve de la Supercopa.
Ocho de la Copa Conmebol.
Cuatro de la Copa Mercosur.
En total, 61 torneos continentales oficiales que han tenido participación de equipos uruguayos. Usted sabe perfectamente que nuestras gloriosas instituciones, aquellas que tan alto han sabido dejar los prestigios de nuestro balompié, no han conseguido ganar ni uno solo, y apenas si han disputado alguna que otra final.1

Tomando sólo los dos campeonatos que se disputan actualmente (Libertadores y Sudamericana), hay un dato que impacta aun más: de 160 puestos en las semifinales de ambos torneos, sólo seis fueron ocupados por equipos uruguayos en los últimos 26 años. Claro está que Brasil y Argentina tienen mayores chances matemáticas de entrar en las fases decisivas (tienen más representantes, y en el caso de la Sudamericana sus equipos suelen ingresar directamente a la fase definitoria, mientras los nuestros arrancan desde el principio), pero incluso equipos con las mismas condiciones que los nuestros (como los de Chile, Paraguay, Ecuador o hasta Perú) se las han ingeniado para llegar mucho más arriba.

Algo nos está saliendo mal. A la hora de buscar las posibles causas y soluciones al problema, hay varios caminos posibles. El enfoque clásico lleva a pensar que nuestros equipos pierden porque los rivales son mejores, lo que lleva a pensar en las capacidades individuales de jugadores y entrenadores, bajo el axioma que señala que en nuestro medio juegan los juveniles que están esperando para dar el salto, los que ya lo dieron hace una década y están de vuelta, o los que ya nunca lo darán. Sin embargo, repasando la integración de algunos cuadros que han logrado quedarse con alguna copa en los últimos años (Once Caldas, Cienciano, Arsenal), nos cuesta encontrar grandes alineaciones, o grandes proyectos de esos que uno los ve y sabe que tarde o temprano van a dar sus frutos.

Tiendo a pensar que lo que conspira contra las posibilidades de los equipos uruguayos es el fútbol uruguayo mismo. Hasta el cansancio se ha dicho que el actual calendario europeo, adoptado con el bien intencionado deseo de lograr que nuestros equipos llegaran perfectamente armados a febrero para encarar la Libertadores, en la práctica nos ha llevado a que ellos se desarmen dos veces en el año. Dos instancias para que lleguen y se vayan jugadores, dos licencias, dos pretemporadas. Porque por más que cambiemos el calendario, cambiar a mentalidad europea nos cuesta mucho más, y nuestros jugadores lograron preservar su derecho a tener unos días en diciembre para estar con la familia, tirar unas cañitas voladoras y comer un turrón.

De la mano de la eliminación de la recordada Liguilla (“el Petit Torneo Estival”), los equipos juegan un par de amistosos y ya deben enfrentar a cuadros débiles pero que acumulan no menos de ocho partidos exigentes. Y ahí las chances siempre se inclinan hacia el que viene con rodaje. Apostaría plata a que si la Libertadores comenzara en abril y la Sudamericana en octubre crecerían nuestras chances. Pero lamentablemente seguirán comenzando en febrero y agosto.
Por eso el cambio debe generarlo nuestro propio fútbol. Un campeonato del 15 de enero al 30 de noviembre, con un mes entero para que los jugadores se vayan a Europa, a Camboriú o a Las Toscas, según gustos o posibilidades, sería un buen primer paso.

1. Vale acotar que con posterioridad a ese 26 de octubre, Nacional obtuvo la Intercontinental de 1988 y la Recopa y la Copa Interamericana en 1989. Paralelamente, las tres finales mencionadas fueron disputadas (y perdidas) por Peñarol ante equipos brasileños: Libertadores 2011 ante Santos, y Conmebol 1993 y 1994 ante São Paulo y Botafogo, respectivamente. A eso se le debería sumar tres semifinales de Libertadores (Danubio 1989, Nacional 2009 y Defensor 2014) y dos de Sudamericana (Nacional 2002 y River 2009).

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