La gran muñeca que de a poco se construye en el escenario representa a una mujer alta, o larga, como dice el texto, cuyo rostro nunca quedará totalmente dibujado. Dispone sí del don de la palabra, que la acompañará desde que cobra vida hasta la culminación, que tiene lugar una vez que la mujer recorrió su camino. Un camino a lo largo del cual revelará distintos rostros que de pronto den lugar a diferentes actitudes que armonicen con la etapa de la existencia que el personaje recorra, al tiempo que se encuentre con otros personajes. Extrañas parejas, alguien que recoge los restos de un espejo roto y alguna otra presencia inesperada se suceden así en ese camino, según reclamaría el texto de Raquel Diana que la versión dirigida por Tamara Couto lleva adelante de manera menos explícita de lo esperado.
Las razones que explican tal opción radican quizás en el hecho de que el espectador asiste a una puesta teatral confiada a muñecos, cuyos manipuladores no sólo están a la vista sino que también complementan los movimientos y expresiones del manipulado. Un doble juego a la vez intrigante y sugerente que la platea deberá interpretar como mejor le resulte. La buena idea de poner en escena una obra animada por muñecos dedicada al público adulto da entonces rienda suelta a una creación que, más allá del uso de la ironía a la que acude en un par de momentos, no se apoya ni en juegos ni en el humor que, a menudo, se dan la mano en el teatro para niños. A la cabeza del proyecto aparece entonces la talentosa gente del grupo Aquinomás, entre quienes se cuenta Marcelo Patiñó, responsable tanto del creativo diseño de los muñecos como de la calculadísima y efectiva escenografía de la que emerge la mujer del título, una escenografía que sufre luego las transformaciones impulsadas por Rodrigo Abelenda, Fernando Besozzi, Lucía Tayler, Ernesto Franco, Agustín Hirigoyen y Luciana Sansone, los hábiles manipuladores-actores llamados a lograr que la acción no se detenga. Los esmeros de la iluminación a cargo de Lucía Acuña y una apropiada banda sonora de Berta Kovalsky –en la que apenas cabría objetar la utilización de canciones en otro idioma– se suman a las virtudes de una puesta cuya originalidad no debería pasar desapercibida.
Sodre, sala Hugo Balzo, domingo 19.