Aunque la propaganda del presente estreno haga pensar en otra de esas recetas de corte televisivo porteño, más bien estridentes, carentes de ingenio y pobladas de vulgaridades, cabe reconocer que el director y coguionista Gustavo Taretto, responsable de Medianeras, apunta aquí a otra cosa. Y para ello se decide a poner todas sus cartas sobre la mesa desde el comienzo. Las insoladas del título1 son seis muchachas de clase media más bien baja –no hay otros personajes– que dedican un sábado veraniego a tomar sol en la azotea. Al cabo de la jornada mencionada las espera un festival donde bailarán salsa juntas en una competencia de baile. Ese es uno de los temas que tocan a cada rato, al tiempo que trazan locos planes para poder irse 15 días de vacaciones a Cuba el próximo verano. Locos, porque a ninguna del sexteto le alcanza el dinero para poder costearse el proyecto. Todas sueñan, sin embargo, con el viaje, errática posibilidad que aparece en sus conversaciones cada pocos minutos de ese día que Taretto registra casi como si estuviese llevando a cabo una especie de homenaje a A la hora señalada, de Zinnemann. A lo largo de varias horas, entonces, el sol obliga a las chicas a cambiar de lugar –el realizador, cabe anotar, no consigue justificar que las seis toleren los 40 grados de temperatura con tanta facilidad en una seca azotea–, a intercambiar los bronceadores de rigor y a chapotear en una modesta pileta de goma. Sin acentos pretenciosos y con la debida naturalidad, el realizador se las arregla así para trazar una semblanza de las ilusiones de un puñado de féminas que se conocen desde hace ya cierto tiempo en el Buenos Aires de mitad de los noventa, léase era Menem.
La época de casi veinte años atrás que Taretto elige para contar la anécdota le inyecta al escenario un toque menos vertiginoso y consumista que el que podría trasmitir un argumento ubicado en 2014. A pesar de que cada tanto los diálogos incurran en expresiones como “boluda” y “el orto”, más representativas de la “cultura” de estos días, la historia consigue, de todas maneras, convencer como un pequeño fresco colectivo de una época que ya se fue. Bienvenido entonces el esfuerzo de alguien que se anima a contar algo respetando las necesarias unidades de tiempo y de lugar que deben recorrer seis personajes a quienes, sin tener que aludir a Pirandello, les sucede algo que puede interesarle al espectador. Sin rozar la profundidad que alguna de esas siluetas –¿y qué pasó con el perro de una de las chicas, al cual no se lo ve más?– podría haber adquirido si Taretto y compañía se lo hubiesen propuesto, la película, defendida con desenvoltura por sus seis actrices, resulta simpática y creíble, dos adjetivos que el prejuiciado autor de estas líneas no pensaba tener que manejar para describirla.
1. Argentina, 2014.