Rompiendo el silencio - Semanario Brecha

Rompiendo el silencio

La mala noticia se ha viralizado en las redes y supone una sugerente novedad. El actor porno James Deen en estos momentos está siendo denunciado por varias mujeres por violación, y algunas de ellas aseguran que el abuso ocurrió en los mismos rodajes y con las cámaras encendidas.

En las entrevistas a actrices porno existe un tópico sumamente reiterado; por lo general ellas aseguran tener el control en los rodajes, la primera y última palabra en cuanto a qué se hace y cómo. Afirman que con sólo expresar su voluntad la filmación y el actor con el que tienen sexo se detendrán inmediatamente y habrá consideración con lo que sea que a ellas les ocurra. Esas afirmaciones, usualmente esgrimidas como generalizaciones, seguramente sean de las grandes falacias del negocio de la pornografía.

La mala noticia se ha viralizado en las redes y supone una sugerente novedad. El actor porno James Deen en estos momentos está siendo denunciado por varias mujeres por violación, y algunas de ellas aseguran que el abuso ocurrió en los mismos rodajes y con las cámaras encendidas. La primera chispa fue la denuncia de Stoya, quien fue además su pareja, y que aseguró vía Twitter haber sido violada reiteradas veces por el actor. Como si hubiera abierto una caja de Pandora, a los pocos días las denunciantes ya eran nueve, la mayoría de ellas también actrices porno.

Varios de los testimonios son extremadamente fuertes y no los reproduciremos aquí, pero lo más importante es que señalan que el actor se tomó “libertades” sumamente violentas con ellas durante los rodajes. En alguno de estos testimonios lo más desagradable es el clima de absoluta complicidad por parte del resto del equipo de filmación, quienes hasta llegaron a felicitar al actor después de uno de sus más horrendos ultrajes.

A pesar de que la pornografía hoy parecería gozar de un estatus sin precedentes, no existen demasiadas diferencias entre la vulnerabilidad de una actriz porno y la de una prostituta, por más cámaras encendidas que haya registrando su desempeño. Como suele ocurrir en la mayoría de los casos de sexo ordinario y heterosexual, las mujeres se encuentran en una clara desigualdad física respecto del hombre, pero en muchos casos por la edad y por la inexperiencia de las actrices, ellas mismas no suelen estar al tanto de lo que puede ser considerado una regla y dónde se encuentran los límites del abuso. Por sobre todo esto, tanto en el ámbito de la prostitución como en el del porno existe un andamiaje social que minimiza estas situaciones de abuso sexual, y que acrecienta las dificultades para que una mujer denuncie o siquiera caiga en la cuenta de la gravedad de la situación. Si a esto le agregamos el estigma propio de la profesión y la poca seriedad con que suelen ser tomadas las denuncias –si a una mujer común le cuesta que le crean cuando señala un abuso sexual durante una relación inicialmente consensuada, para una actriz porno es infinitamente más difícil–, puede comprenderse hasta qué punto el silencio es la norma.

El presente “destape” del comportamiento de James Deen supone un avance importante para estas mujeres, empeñadas en señalar cómo la violación no deja de serlo independientemente del ámbito o de la voluntad inicial por parte de la víctima. Stoya, la primera demandante, señaló: “No se trata de un problema del mundo del entretenimiento: es fácil ver el caso de Bill Cosby y pensar que él tuvo mayores posibilidades. No. Esto ocurre en todos lados. Para evitar que siga ocurriendo en el ámbito del porno debemos evitar que siga ocurriendo en la sociedad”.

En cuanto a las falacias generalizantes señaladas en el primer párrafo, y que suponen una “fachada” presentable para la profesión, no debemos olvidar cómo el ser humano acomoda sus discursos y su forma de pensar a la realidad que vive y a la que ha debido adaptarse. No estamos señalando una suerte de “síndrome de Estocolmo” –aunque seguramente haya algo de eso –, sino de un (auto)engaño tranquilizador, muchas veces nacido de una inconciencia real: existe una infinidad de casos de abuso sexual en los que los damnificados no caen en la cuenta de que fueron abusados hasta muchos años después de ocurridos.

Por supuesto que la idea no es tampoco generalizar en sentido contrario, y cierto es que existen ámbitos dentro del negocio donde el respeto a las actrices es sagrado, pero, al igual que con la prostitución, creer que esta es la regla es no querer ver una realidad dolorosa e ineluctable. La investigación de la Kaiser Foundation Research Institute (California), que trabajó con prostitutas desde 14 a 61 años de varias ciudades de Europa, Asia y África, señala que un 68 por ciento de ellas padece del síndrome de estrés postraumático, secuela similar a la de los veteranos de guerra y víctimas de tortura. Y no hay razones de peso para creer que el inabarcable negocio del porno ofrece mayores seguridades que el de la prostitución.

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