—¿De cuándo data su pasión por Vallejo?
—De toda la vida. De niño leía a Vallejo sin entenderlo, y peor, intentaba escribir como él. Tengo el recuerdo de la experiencia: me colocaba en otro lugar, en otra posibilidad del lenguaje distinta a todo lo que aprendía en la escuela, a todo lo que me rodeaba, y eso me fascinaba, era como un refugio. Aquellos ejemplares de Losada me han acompañado siempre, hasta ahora, y en algún momento del año están en mi mesa de luz, acompañándome, impulsando mi propia poesía. Así que Vallejo es una experiencia de toda la vida.
—¿Y cómo fue que pasó de ser un lector fiel a convertirse en un vallejólogo?
—En el caso de Vallejo todo es parte de una pasión y de un sentirlo cerca. Cuando uno convive toda la vida con un poeta lo siente casi como un amigo, y no se trata tanto de la especialización y el estudio formal, eso viene con los años. Pero lo otro, que es lo pasional y la parte afectiva, ayuda mucho en la comprensión de un autor, y yo parto de ahí. Una de las condiciones que puse para este congreso –por supuesto que la academia es muy importante para la concentración de miradas y el estudio minucioso de un autor– fue que no colocáramos a Vallejo sobre una mesa de disección para estudiarlo apartándolo de la experiencia vital que impulsó su poesía. Yo creo que la experiencia vital y sus extremos es lo que justifica la existencia de la poesía. Y si uno piensa en Vallejo, fue una experiencia vital extrema lo que lo llevó a escribir. Vallejo no sólo es el poeta que llevó el lenguaje a un horizonte nuevo, es también el poeta que atravesó páginas cruciales de la historia del siglo XX: el surgimiento de las corrientes políticas en Trujillo, la “bohemia trujillana” que después se llamaría Grupo Norte; su acercamiento a Mariátegui, a Víctor Haya de la Torre, a Antenor Orrego. Lo que significó en él el estigma de ser un mestizo; el huir de la justicia y convertirse en un prófugo –porque no tengo dudas de que eso fue lo que pasó con él a partir de lo sucedido el 1 de agosto de 1920 en Santiago de Chuco, su pueblo–; el irse a Francia y ser un sudamericano sobreviviendo en París con toda clase de dificultades económicas; la defensa de la República Española, que él la puso en primer plano y con toda su pasión, o el asomarse a ese brutal genocidio que fue la Segunda Guerra Mundial. Él refleja en su poesía momentos cruciales del siglo XX, por lo que alejarlo de su experiencia vital al estudiarlo me parece que no es correcto. Uno puede hacer sus estudios formales, pero está ese otro registro insoslayable que es el registro de su vida.
—En ese sentido se ha dedicado a ir tras los talones de Vallejo. Si no me equivoco, visitó Perú y Santiago de Chuco, su pueblo, en más de una oportunidad…
—Sí, busqué conocer la geografía vallejiana. Estuve un par de veces en Santiago de Chuco, que es por suerte un lugar inhóspito. El turismo en Perú se concentra más bien en el sur, pero ese norte de Vallejo es menos visitado y conserva en gran medida lo rústico que conoció Vallejo. También estuve en Huamachuco y di una charla en el colegio donde Vallejo hizo sus estudios secundarios, tuve el honor y el atrevimiento de leer mi poesía en la casa de Vallejo en Santiago de Chuco, di otra charla en la Universidad Nacional de Trujillo y en la Universidad César Vallejo. Y estuve en un lugar, una experiencia muy emocionante, que es la cárcel donde Vallejo estuvo preso, que ahora está en ruinas, y aprisionada, valga la ironía, entre una serie de comercios. Después de muchos intentos pudimos entrar y fue muy conmovedor estar allí donde Vallejo pasó cuatro meses, donde lloró tanto y se disparó parte de la poesía de Trilce y algunos de los cuentos de Escalas. Conocer todo eso es palpar, a nivel sensual, su poesía. Y está el testimonio de Georgette Vallejo, la viuda, que estuvo en Santiago de Chuco una vez. Ella comenta que estar ahí fue comprender mejor la poesía de Vallejo, un montón de elementos de su poesía se descubren ahí.
RASTROS URUGUAYOS
—¿Cómo surge la posibilidad de realizar el congreso en Montevideo?
