Ros y el río - Semanario Brecha
Rosalba Oxandabarat (1944-2023)

Ros y el río

Rosalba en reunión con editores en Brecha. OSCAR BONILLA

Empiezo, Rosalba, con los atributos que no tienen buena prensa en el adiós. Creo que no te habría molestado. Fumabas con ansia, con indecencia, tus pómulos se hundían hasta el hueso tras la chupada de esos cigarros de contrabando que conseguías en tus queridas, sucesivas ferias. Te impacientaba, sobre todo, la impostura, la declamación, la jerga (todas las jergas eran para vos una sola, a la que sindicabas, sin piedad ni razón, como jerga sociológica, un desprecio sencillo por todos aquellos que se inflamaban poniendo rigurosidad donde debía ir rigor). La franqueza, esa franqueza vasca, descarnada, brutal, incluso hiriente, era el correlato de tu buena conciencia, del resplandor moral que te cubría y que imantaba una luz buena, radiante y cenital. Era la luz de un corazón invariablemente franco, compasivo, bondadoso, y a los corazones así no les cabe el disimulo ni el permiso, Ros querida. El tuyo era muy puro, pero también muy reo, como algunos de tus tangos preferidos. Que alguien pueda presumir de reo siendo a la vez refinadísimo era otro de tus más íntimos misterios. Como ser católica y a la vez batllista, de avanzada y conservadora, valiente, pero también conmovedoramente aprehensiva: caso del terror al avión y las Milagrosas por si acaso, caso del pavor a la noche y a los niños con hambre. Los niños, ese desvelo tan tuyo.

Pocas veces conocí a alguien tan parecido al río. Ese resguardo umbrío y a la vez cálido, ese transcurrir manso, pero también nervioso, ese murmullo sagrado de sol, roca y musgo, siesta de verano y agua fresca sobre la mesa de luz. Una dulzura que nace en tu Salto Oriental y que se le parece tanto pero tanto a tu espíritu. Exactamente eso, además, buscar refugio, fue lo que hicimos tus «pollos» a lo largo del tiempo. Tus «pollos», así nos referías a las sucesivas generaciones de periodistas de las que fuiste Maestra absoluta, pero también Madre. Ay, por favor, no te rías. Hay que escribir de la manera más urgente, decías, de la manera más sensible e inteligente posible, pero como si fuera oficio y artesanía, como si fuera amasar pan o labrar la madera de un pequeño retablo peruano, es decir, escribir y ya, porque es preciso hacerlo y sin jamás buscar el aplauso. Desgañitarse en líneas lo más agudas posible, en líneas sobre todo claras –la claridad, como la Luna, era otra de tus grandes diosas personales–, pero en el papel de envolver pescado. El periodismo, el de las viejas redacciones, el del siglo asesino, el del siglo del valor y el de los sueños, el siglo más tuyo, tal vez, querido siglo XX, el de la chica de El caballo rojo que moría con Tonio Cisneros, el de la gurisa de Marcha para siempre encandilada con Quijano, el de la que en Brecha quería tanto al Negro Gutiérrez. El periodismo que cabía entero en esa metáfora vieja pero tuya, papel de envolver pescado, letras de la alta cultura despidiendo tufo, mojadas en grasa, rodando por la calle.

Austera, socarrona, pícara, ferozmente alegre. No había quien desdramatizara mejor cuando todo se ponía solemne. Sé que esto aquí, estas líneas trabadas y dolidas, pésimo obituario en segunda pésima persona, te sacaría algún chiste. Yo me hubiera preocupado y vos me hubieras dicho que no, que nada es tan importante. Me absolverías y dirías que hay que escribir y ya, que hay que seguir y ya. Y dirías, como efectivamente dijiste en la última línea tuya que recibimos, que lo que importa es el amor, y que «Los amigos son la dulce arquitectura de la vida». No concibo, querida arquitecta, mejor forma de despedirse de este mundo.

Fue un honor, Rosalba, fue todo un honor.

Rousi

Daniel Gatti

Los whiskies y las pizas de los cierres, aquella amabilidad que se agradecía y, sin embargo, las discusiones (uy, las discusiones). Y esas críticas que, como las de Rony Melzer, enseñaban. (Qué dupla con Rony: él levantando la bandera, ella no dándole pelota.) Jarmusch y John Laurie, Jules et Jim, la Lisboa blanca con Bruno Ganz y el tranvía 28, el cercano sarcasmo de Moretti. Zaz. Aquel chasquido tan característico. Y el respeto, los saludos, los abrazos, que últimamente fueron telefónicos.

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