Millones de personas en el mundo esperan ansiosamente la vacunación. Luego de un año de semiparálisis económica, precarización laboral, incertidumbre, reclusión, estrés, soledad y miedo al contacto con el-otro-que-me-puede-contagiar, todos quisiéramos que esto acabara por fin. Y si el precio fuera un simple pinchacito, ¿por qué no…? Las farmacéuticas embolsarán fortunas, pero si la vacunación es eficaz, ¡que hagan su negocio! No es novedad para nadie: el lucro mueve al mundo y la vacuna es una mercancía más. En esta ecuación, sólo queda saber cuán eficaces son las vacunas.
El grupo ad hoc de la Comisión Nacional Asesora de Vacunaciones (CNAV) lleva meses analizando la –escasa– información científica disponible sobre las principales vacunas ofrecidas. En un informe reciente, enumera «lo que no se sabe de las vacunas»: no hay garantías de eficacia para los mayores de 65 ni para los casos severos, no se sabe si impedirá la transmisión del virus, se ignora si funcionará para personas inmunodeprimidas, no se conoce la duración de la inmunidad, ni el comportamiento de la vacuna ante posibles mutaciones del virus, ni su poder para reducir la contagiosidad de los infectados.1 O sea, en su fase actual, ¿las vacunas no son seguras y se debe esperar a tener mayores garantías? No es lo que concluye el informe: «Es clave lograr adherencia y alcanzar buenas coberturas para lograr los objetivos planteados con la vacunación». Un vocero de la CNAV declaró: «Todas las vacunas protegen contra la enfermedad severa, que es lo que nos preocupa».2 Aquellas incertidumbres no condicen con estas afirmaciones. Este desencuentro lógico –una cosa no lleva a la otra– debería ser explicado. Tal vez una mirada más abarcativa del abordaje de las pandemias ayude a entenderlo. Sólo tal vez.
A lo largo del siglo pasado, el desarrollo de antibióticos y vacunas posibilitó una sensible reducción de muertes por enfermedades infecciosas. Ha persistido, sin embargo, un miedo secular a las «plagas», que la razón no siempre consigue disipar. En lo que va de este siglo, el pánico se ha extendido por todo el planeta al menos en dos ocasiones. En los inicios de la gripe aviar de 2005-2006, la Organización Mundial de la Salud (OMS) comunicó que esta acarrearía 150 millones de muertes, cifra que corrigió de inmediato anunciando que los muertos serían «sólo 7 millones». Los gobiernos gastaron miles de millones de dólares en tratamientos que resultaron inútiles, dado que el virus era de una alta letalidad, pero de muy baja contagiosidad. La gripe aviar fue, ante todo, una pandemia de pánico: no hubo millones de muertos, como se había anunciado, sino 262 en total en el mundo entero.3
Hasta hace poco se denominaba pandemia a toda epidemia viral que provocara «un enorme número de muertes y enfermos» en todo el mundo. En 2009, la OMS modificó esta definición limitándola a su dimensión geográfica, fuera cual fuera el número de muertes.4 Ese mismo año, la llamada gripe porcina fue declarada pandemia, según la nueva definición: en atención a su expansión mundial y mucho antes de que pudiera saberse algo respecto de la mortalidad que acarrearía. Pero las autoridades del mundo entero respondieron a la «comunicación de riesgo» de la OMS como si se tratara de una pandemia altamente letal.5 En julio de 2010 anunciaba la OMS: «Una nueva pandemia puede ser inminente, todos los países estarán involucrados, los recursos médicos serán insuficientes». Su predicción «más prudente» (sic) era de «2 a 7,4 millones de muertes». Por su parte, el lenguaje militar empleado por los grandes medios –ataque, guerra contra el virus, enemigo maligno, armamento de guantes, máscaras y vacunas– avivaba viejos temores latentes en la memoria colectiva. Una vez conjurada la alarma, las estimaciones más abultadas informaron que unas 500 mil personas en el mundo habían muerto a causa de esta gripe,6 número inferior al de los decesos anuales por la gripe estacional, que ronda los 650 mil.7 Ni la OMS ni los grandes medios asumieron sus errores y sus exageraciones. Nadie se hizo responsable de aquel pánico injustificado. Pánico que, como se verá, facilitó la transferencia de miles de millones de dólares del bolsillo de los ciudadanos del mundo a la industria farmacéutica.