—La primera edición del congreso, que es bianual, fue en 2014 en Perú, y en 2018 se va a realizar en España. Cuando terminó el primer congreso, que tuvo como sedes primero a Lima y después a Trujillo, dos importantísimos vallejólogos peruanos, Gladys Flores Heredia y Jorge Kishimoto, me señalaron la posibilidad de realizarlo en Uruguay. Yo al principio dudé muchísimo, porque Uruguay tiene la desventaja de que todo depende mucho del Estado y que no hay demasiados capitales privados que se animen a apostar a la cultura. Pero finalmente tuve todo el respaldo de mis colegas y me decidí: hay una suerte de cofradía internacional de vallejólogos, una red, nos respaldamos mutuamente. En cuanto al argumento de por qué en Uruguay, creo que hay muchas líneas de investigación que lo justifican, y que de hecho el congreso comprobó. Por ejemplo la admiración que tenía Vallejo por Herrera y Reissig. En un ensayo que publica Xavier Abril en la década del 50, él anota un montón de palabras que son de Herrera, sobre todo en el primer Vallejo, el de Los heraldos negros, de 1919. Pero también está el peruano Juan Parra del Riego, que vivió acá, se casó con Blanca Luz Brum, y que fue quien le dio el nombre de “bohemia trujillana” a aquel grupo de Vallejo y que siempre fue muy elogioso con él. Y el propio Xavier Abril, que vivió sus últimas décadas acá, y que incluso convivió con Vallejo en París en algunas instancias. Y me parece fabuloso el hallazgo de Juan Fló en los archivos de Ángel Rama, con esos autógrafos de Vallejo, que Georgette, la viuda de Vallejo, le había dado a Rama.
—¿Qué es lo que encuentra exactamente Fló en el archivo de Rama?
—Georgette Vallejo había fotografiado algunos autógrafos, algunos poemas, y se los había dado a Rama con la idea de que él los publicara en la colección Ayacucho. Nadie supo de esto hasta que, ya fallecido Rama, Fló se encontró con esos archivos. Ese material fue trabajado posteriormente por Juan Fló y Stephen Hart, que estuvo en el congreso, procedente de Inglaterra. Lo maravilloso es que esos poemas estaban anotados, con la fecha y el lugar donde habían sido escritos, lo cual abrió un panorama de investigación muy interesante, y es algo muy reciente. Otra línea de investigación que a mí me parece muy importante es el contacto que tuvo Vallejo con Julio J Casal. Casal publicaba Alfar en La Coruña, donde colaboraban Lorca, Alexandre, un montón de poetas notables, y también Vallejo. Vallejo lo menciona en dos o tres cartas; creo que en las que envía a Juan Larrea habla de “ese uruguayo de La Coruña” y se preocupa también por la foto suya que será enviada a la revista. Yo sostengo que hubo dos poetas –Juvenal Ortiz Saralegui e Ildefonso Pereda Valdés– que se comunicaron desde acá con Vallejo. No lo tengo probado, pero seguramente el nexo fue Julio J Casal. Y es admirable que de forma tan temprana la poesía de Vallejo conmoviera en Uruguay. En fin, había muchos motivos para hacerlo aquí.
Lo que más se abordó, porque ya venía siendo trabajado por varios especialistas uruguayos, es esa admiración profunda de Vallejo por Herrera y Reissig. No quiero ser autorreferencial, pero en mi ponencia intenté ir un poquito más atrás, ya que creo que se ha abandonado un poco en el estudio de Herrera la presencia de Jules Laforgue, cuando en realidad en vida de Herrera eso fue muy señalado, e incluso hubo una polémica entre las partes que defendían a Lugones y a Herrera acusándose de plagio. En realidad en Lugones es muy clara la presencia de Laforgue. Y en Herrera también. Yo creo que esa presencia está en Vallejo, porque si ves las palabras que anota Xavier Abril, son las mismas que encontrás en Laforgue.
UN EPISODIO VITAL EXTREMO
—¿Cuáles diría que son hoy las grandes líneas de investigación sobre Vallejo, cuáles las nuevas lecturas críticas con respecto a décadas anteriores?
—Algo por lo que fue muy importante tener a Stephen Hart en Uruguay es que es el autor de la biografía más completa sobre Vallejo. Y esa biografía salta la leyenda, el bronce, digamos, y hace consideraciones que nos acercan mucho a Vallejo en lo humano. Durante muchos años hubo una especie de antagonismo entre el Vallejo que Georgette quería conversar y el que levantaban por ejemplo Juan Larrea y otros autores. Stephen Hart lo que hace es saltearse la leyenda y mostrar todas las posibilidades.
