En plena pandemia, el gobierno de Trump continúa –y amplía– su régimen punitivo contra varios países del Sur global. Las medidas de presión económica impiden a los Estados mantener a flote su sistema de salud y, en algunos casos, empeoran el acceso a la información de calidad ocultada por regímenes autoritarios.
El coronavirus arrasa en Irán y el gobierno ha reportado más de 20 mil casos y más de 1.500 muertes. Ya antes del covid-19 las sanciones de Estados Unidos azotaban el sistema de salud iraní, socavando el acceso a medicamentos y a equipamiento como marcapasos cardíacos. En diciembre, el investigador Eskandar Sadeghi-Boroujerdi ,de la Universidad de Exeter, describió las sanciones como “un castigo colectivo a más de 81 millones de iraníes a través de uno de los regímenes de sanciones más abarcativos e implacables de la historia moderna”.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo no puede ser tomado en serio cuando afirma, como hizo el pasado 20 de marzo, que “la asistencia humanitaria a Irán está totalmente permitida, no está sancionada”. Las sanciones obstaculizan la capacidad iraní para contener el brote de coronavirus, sabotean el crecimiento económico y evitan que la población acceda a la base de datos que la Universidad Johns Hopkins mantiene sobre la pandemia. Llegan incluso al extremo de que Google elimine de su tienda online la aplicación iraní para el diagnóstico de coronavirus.
Puede que las sanciones no prohíban explícitamente el envío de artículos humanitarios, pero el ataque financiero contra Irán hace que algunas compañías no estén dispuestas a exportar suministros claves por temor a una reacción negativa del gobierno de Estados Unidos. En plena pandemia, Washington afirma que no va a aliviar el régimen de sanciones. De hecho, el martes 17 intensificó su asedio contra Irán al anunciar nuevas medidas como parte de su “campaña de máxima presión” para diezmar el sector petrolero iraní. Es evidente que cualquier medida que empobrezca de forma deliberada a un país empeora su capacidad para responder a una pandemia.
SIRIA, YEMEN, GAZA, COREA DEL NORTE… Mientras tanto, el 23 de marzo, Siria confirmó su primer caso de covid-19. El país está mal posicionado, por decirlo así, para hacer frente a la pandemia, no sólo por la guerra en su territorio, que ya lleva nueve años, sino también porque las sanciones de Estados Unidos han tenido el efecto de hacer casi imposible la importación de instrumental médico y otros suministros sanitarios.
A pesar de las supuestas exenciones humanitarias al régimen de sanciones, estas han golpeado la atención médica siria, afectando la compra de medicamentos al evitar transacciones con bancos extranjeros y al impedir que muchas compañías farmacéuticas comercien con el país. El gobierno de Trump ha llegado incluso a prohibir el paso de buques de ayuda a Siria: la Unión Europea y Canadá también han impuesto sanciones contra ese país.
En Palestina, el Ministerio de Salud informó el 22 de marzo sobre los dos primeros casos de coronavirus en la Franja de Gaza, un territorio que Israel ha convertido en prácticamente inhabitable. Estados Unidos participa directamente en el asedio de Gaza al proporcionar a Israel las armas y el apoyo financiero y político que necesita para torturar a sus habitantes. Washington aplica, además, sus propias sanciones contra el gobierno de Hamás en Gaza desde que este fuera elegido por primera vez en 2006.
De forma similar, mediante una combinación de participación bélica y económica directa y de subcontratación a través de sus socios sauditas y de los Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos ha aniquilado el sistema de atención médica en Yemen. En el eventual caso de que Yemen ya tenga –o que pronto adquiera– infecciones por coronavirus, la situación no es nada prometedora.
Las cosas serán igual o más devastadoras en Corea del Norte. Las sanciones del Consejo de Seguridad de la Onu contra el Estado norcoreano cubren aproximadamente el 90 por ciento de sus exportaciones comerciales y evitan que importe gas, petróleo y refinados. Por si eso fuera poco, Estados Unidos aplica, además, sus propias sanciones unilaterales, aún más abarcativas, contra ese país asiático.
Las sanciones contra Corea del Norte han causado el bloqueo para el ingreso al país de máquinas de anestesia utilizadas para operaciones de emergencia, al tiempo que dificultan la operativa de las agencias de ayuda humanitaria. Tampoco se permite que Corea del Norte importe computadoras u objetos metálicos, lo que restringe su capacidad de reparar equipos médicos. La lista de artículos prohibidos por el Consejo de Seguridad de la Onu incluye “esterilizadores, lámparas ultravioletas para desinfección, ambulancias, jeringas, agujas, catéteres, máquinas de rayos X y ultrasonidos, microscopios, así como maquinaria para filtrar o purificar agua”. Aunque el Consejo de Seguridad puede habilitar excepciones caso por caso para ayuda humanitaria, el mecanismo no siempre permite que las organizaciones humanitarias hagan llegar a tiempo los artículos necesarios. Recién para esta semana se esperaban los primeros envíos de ayuda médica internacional para colaborar con Corea del Norte en la lucha contra el coronavirus.
(Publicado originalmente en Jacobin bajo el título “US Sanctions Must End Now”. Brecha publica fragmentos. Traducción del inglés y titulación de Brecha.)