Es casi un milagro que no se haya lamentado algún herido grave, y que los jugadores de los dos equipos, tan afectos en los últimos tiempos a solucionar sus diferendos a puñetazo limpio, hayan demostrado un comportamiento cuasi ejemplar. Llegó un momento en el que ambos cuadros parecían querer que el campeonato terminara, había quedado demostrado que Nacional fue más que Peñarol durante todo el año, y que Bengoechea necesitará ser un poco más osado si pretende emular en algo las glorias alcanzadas en sus épocas de pantalones cortos.
¿Por qué ganó Nacional? Los dirigidos por Gutiérrez sustentaron su cuasi perfecta campaña en el Torneo Apertura en su capacidad defensiva: con Munúa en el arco (casi no cometió errores, aunque sin trasmitir sensación de imbatibilidad), un Polenta que por momentos se disfrazó de Hugo de León (más gordo, sin barba y menos colorado) y un mediocampo firme con Arismendi y Porras, sólo fue cuestión de tirársela a Alonso para que desnivelara. En 10 de los 15 partidos del Apertura, Nacional no recibió goles, y así es muy difícil no salir campeón.
En el Clausura la historia fue distinta: el equipo pareció acusar el golpe de haber sido eliminado de la Libertadores por el poderoso Palestino, y al cabo de cinco fechas había perdido toda chance de salir campeón. Para peor, los refuerzos (Ribair, Bueno, Tabó, Valdés) o jugaron más o menos o lisa y llanamente no jugaron. En la vereda de enfrente, sin convencer a nadie, Peñarol logró quedarse con un deslucido Clausura de cara a una serie final que acabó siendo un único partido que ni siquiera terminó.
Para el presidente tricolor, Eduardo Ache, este campeonato surge como la posibilidad real de –en caso de tener ganas– presentarse a las elecciones del próximo mes de diciembre con chances reales de lograr la reelección. La memoria del hincha es de corto plazo, suele recordar exclusivamente lo último. Una buena performance en la Copa Sudamericana que arrancará en un par de meses, o hasta la prolongación de la supremacía clásica en la era “pos 5 a 0”, le permitiría al ex candidato a la Vicepresidencia de la República por el pachequismo alcanzar su cuarto mandato, siempre y cuando no prefiera “irse ganador”.
Para el mandamás carbonero, empero, el campeonato que importa es otro. La inauguración del estadio será el triunfo más ansiado por Damiani, y su posibilidad real de –a falta de victorias deportivas– quedar en la historia del club de las 11 estrellas, para así taparle la boca a todos los que en algún momento dudaron de su capacidad para levantar el “primer estadio Fifa” de Uruguay, si es que alguien quiere seguir usando dicha denominación tras el “Eugeniogate”.
¿Quién dijo que todo está perdido? Sólo Peñarol pudo haber empatado un partido como el del domingo pasado. Sólo un equipo que hace de lo sobrenatural una de sus cualidades más respetadas puede permitirse el lujo de haber anotado dos goles tras haber cruzado la mitad de la cancha con balón medianamente dominado en no más de tres oportunidades.
Pero, claro está, ya no estamos en 1997, y por más que Aguiar se las ingenió para demostrar que cuando anda derecho puede ser una extraña mezcla de garra y calidad, Nacional terminó llevándose el partido de forma incuestionable. Por supuesto que, en idénticas condiciones, hace 18 años Peñarol se hubiera terminado llevando el triunfo: el penal de Recoba hubiera rebotado en la unidad de Suat para luego derivar en los pies de Urretaviscaya, en lo que habría dado lugar al famoso gol de la ambulancia; o el gol de cabeza obra de un futbolista no demasiado alto a la salida de un córner hubiera sido marcado por Nández y no por Romero; o algo aun más inesperado hubiera terminado ocurriendo tarde o temprano. Pero estamos en el siglo XXI. De los últimos 16 campeonatos uruguayos, Nacional ganó nueve y Peñarol tres. Los efectos estadísticos del Quinquenio han sido revertidos.
Sin embargo, de la mano de Forlán, del nuevo estadio o de un trabajo en juveniles que parece haberse profesionalizado, la esperanza del hincha carbonero se renovará tarde o temprano. La Libertadores de 2016 está a la vuelta de la esquina, y jugarla por primera vez de local y con un balón de oro en cancha será aliciente más que suficiente para despertar al león dormido.
Porque, después de todo, la alegría va por barrios, y algún día agarrará la 102 y llegará a Jacksonville.