La sala a oscuras de antemano. El ambiente está armado. Las luces de colores girando en el escenario, la máquina de humo a todo trapo, en silencio. Nos fuimos sentando en las butacas y el contraste con el frío de afuera fue llenando los respaldos de camperas y bufandas. La temperatura arrancó a subir. La banda hace doble función esta noche, vinimos a la segunda. Hay que hacer un esfuerzo para imaginar a Tabaré moviéndose de un lado a otro del escenario hace apenas unos minutos. Esfuerzo inútil, las tablas no nos dicen nada. Son tan cómplices como seremos nosotros al salir dentro de dos horas y media, cuando al cruzarnos con la gente aterida en la parada de ómnibus ésta ni se imagine que hace cinco minutos saltábamos frente al escenario al ritmo de los rocanroles. Noche de cómplices en la sala Camacuá.
Se presenta Texticulario, el último libro de Tabaré Rivero. Nos dieron a todos un ejemplar con la entrada. Apenas hay tiempo para mirar la contratapa, donde Amir Hamed dedica unas palabras que quedan rebotando durante el show: “quien este libro toca, toca rock”.
Bienvenidos a la sala Camacuá, les agradecemos no comer o beber durante el espectáculo, etcétera. Entran al escenario dos actrices y un actor que sellan al instante el pacto teatral. Van a aparecer varias veces más a lo largo del show, satirizan la vida del “nuevo uruguayo” que todos llevamos dentro. Reímos, sin dejar de sentirnos señalados. Arranca la banda, inconfundible: “Acá los muchachos están borrachos/ de tomar querosén, de jalar pegaprén”. “Qué suerte (la muerte está de moda)”, tema de 1998, del disco Placeres del sado-musiquismo. Queda por delante un paseo completo por esta discografía desenfrenada.
Las canciones empiezan a sucederse una después de otra, ahora nos sacamos los buzos. La sala Camacuá le sienta muy bien al espíritu teatrero de la banda, que no deja hueco libre en el escenario. Junto con la cercanía física de la platea, el impacto de la música es casi familiar. Estos son los músicos que Tabaré necesita en este momento de su carrera, un sostén fuerte y atento que se adapte a todo ritmo y ambiente. La guitarra de Leo Lacava, en especial, está en uno de sus mejores momentos expresivos.
“Antes de que me llamen poeta menor, yo mismo me defino como ‘texticulist’”, aclaró Tabaré. Los actores vuelven al escenario a hacer de las suyas, y cuando retoma la banda ya hay varios que no se aguantan en las butacas, se paran y empiezan a moverse en el pasillo. Después está el que peludea sin moverse de la silla, la que agita las muñecas en el aire, o el que escuchó todo el show con los ojos cerrados siguiendo el ritmo de la batería con la cabeza. El recordatorio siempre vigente de La Tabaré: “Si el rock no fuese un negocio tan sucio, esto podría ser rock…”.
Es tradición de esta banda tomar grandes canciones del inglés y versionarlas en español ( “Honky Tonk Woman”; “Crua Chan”, de Sumo, o la más reciente “The Future”, de Leonard Cohen). Uno de los mejores momentos de la noche llegó con el cover de “Working Class Hero”, de Lennon. El tema estuvo a tono con el ambiente del próximo disco de la banda, Blues de los esclavos de ahora, del cual tocaron tres temas: “Distopía en blues”, “Boggie naturista” y “Pagar y pagar”. Parece que La Tabaré vuelve a enchufarse con un disco que se las trae (prometido para antes de fin de año).
En conciertos así los bises llegan rápido y se van volando. Ya no queda nadie sentado, el micrófono de Lucía Ferreira está en manos de tres espectadores que corean el estribillo de “Alegris”, y el resto evita pensar en el final. Con Tabaré terminamos señalándonos, o eso nos pareció a todos: “Los inútiles sin referencia/ los de sin buena presencia/ como él”.
Termina el show. Las dos de la mañana pasadas. Quedan varios abrigos olvidados. Afuera, aunque el frío quiera barrer con todo, los que salimos de la sala llevamos un secreto a las paradas. Un antídoto contra el invierno.