El 1 de agosto de 1920 en Santiago de Chuco se produce un episodio brutal que marca un antes y un después en la vida de Vallejo. Y más que bucear en la consideración restrictiva de si Vallejo fue culpable o inocente, interesa poner sobre la mesa todos los elementos que dispararon aquel episodio e indagar en la documentación para entender que fue lo que pasó. ¿Vallejo fue absuelto? No, no fue absuelto. ¿Por qué se fue de Perú? A la luz de la biografía literaria de Hart se plantean elementos nuevos. En la medida en que nos alejamos de la leyenda y de algunos testimonios directos que evitaron algunos asuntos, se puede estudiar el tema con mayor objetividad. Y eso, lejos de hacer peligrar la imagen de Vallejo, lo enriquece muchísimo. Porque, insisto, la poesía no nace de la nada, sino de una experiencia vital. Trilce, tan incomprendido en la edición de 1922, y tan incomprendido también en la edición que Gerardo Diego y José Bergamín hicieron en España, es un libro –lo dice el propio Vallejo– que nace del vacío. Toda esa metafísica, el jugarse al extremo en la palabra, tiene que ver con un Vallejo que sale de la cárcel, que tiene pánico de volver a ella y que siente una gran decepción de la condición humana. Es un Vallejo escéptico al que no le interesa tanto la comunicación con los que lo rodean. Y todo eso le da una impronta al libro, eso me explica por qué Trilce no intenta ser amable con el lector, por qué no transa y se juega a todo lo propio y nuevo. Ese episodio –un episodio vital extremo– es lo que nos posibilita hoy tener una poesía que va más allá de los tiempos. E insisto, tiene mucho que ver con ese Vallejo saliendo de la cárcel y con el peligro de tener que volver, porque la causa no estaba cerrada. Llevaba seis años en París y le seguían llegando citatorias.
—¿Cómo fue exactamente aquel episodio?
—Te cuento los antecedentes. Vallejo y su familia mantenían una gran rivalidad con la familia Santa María, que tenía como gran protagonista a Carlos Santa María, el dueño del comercio más importante de Santiago de Chuco. Este personaje quería tener poder en el pueblo, y Vallejo se oponía. Democráticamente Carlos Santa María siempre perdía esa posibilidad. En un momento, según una investigación que hace Hart, él llega al poder por un tiempo, un momento en que no existía otra persona que ocupara la alcaldía. Hart cuenta que en ese contexto Vallejo se entera de una noticia brutal: intenta emborracharse, camina por todo Trujillo, llega a la habitación que comparte con su hermano Néstor, apoya su pluma sobre el papel y escribe: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”, “Los heraldos negros”. Y la noticia, de acuerdo a la investigación de Hart, es que Alfredo Santa María, pariente de Carlos, habría violado a la hermana de Vallejo. Más allá de que esto haya sido así o se tratara de una relación consentida, para Vallejo significa un golpe brutal. El 1 de agosto de 1920, la culminación de la fiesta del santo patrono de Santiago de Chuco. Carlos Santos María aprovecha que a los gendarmes que custodiaban el pueblo les adeudaban parte del salario y les empieza a dar púa. Había corrido mucho alcohol. En ese momento cuatro de los gendarmes que estaban en la plaza principal donde culminaban los festejos levantan sus armas y se mata a quien estaba acompañando al gobernador de ese momento. Hay una descripción muy brutal de lo que es esa muerte. Y luego las versiones difieren y entramos en un plano de especulaciones. La idea es que la gente se indigna y se va contra estos gendarmes que se refugian en la comisaría cuartel, que también tuve la oportunidad de conocer. Al otro día, dos de estos gendarmes aparecen muertos, y es incendiado el comercio de Santa María, más algún otro edificio público. Vallejo va a sostener en su defensa que él lo que hace es colocarse junto a las autoridades y ayudar a redactar los informes. Carlos Santos María, que huye de Santiago de Chuco, dedicó muchos años de su vida a acusar a Vallejo, hasta llevarlo preso. Entender bien el grado de culpabilidad de Vallejo es indagar en la documentación, en los juicios. Vallejo huye también a Trujillo y se esconde en la casa de Antenor Orrego, una casa que estaba –interesante esto– frente a unas ruinas preincaicas de la cultura Chimú (Vallejo, por su lado indígena, provenía de ella), y visita en Trujillo al hermano de quien había sido asesinado por uno de los gendarmes; es ahí que es apresado. Estuvo casi cuatro meses preso. Los testimonios de Antenor Orrego dicen que Vallejo llora mucho en la cárcel, y llora cuando logra salir. Ese grupo de Trujillo, el de “la bohemia trujillana”, que más tarde se llamó Grupo Norte, hace mucho para que Vallejo salga de la cárcel, y lo logra transitoriamente. Vallejo sabe que en cualquier momento puede volver a ser apresado y viaja a París junto a un sobrino de Antenor Orrego que le facilita las cosas. En lo que a mí respecta, creo en la inocencia de Vallejo, Vallejo era incapaz de matar a nadie… Había un rencor previo que es usado por Carlos Santa María para acusarlo. Pero lo que hace la biografía de Stephen Hart es desplegar todos los posibles escenarios.
