Rostros que envejecen - Semanario Brecha

Rostros que envejecen

Política, mausoleos, literatura.

I. Hasta no hace mucho tuvo un moderado furor en las redes una aplicación que, a partir de una selfie, nos permite imaginar cómo nos veremos en el futuro. Se entiende la curiosidad por este efecto de envejecimiento, que no deja de ser divertido y, hay que decirlo, un poco terrible. Ante todo, la aplicación hace saltar las tuercas de la idea de duración; podemos estar aquí y allá al mismo tiempo; ser nosotros y ser ese señor que nos mira con nuestra misma cara desde ese otro lado enigmático y familiar, pues no sabemos qué pasó en el medio, pero la similitud es indudable. Al pensar en el concepto de identidad, el filósofo francés Paul Ricoeur habla de “mismidad”, esto es, eso que somos y se mantiene más allá del paso de los años; porque, pese a cambiar –y a veces, incluso, pese a cambiar mucho–, hay un núcleo permanente, no permutable. El usuario de la app se ríe y se señala como en un punto ciego entre su mismidad y esa falta de vivencias que supuso llegar hasta ahí: es y no es él. Quizá haya, a lo sumo, un vórtice en ese tiempo de la superficie donde la mirada del extraño que nos mira y la del extraño que en realidad somos alcanzan a rozarse como en un espejo posible. Así, las redes se llenan de ancianos bonachones y el mismo tiempo histórico es como una alfombra mágica que se desliza desde el pasado hacia el futuro, casi sin tocarlos. Face App –así se llama la aplicación– es el perfecto signo opuesto de Dorian Gray, aquel joven de la novela de Wilde que quería vivir en un trance de hedonismo perpetuo y sin envejecer, mientras que las marcas del paso del tiempo se estampaban en un retrato que un pintor había hecho de él.

II. Al preguntársele por su ideología política en un programa televisivo, Guido Manini Ríos –candidato a la presidencia por Cabildo Abierto– dijo levantar la bandera de un “artiguismo del siglo XXI”. En Artigas Blues Band, novela que Amir Hamed publicó en 1994, Artigas resucitaba en el mausoleo con el que lo honró la dictadura y salía a merodear por su presente (simultáneamente, la polifonía y el humor de la escritura rompían los grilletes de discursos que fijaron su imagen en el mármol). Un cuarto de siglo más tarde aparece este otroArtigas, de parsimonia castrense y mucho más ceñudo; vuelve a la carga en boca de un ex comandante en jefe del Ejército que, sin entrar en demasiados detalles, proclama rescatar su legado de bronce colosal: Artigas vuelve al mausoleo. La gesticulación política que supone un “artiguismo del siglo XXI”, creo, pone de relieve ese filo de sinsentido que acecha nuestros días. Ejemplos sobran: un millonario emerge de la nada y vuelca su dinero en una interna para, finalmente –y tras su derrota–, ser tragado por la tierra; dos candidatos hacen una performance de debate por televisión sin llegar siquiera a rozarse con sus palabras. Y, pese a todo, la inercia política sigue con su paso cansino, que no da cuenta de prontuarios y oscuros historiales, casi como si se tratara de esa aplicación que, en los dominios del juego y la apariencia, envejece los rostros de sus usuarios excluyendo la experiencia del paso del tiempo.

III. En declaraciones, Manini Ríos afirma que su propuesta tiene algunos elementos del discurso de la izquierda y otros del discurso de la derecha –en algún punto entre una cosa y otra estaría el tótem o la “camiseta” (expresión que usó el sector en una declaración púbica reciente) del artiguismo–. Detrás de esa luz de alerta del “dar respuestas ya” que titila sin parar, lo que queda es la retórica del astrólogo de Roberto Arlt (Los siete locos), megalómano que pretendía conquistar el poder apelando a la desilusión reinante de su época; el astrólogo dice para no decir nada, se proclama de manera compulsiva por todo lo que no es. “A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda”, decía. Entre militares retirados con causas por delitos de lesa humanidad, familiares de golpistas y dirigentes del Mpp que señalan que Manini Ríos “puede ser un aliado en algunos temas”, el espacio político descorre su falso rostro de mensaje motivacional, conceptualmente liviano y carente de negatividad, para dejar ver otra cosa: un lenguaje que, de a ratos, parece asomarse al callejón sin salida de su sentido. A fin de cuentas, son tiempos de ensalada rusa, mausoleos y rostros que envejecen.

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