La madrugada del jueves 14 de noviembre, en una coyuntura política dividida, que comenzaba a marcar tendencia hacia la cultura de la segregación, la marginalidad y el sostén del statu quo patriarcal y capitalista, se dieron a conocer los fallos de la prueba de admisión para el Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas 2020. Esa tendencia, que parece haber llegado para quedarse, se vio reflejada también en el recinto de Momo.
Podría plantearse un análisis en torno a la “calidad” de los conjuntos que sortearon o no la prueba de admisión, pero no creo que el arte sea plausible de ser juzgado y, por tanto, no debería existir una prueba que coartara a un gran grupo de artistas la posibilidad de mostrar su trabajo, y menos en un espacio que proclama ser “del pueblo”. Esta situación de quedar afuera del Carnaval se da, mayoritariamente, en la categoría Murgas, en la que para 10 cupos hubo 27 concursantes. Es por eso que elijo centrarme en dicha categoría para realizar el siguiente análisis.
El principal tema sobre el que parece importante reflexionar tiene que ver con la segregación que en el Carnaval –como en el resto de la sociedad– parte de desigualdades profundas, estructurales. Sabemos de antemano quiénes son más propensos a participar de “nuestro” Carnaval: hombres cis, heterosexuales, montevideanos, sin ningún tipo de discapacidad, a los que se premia por integrar “coros que despeinan” y realizar “espectáculos murgueros tradicionales”. De 479 murguistas que subieron al Teatro de Verano, sólo 30 fueron mujeres; de esas 30 que subieron a pelear un lugar en la categoría Murgas, sólo cinco lograron el objetivo. De las 12 murgas (12 en 27) que tienen mujeres entre sus integrantes, sólo pasaron tres (que ya habían participado del pasado Carnaval). Es claro que el número de mujeres que “se anima al carnaval profesional” es muy bajo, pero, además, los conjuntos que incorporan mujeres a sus filas tienen mucho menos chances de ser aceptados. Si consideramos la orientación sexual y la identidad de género de los varones que componen las murgas, los conjuntos en general, y sus espectáculos en particular, hablan, en nombre propio, desde el punto de vista narrativo (o lírico) del varón cis heterosexual.
En estos momentos políticos, en los que hemos escuchado tantas veces hablar del “problema ideológico” del interior del país, amerita pensar en ese tema con respecto a esta prueba y a lo que sucede con ella aun después de 15 años de gobiernos nacionales de izquierda. Cuando hacemos foco en el montevideocentrismo reinante en un Carnaval, en mi opinión, mal llamado “uruguayo”, vemos que, de las 27 murgas que dieron la prueba, sólo cuatro provienen del Interior (todas del sureste). Sólo una de ellas consiguió el pasaje a febrero. Vuelven a evidenciarse los criterios preestablecidos que llevan a los artistas que no son de Montevideo a dejar de intentar participar en el concurso, pero, además, esos mismos criterios hacen que a las murgas con propuestas que no encajan en el molde clásico del Carnaval Oficial –en general, provenientes del Encuentro de Murga Joven– también se las deje afuera: sólo cuatro de las que concursarán son nuevas y sólo una está compuesta por integrantes con poca o nula trayectoria.
Para cerrar esta acotada pero evidente lectura de los hechos, quiero hacer especial mención de la murga La de Acridu, ya que es la primera con integrantes con discapacidad que da la prueba de admisión en la historia del concurso. Por supuesto, ya todos suponíamos que no tendría la chance de ser aceptada por el jurado, pero, además, creo necesario mencionar un ejemplo claro de esa discriminación: los compañeros del programa Carnaval del futuro (programa periodístico que refiere a la fiesta de Momo), al hablar de la etapa que faltaba para que culminara la prueba, manifestaron que, si bien faltaba que cuatro murgas pisaran las tablas del Collazo, había una que claramente no competía: La de Acridu. Este hecho, bastante ingrato, en conjunto con todo lo antepuesto, representa la postura que tenemos como sociedad frente al carnaval como hecho artístico y cultural representativo de nuestro país, un espacio que dice ser del pueblo, pero cercena las voces de quienes escapan a su tradición. Y digo la postura que tenemos, porque deberíamos hacernos cargo de que el carnaval es parte de nuestra cultura popular, y si como sociedad no tomamos cartas en el asunto, estamos avalando y haciendo nuestras estas formas de reproducción y marginación.
Por último, quiero rendir un pequeño homenaje a esas mujeres que decidieron (y pudieron) estar ahí y ser la voz de tantas otras. Aquí sus nombres: María Mazzetti, Trilce Medina, Eugenia Presa, Lucía García, María José Gardiol, María Lourdes Recayte Burgos, Tatiana Gimena Irigoyen Fernández, Solange Graciela Moragues Sica, Leticia Vanessa Rijo Aiello, Mary Alejandra Icate de los Santos, Natalia Grela Fernández, Adriana Correa, Paola Briganti, Carolina Mato, Lucía de los Santos, Solana Natali de la Cruz Rodríguez, Victoria Milagros Pereira Yáñez, Maite Erro, Luciana Cardozo, Natalia Temponi, Isabel Cabrera, Grecia Grilli, Rosina Glamberini, Samantha Navarro, Sofía García, Claudia Rojo, Maugi Globski, Maite Cal, Karina Abate, María Luz Viera y Tatiana Korneki.
Salú, carnaval.
1. Del espectáculo de murga A Contramano, año 2003.