La clase de improvisación musical se había colocado, con bastante intensidad, en el carril del divague total. Los estudiantes entraban y salían del trance individual al colectivo, con una puerta giratoria como pasaje. Caos y volumen. En un momento, la docente frena el asunto bruscamente. Los jóvenes dejan de tocar. Algunos creen haber hecho algo mal y esperan el llamado de atención.
—¿Se están divirtiendo? —pregunta ella.
—Sí.
—Bueno, entonces sigan.
Quien trae a cuento la anécdota es Leonardo Croatto, músico, investigador, docente y actual director de la Escuela Universitaria de Música. Él era uno de aquellos estudiantes y la docente era Renée Pietrafesa: «De Reny lo que traería para graficarla es su sentido de enorme alegría en la enseñanza, la tipa disfrutaba enseñando, con entusiasmo y dándole para adelante siempre a todo el mundo. Era como una especie de ser hecho de música», sentencia Croatto, quien supo entrevistarla hace poco más de 30 años para Brecha, en una conversación que soslaya algunas ideas referidas a ese disfrute del ejercicio musical y al sentido liberador de su búsqueda: «Encontré algunos pedagogos buscando nuevas maneras de enseñar ese famoso solfeo tan poco querido –y con mucha razón, ya que en general está muy mal enseñado–; hay una revista llamada Vibraciones con ideas de cómo cambiar el sistema pedagógico; también encontré un profesor que compuso un método con acompañamiento de jazz…», contesta a una consulta sobre la metodología de enseñanza.
Le decían Reny para diferenciarla de Renée Bonnet, su madre y primera docente de música de la familia. Junto con su hermana Alicia, desde niñas se acostumbraron al encuentro con grandes artistas en la Quinta de Suárez, transformada, por su espíritu y dinámica, en la Quinta del Arte. Pasaban por la casa instrumentistas, cantantes y directores procedentes de Europa (Enrique Casal Chapí, Angelo Turriziani y Arthur Rubinstein, entre otros), que traían las noticias frescas de la actualidad musical de aquel continente, aún sumido en la guerra. Esos conocimientos dialogaban con los de mamá Renée, quien había estudiado con Guillermo Kolischer –pianista polaco radicado en Montevideo y representante de la escuela de Johannes Brahms–, y los de Juan Carlos Pietrafesa, su esposo.
El padre de Reny y Alicia era médico, pero también un gran conocedor de la música y sus entramados. Cristina García Banegas, hoy directora de orquesta, organista y docente, con 9 años decidió que quería aprender piano con Renée Bonnet en la Quinta. La madre de Reny fue docente de Cristina casi 18 años: «Corridos los años sesenta, Renée me hablaba mucho de sus dos hijas, que estaban becadas en París, estudiando música. Arriba del piano había una lámina de la iglesia Saint–Germain-des-Prés y me decía que ahí era donde Reny aprendía órgano y daba conciertos», recuerda García Banegas. Cristina se había enamorado de los Beatles y la presencia del órgano en sus discos. Por un lado, sacaba las canciones del grupo en su teclado eléctrico; eso era parte de la edificación de su propio arte y estudio. Con esas inquietudes, para Cristina encontrarse con Reny fue como descubrir el otro lado del sol. «En una de sus visitas a Montevideo, le dije que quería estudiar con ella. Yo era una jovencita y ella se iba a volver a París, cosa que dificultaba la idea, pero un día me invitó a la iglesia de Tapes. Fuimos y mientras subíamos la escalera de caracol, dijo: “Esperame por la mitad”. Terminó de subir, se sentó en el órgano y tocó el inicio de la Tocata y fuga en re menor de Bach. Yo quedé petrificada. Muchos años después hicimos el mismo chiste en la iglesia de Punta Carretas. Me dijo que quería sentir qué fue lo que me había pasado a mí en Tapes, así que subí al órgano de la iglesia, ella quedó a mitad de camino, toqué lo mismo y, cuando bajé, me dijo emocionada: “Qué cosa más imponente”».