LOS HORNOS Y LA NIEBLA
—¿En que consistió la conferencia sobre “Materialismo y espiritualidad en la poesía de Vallejo” de Alain Sicard?
—Es un tema importantísimo. Estamos hablando de un Vallejo que proviene de una familia muy cristiana, que adhiere al Partido Comunista en Europa, y que dentro del Partido Comunista se vuelca más hacia el trotskismo que al stalinismo. Pero sin embargo nunca abandona su matriz cristiana; durante los quebrantos de salud que finalmente lo llevarían a la muerte, pide, por ejemplo, que le prendan velas a su santo. Ese ir y venir entre un sentir cristiano y el marxismo es ahora un poco más inteligible, el siglo XXI ha acercado esas sensibilidades, pero en aquella época el comunismo era absolutamente anticlerical y la postura de Vallejo muy desconcertante.
—El Congreso abordó los elementos cristianos en la obra de Vallejo pero también su filiación indígena, la cosmovisión andina…
—Sí. Un tema que me interesa particularmente es que si bien cuando nació Vallejo en Santiago de Chuco no se hablaba quechua, hay algo en su sintaxis –lo he conversado con varios filólogos– que puede provenir de ahí. Es el sincretismo de Vallejo que mixtura distintas coordenadas idiomáticas y un decir que va mucho más allá de lo que las palabras permiten. Los dos padres de Vallejo eran hijos de una indígena con un sacerdote español, lo que ya de por sí crea una configuración bastante insólita, mestiza como su obra. Ya desde Los heraldos negros Vallejo intenta rendir homenaje a su filiación indígena. Creo que uno de los grandes aportes de Vallejo es que, desde Francia, él desplazó la simbología modernista de un Darío o un Herreira y Reissig y creó una simbología absolutamente propia, con influencia andina, con influencia de su pueblito, Santiago de Chuco. Por ejemplo, uno de los símbolos muy utilizados por Vallejo es el horno. Y ahí vuelvo a la importancia de conocer los sitios que hacen a un escritor: a mí me pasó que estando en Huamachuco, donde Vallejo hizo sus estudios secundarios, quise tomar una fotografía desde un lugar alto a las siete de la mañana. Al subir vi cómo el pueblo entero estaba bajo una neblina. Pregunté si se trataba de cerrazón y me explicaron que no, que lo que sucede es que la gente apaga los hornos en la mañana. Toda la vida familiar gira alrededor de un gran horno donde se hace el pan: “el pan que se quema en la puerta del horno”, dice Vallejo. La simbología que proviene de su entorno andino y la cultura indígena es muy pronunciada.
—Joseph Mullligan (Estados Unidos) abordó la refutación de Vallejo sobre el “sectarismo estético” que observó en Europa entre las vanguardias europeas y renegó de lo que consideraba el plagio latinoamericano de las mismas.
—Sí, es insólito que el propio Vallejo –pocos tan vanguardistas como él– se opusiera de ese modo a las vanguardias históricas. Y es que en cierto sentido la vanguardia puede ser conservadora, puede haber un vanguardismo conservador, aunque parezca un oxímoron. El ponerse “en papel de”, eso era lo que más fastidiaba a Vallejo. En una nota escribe que a los americanos se les ha dado por el ultraísmo y nombra a Fervor de Buenos Aires, de Borges, y habla de que los latinoamericanos deberían dedicarse a otra cosa, que el ultraísmo les queda mejor a los europeos. Y ese enfrentamiento que tiene Vallejo con las vanguardias tiene que ver con una voz profundamente suya, auténtica, fuera de toda moda y afectación. Siempre hay un grado de autenticidad en Vallejo que es conmovedor. Incluso, siendo comunista, se animó a sacar una nota no muy elogiosa con la poesía de Maiakovski. En una carta a Pablo Abril, que yo compilé, dice algo –no es textual–, más o menos así: “mi dilema es o me arruino o me vendo, y sin duda no me he vendido porque aquí me ven arruinándome”. Su autenticidad es radical y eso hace que en el siglo XXI sus poemas sigan afectando y conmoviendo como en su tiempo. Llegan a configurar una vanguardia clásica. Lo mismo funciona para la dimensión más política de Vallejo: ese poemario tan singular, póstumo, que fue España, aparta de mí este cáliz, una gran defensa de la República, nunca se permite caer en el panfleto. Y a propósito: hay una anécdota muy conmovedora sobre ese libro, publicado en forma clandestina. La primera edición fue editada reciclando la ropa de los combatientes republicanos que morían, es decir, aquella edición se hizo con la pulpa de la ropa de los muertos.
- Los días 14, 15 y 16 de abril, en el Cce.