Lleva 13 años al frente de una nación de casi 80 millones de personas en una de las regiones más complejas del mundo. Se ha turnado como presidente y primer ministro. Emprendió una política de islamización que tiene un resultado quizá esperado: las posiciones más radicales están saliendo reforzadas. Prueba de ello es que el 21 por ciento de los turcos apoya al Estado Islámico porque lo ven como el auténtico representante del islam (Publico, 26-III-16).
Pero lo más grave es que su país se convirtió en un factor de desestabilización. Recep Tayyip Erdogan, de 62 años –quien vive en un palacio de más de mil habitaciones que se mandó construir para su uso personal–, ha relanzado la guerra interna interrumpiendo las negociaciones que mantenía con el partido kurdo Pkk. Desde hace años es también uno de los actores principales en la guerra siria. Las relaciones con Moscú fueron rotas luego del derribo de un caza en enero pasado y sus relaciones con Israel son pésimas. Aunque semanas atrás hubo una primera reunión entre iraníes y turcos, que puede estar anunciando un deshielo entre dos importantes rivales de la región, sus vínculos con Teherán son tensos.
Los kurdos de Siria, y en particular la experiencia autonomista en Rojava, se le pusieron entre ceja y ceja. Es que la frontera turco-siria es un nudo de contradicciones: por allí pasa buena parte del armamento que reciben los grupos islamistas radicales, incluyendo al Estado Islámico. El líder de Ahrar al Sham –una potente milicia salafista y yihadista–, a quien Siria, Rusia y Egipto consideran terrorista, ha declarado que “el 50 por ciento de toda la ayuda que recibe el ‘moderado’ Ejército Sirio Libre va a parar al Frente al Nusra (Al Qaeda) y Estados Unidos lo sabe”.
La cuestión kurda es la más grave y potencialmente desestabilizadora. En Turquía viven entre 15 y 20 millones de kurdos, una cuarta parte de la población del país. En 2003 el gobierno turco se opuso a la independencia de los kurdos de Irak, que aprovecharon el caos pos caída de Saddam Hussein. Pero en los hechos el norte de Irak es una zona autónoma. El temor de Erdogan es que ahora los kurdos sigan ampliado las regiones autónomas en Siria (donde son 2,5 millones) y, en algún momento, lo hagan en la propia Turquía, como parece evidente.
Hubiera sido necesaria mucha prudencia para evitar que en algún momento todo se venga abajo. Con amigos como los saudíes, con quienes acaba de tejer una alianza anti Asad, y enemigos muy poderosos como Rusia, Irán e Israel, Erdogan está jugando con fuego. Por ahora cuenta con la tolerancia de Washington, frágil también, interesada y cambiante.