Durante la pandemia de 2009, la OMS, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) y la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) recomendaron el uso del oseltamivir desarrollado por Roche, cuyo nombre comercial es Tamiflu. Ante las insistentes denuncias de efectos nocivos en el mundo entero, la Colaboración Cochrane hizo una amplia revisión de los estudios y la documentación sobre esa droga.8 Se constató que ni la OMS, ni la FDA, ni la EMA tenían datos científicos completos sobre el Tamiflu. ¿En qué se habían basado, entonces, para recomendar su uso? En investigaciones mayormente financiadas por la propia Roche. Aduciendo secreto comercial, este laboratorio se negaba a compartir los estudios que había patrocinado. Luego de cuatros años de reclamos, la Cochrane pudo acceder, por fin, a estos estudios. El análisis de más de 150 mil páginas llevó a concluir que el Tamiflu tenía una eficacia modesta en el alivio de los síntomas, no reducía las complicaciones ulteriores de salud ni las muertes, no incidía en la transmisión del virus y producía importantes efectos adversos. Se concluyó también que los ensayos clínicos magnificaban los resultados buscados y subestimaban los desfavorables al uso de la droga.9 Entretanto, el Tamiflu reportó a Roche más de 18.000 millones de dólares entre 1999 y 2014.10
En junio de 2010, el Consejo de Europa reprochaba el alarmismo de la OMS, de los gobiernos europeos y de la industria farmacéutica; lamentaba «el desperdicio de grandes sumas de dinero público y los temores injustificados sobre los riesgos para la salud», y denunciaba «graves deficiencias en la transparencia de los procesos de toma de decisiones».11 Expresaba, asimismo, «preocupaciones sobre la posible influencia de la industria farmacéutica en algunas de las principales decisiones relacionadas con la pandemia» y deploraba que la OMS no hubiera revisado su posición sobre los riesgos reales para la salud que entrañaba la pandemia, a pesar de las pruebas abrumadoras de que su gravedad había sido enormemente sobreestimada por la OMS.12
Lo ocurrido durante las pandemias aviar y porcina desnuda el poder arrollador de la industria farmacéutica para imponer sus productos a costa de la credulidad –y la salud– de las personas, así como para influir decisivamente en las instituciones mundiales cuyas recomendaciones cuentan con la confianza del gran público. ¿Las cosas han cambiado desde entonces? Por lo pronto, lo que no ha cambiado es la voracidad de la industria. Se estima que sólo este año Pfizer y Moderna obtendrían unos 32.000 millones de dólares por sus vacunas y en los dos años siguientes Pfizer ingresaría otros 9.300 millones. El margen de beneficio oscila entre el 60 y el 80 por ciento.13 Y, a modo de reaseguro extra, Pfizer ha exigido edificios de embajadas, bases militares y reservas bancarias como aval e impone cláusulas que la eximen de responsabilidades por demoras en la producción y efectos adversos de la vacuna.14 El blindaje es total.
Si la línea argumental aquí expuesta no es disparatada, debería primar una razonable desconfianza en vacunas cuyos fabricantes priorizan agresivas estrategias de mercado, ofrecen escasas garantías, retacean información amparándose en el secreto comercial, exigen al vacunado el consentimiento informado y gozan de plena inmunidad a reclamos ulteriores. Pero, ante la amnesia colectiva de episodios recientes de estafa mundial, la avasallante imposición de condiciones leoninas por parte de las farmacéuticas, los medios masivos que secretan un relato monocorde de temor, los gobernantes y los opositores mancomunados en la urgencia por vacunar, la sensatez se queda sin margen.
Mientras las patentes de las vacunas sigan en manos de empresas lucrativas, la salud pública no estará asegurada. Cuando 60 años atrás le preguntaron a Jonas Salk, creador de la vacuna contra la poliomielitis, quién era el dueño de la patente, este respondió: «Bueno, la gente, diría yo. No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?».15
*Doctor en Ciencias Sociales.
1. «Vacunas contra el SARS-CoV-2, covid-19. Aportes para la consideración de su uso en Uruguay», disponible en www.gub.uy
2. La Diaria, 9-II-21.
3. Gervas, J. (2014): «El asunto Tamiflu/Relenza, la salud pública y algunas lecciones para la decisión y la ética», Revista Cubana de Salud Pública, vol. 40, n.o 4, La Habana, octubre-diciembre.
4. Cohen D., Carter P. (2010): «La OMS y las “conspiraciones” de la gripe pandémica», British Medical Journal, 2010; 340: c2912, British Medical Journal, vol. 340, n.o 7.759, 12 de junio de 2010, pp. 1.274-1.279.
5. Gervas, op. cit.
6. «La gripe porcina mató a mucha más gente de lo pensado», BBC, 12-VII-12, disponible en www.bbc.com
7. «La OMS estima que la gripe provoca 650 mil muertes anuales en el mundo», 14-XII-17, disponible en www.redaccionmedica.com
8. La Colaboración Cochrane, organización independiente que no acepta patrocinios comerciales, reúne a más de 30 mil investigadores independientes en ciencias de la salud de 130 países.
9. Gervas, op. cit. Una nueva revisión Cochrane publicada en 2014 establecía que el oseltamivir (principio activo del Tamiflu) «provoca alteraciones gastrointestinales», «dolores de cabeza, eventos renales», «daños psiquiátricos en adultos», «nerviosismo, agresión, ideación suicida, paranoia». El informe concluye que los riesgos acumulativos prevalecen sobre los pequeños beneficios de la droga y plantea dudas acerca de los modos de recuperar y procesar datos por parte de las grandes instituciones mundiales de la salud. «Oseltamivir for influenza in adults and children: systematic review of clinical study reports and summary of regulatory comments», disponible en www.bmj.com
10. Gervas, op. cit.
11. La OMS ocultó los vínculos financieros de sus expertos con los laboratorios Roche y Glaxo, fabricantes de Tamiflu y Relenza, respectivamente, ambos fármacos recomendados por la OMS. «La OMS ocultó que sus expertos en gripe A cobraron de farmacéuticas», disponible en www.elpais.com
12. «PACE-Resolution 1749 (2010)-Handling of the H1N1 pandemic: more transparency needed», disponible en www. assembly.coe.int
13. «The Coronavirus Crisis World Faces Covid-19 Vaccine Apartheid», 31-XII-20, disponible en theintercept.com
14. «Leoninas», Brecha, 29-I-21.
15. «Carta abierta: ¿Se puede patentar el sol? Sobre las vacunas contra el SARS-CoV-2», disponible en www.sinpermiso.info