Fue gracias a García Banegas que Fernando Condon conoció a Reny, durante una de sus estadías en Montevideo. Era el año 1976. Cristina invitó al hoy director de orquesta y compositor y a su tocayo Fernando Cabrera a la Quinta de Suárez. En la bohardilla en la que Reny había instalado sus materiales empezaron a tener encuentros en los que se ensayaba, pero también se conversaba sobre todo el espectro musical. Condon era un incipiente músico, pero estudiaba en la Facultad de Química de la Universidad de la República y aún no tenía muy claro qué camino quería para su vida. Los encuentros con Reny fueron fundamentales para definir su porvenir: «Sentarse a conversar con Reny, de lo que fuere, era una experiencia muy interesante. Tenía una visión que salía mucho de lo convencional, de lo políticamente correcto. Enrique Jordá, un famoso director de orquesta español, decía: “No toquen solo lo que está en la tinta, toquen también el papel”, o sea, hay que tocar las notas, pero también lo que está detrás. Reny tenía eso: no solamente te daba los datos concretos, sino que te daba su interpretación, lo que estaba detrás», reflexiona Condon.
Sobre las características musicales de Reny, Fernando cree que si hubiese un término para definirla –«aunque no me guste mucho»– sería eclecticismo. Según su visión, se trataba de una persona con gran coherencia pero impredecible. Una de sus grandes amigas y cómplices, la psicoanalista, escritora y dramaturga Raquel Lubartowski, confirma el espíritu aventurero de su andar, «revolucionario diría, en que su creatividad no excluía que fuese muy disciplinada y profunda en su estudio, en paralelo a una aparente improvisación y a la simpatía». Al momento de ser consultada por Brecha para esta nota, Lubartowski ordenaba material elaborado junto con Reny. Se conocieron en 1975 a través de Aída Fernández, también psicoanalista, con quien Reny había hecho un interesante trabajo sobre la inclusión de la música en los procesos psicoanalíticos. A partir de allí, junto con Raquel generaron una amistad y un intercambio, y realizaron una cantidad de obras en el ámbito de la música, el teatro y la escritura. «Reny tenía ese don de poder dar un paso más, a veces arriesgado, y no le fue fácil, porque fijate que pertenecía a las instituciones más disimuladamente conservadoras: el campo del arte, la Universidad de la República, el psicoanálisis. Pero no nos quedábamos. En la Quinta hicimos, a fines de los ochenta, unos seminarios sobre la obra de Cristina Peri Rossi, una posibilidad de acoger lo nuevo y también cargar con las consecuencias. Antes hubo actividades muy interesantes, recopiladas en un libro que se publicó hace un par de años que se llama Sótano de la resistencia cultural;1 allí nos reuníamos un conjunto de personas que trabajábamos en el campo del arte a la salida de la dictadura, y Reny participaba activamente.»
Para hacer la obra Marat-Sade en el Vilardebó, Reny y Raquel trabajaron dos años. Se estrenó hace 13 años en las instalaciones del hospital psiquiátrico. Raquel escribió el texto, Reny hizo la música, Andrés Caro Berta dirigió y Alberto Restuccia aportó a la construcción de los personajes. «Realmente fue una experiencia muy profunda, que iba en la línea de la desmanicomialización, con un aporte de Reny sumamente interesante. Ella siempre me comentaba lo transformadora que había sido para ella esa experiencia. Creábamos dentro de una institución en la que circulaba mucha pobreza, nos encontrábamos con realidades muy duras. Pero así era Reny: ante ideas propias o ajenas, tenía la cualidad de responder: “Bueno, sí, lo hacemos”.»
Tanto así que llegaron a armar una murga, una murga psicoanalítica. Se llamaba Lacan-ción es Otra. «Imaginate lo que es tener una murga con música de Renée Pietrafesa», dice Raquel. En días en los que están apareciendo intentos de diversificar el carnaval en muchos carnavales, esa murga es una linda foto para imaginar.
1. Sótano de la resistencia cultural. El taller del orfebre Ruben Zina Fernández. Editorial Yaugurú. Montevideo, 2019.