Las cosas pueden ser peores allá, en el dicho Primer Mundo, que acá, en el dizque Tercer. Cuando una gran empresa levanta sus instalaciones en Estados Unidos y se marcha con todos sus petates a un país asiático, no sólo sus empleados activos ven evaporarse sus fuentes de trabajo. También se evaporan con esa mudanza las esperanzas de los jubilados de cobrar sus ya magras pensiones de esa empresa. Entre los perjudicados sin remedio hay un trío de octogenarios muy amigos que viven en Brooklyn; dos –Morgan Freeman y Alan Arkin– en la misma vivienda. Otro, Michael Caine, vive con su hija y su nieta adolescente, a la que cuida supliendo a un padre eternamente ausente. Los tres comparten una vieja amistad, los trozos de pastel que no pueden pagar del todo en una cafetería, las poco tentadoras viandas de un comedor comunitario. Justo cuando el gran Michael discute con un odioso gerente las injustas imposiciones que pueden hacerle perder su casa, un grupo de enmascarados asalta el banco. La experiencia –para colmo, exitosa– siembra en la mente del abuelo la idea de hacer lo mismo, con el concurso de sus camaradas, para corregir con mano propia las injusticias del sistema.
Remake de un filme de 1979 con George Burns, Art Carney y Lee Strassberg en los roles protagónicos, esta película dirigida por Zach Braff, muy conocido en Estados Unidos por la televisión (acá se dio su primera como director, Tiempo de volver, en 2005), Un golpe con estilo sigue esa probada senda de combinar apuntes costumbristas y humorísticos –de un humor leve, asordinado, bien apto para asuntos de la tercera edad– con otros de crítica social, que no rozan ningún terreno profundo pero que no dejan de tener su efectividad en tiempos de bancos todopoderosos y gobernantes prestos a cuidarlos. Así, mientras los tres compadres se preparan, el espectador va conociendo sus detalles existenciales y sus manías; Freeman, que tiene a su familia en otro estado y necesita un urgente trasplante de riñón, oculta pudorosamente sus carencias; Arkin es el gruñón consuetudinario al que todo le viene mal; Caine, como no podía ser de otra manera –con esa mezcla única, como definió un crítico español, de arrabal y aristocracia–, es el que todo parece comprenderlo y todo regirlo, desde sus mansos ojos de abuelo escéptico. Los tres riñen, alguno hasta vuelve a tener sexo –gracias a una resucitada y reciclada Ann Margret–, comparten espacio con otros viejos, entre los que sobresale un esperpéntico Christopher Lloyd demostrando que la vejez puede arriesgarse al total ridículo, y se las arreglan, gracias a la precisión de un plan bien orquestado y a una sentimental colaboración infantil, para burlar al policía Matt Dillon. Con ese material más bien menor proporcionado por el guionista Theodore Melfi, Braff mantiene un ritmo sostenido, apoyándose, claro está, en su trío protagonista y en el probado truco de que lo que no puede ser, sea. Aunque sea en el breve espacio de una película.
Going in Style. Estados Unidos, 2016.