Símbolo, mito, ídolo, fetiche. Sea en el formato que fuere, el Che está en casi todos lados. Pero la pregunta es: ¿cuántos conocen realmente qué pensaba el Che y cuál era su proyecto político? Me atrevo a decir que son pocos, incluso dentro de la generación que lo siguió cuando él caminaba por este mundo. A mi juicio ese desconocimiento lleva a que, aun desde la más sincera admiración hacia su figura, haya permeado la idea errónea de que no tenía planteos estratégicos y tácticos ni concepciones sobre el tránsito al socialismo; seguida de la de un Che representado como un quijote movido tanto por nociones básicas sobre el bien y la justicia como por la pura emoción. Esto último me lleva al tema de este artículo, ya que para tranquilidad de los lectores aclaro que no deseo ocupar espacio con una síntesis de las ideas guevarianas, de las que ya se han escrito ríos de tinta. En su lugar voy a ofrecer aquí un recorrido por la inclusión de las emociones como factor político en el pensamiento revolucionario del Che; concretamente en sus consideraciones respecto de la lucha por el poder y la construcción del socialismo.
Corazones con puños calientes que dicen ¡basta! El poder es un tema central para todo revolucionario, y el Che lo tuvo en cuenta desde el momento en que decidió participar en la lucha política latinoamericana, primero en Guatemala y luego en Cuba. Es por eso que buena parte de su legado se ubica en el terreno de la estrategia para la conquista del poder, que como veremos les da un espacio fundamental a las emociones.
La guerra de guerrillas, tema sobre el que incluso escribió un libro, es definido como un método para la conquista del poder —y no el método— que debía utilizarse correctamente para lograr la victoria. Partiendo de su propia experiencia en la Sierra Maestra, lo primero que tuvo en cuenta a la hora de sistematizar sus planteos fueron las duras condiciones que impone la lucha armada —sobre todo en el terreno rural—, con efectos sobre la mente y el cuerpo de cualquier combatiente, y que dan lugar a un dilema trascendental: ¿por qué lanzarse a la lucha en un escenario tan adverso? Pues bien, considerando el origen social de los combatientes —fundamentalmente campesinos y obreros—, para el Che la clave no estaba solamente en lo razonable de la causa sino en los móviles de índole emocional. Campesinos y obreros podían estar dispuestos a soportar hambre, frío y sed o a morir movidos por reivindicaciones inmediatas como la tierra o un buen salario, pero fundamentalmente por la necesidad de lograr un “trato social justo”. Sea ira, venganza o indignación, la injusticia suele tener una respuesta emocional, algo que el Che comprendía muy bien desde sus viajes por América Latina, por lo que la necesidad de un trato más justo claramente refiere a toda esa humillación acumulada que vio personalmente y que lo llevó a empuñar un fusil.
Pero eso no es todo. En la concepción guevarista la guerra de guerrillas es una lucha de masas, por lo que no existe ninguna posibilidad de triunfo sin el apoyo del pueblo, cuestión en la que también interviene el factor emocional. Para el Che la primera tarea del foco guerrillero era crear las condiciones faltantes para la revolución, en concreto las de índole subjetivo. Es por eso que la prensa y la propaganda adquirían una importancia igual o mayor a la de las acciones estrictamente militares. El foco, en su rol de catalizador de la lucha popular, debía procurar llegar al corazón de las masas, despertando las emociones latentes producto de la miseria y la explotación, e irradiando entusiasmo para que se sumaran a todos los frentes de lucha.
Cortando espigas con amor. Una de las grandes preocupaciones del Che era lograr que en la construcción de una nueva sociedad el trabajo tuviese una naturaleza radicalmente distinta a la que tiene en el capitalismo. El trabajador enajenado no puede disfrutar del proceso de transformación de la naturaleza, ni sentirse realizado, porque lo que producen sus manos no le pertenece, lo que se traduce en un estado emocional de angustia permanente. Por tanto, para el Che era fundamental que la revolución acabara con todo lo que hace angustiosa a la vida humana en el capitalismo.
En la visión guevarista no es suficiente la socialización de los medios de producción, hace falta pensar en los estímulos necesarios para que los individuos trabajen y participen en la creación de riqueza colectiva. Existiendo estímulos materiales y morales, el Che defendía el predominio de los segundos. En el socialismo el trabajador no debía esforzarse por trabajar más sólo porque de esa forma sacaría una tajada más grande, sino a partir de sentimientos de solidaridad y pertenencia.
El Che sabía que una nueva actitud frente al trabajo no podía surgir de forma espontánea, sino desarrollando el “hombre nuevo”, una nueva mentalidad humana que supone una conexión emocional entre los individuos para cooperar en la persecución de objetivos comunes. A su vez, para esta tarea el Che le otorgaba un papel importante a una “vanguardia revolucionaria”: un grupo de dirigentes, cuadros partidarios, trabajadores destacados y jóvenes militantes cuyo nexo fuera un grado de desarrollo más avanzado de la conciencia comunista. Esa vanguardia, guiada por “grandes sentimientos de amor”1 y sensibilidad ante las injusticias, debía movilizar al resto de la sociedad y servirle de espejo.
Recapitulando. Un gran mérito del Che fue comprender la importancia de las emociones en la lucha política, sobre todo si lo que se busca es construir un mundo nuevo en donde tenga lugar la emancipación humana. Viajó por América y se dio cuenta de que los oprimidos no podían esperar más, que el tiempo de levantarse contra los opresores había llegado. Su indignación lo llevó a dedicar su vida a la revolución, pero eso no significa que fuera un héroe romántico, sino un político con una mentalidad estratégica admirable. Supo ver con claridad fortalezas y debilidades, tanto en amigos como en enemigos. Tenía muy claro que la derrota siempre es una posibilidad y personalmente le llegó aquel día de octubre de 1967, pero su proyecto estará vigente siempre que existan personas “capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”.2
1. En “El socialismo y el hombre en Cuba”, carta publicada en el semanario Marcha en 1965, la frase completa es: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”.
2. Tomado de la famosa carta de despedida que le escribió a sus hijos.
Gaspar Avelino (1993, Carmelo). Estudiante avanzado de la Licenciatura en Ciencias Políticas (Facultad de Ciencias Sociales, Udelar). En las XVI Jornadas de Ciencias Sociales presentó “Sentir la revolución. El Che Guevara y su desafío a la ‘hazaña de la razón’”, en el módulo “Política y emociones”.