Si fue flor, corazón o fue sol - Semanario Brecha
Nancy Guguich (1944-2021)

Si fue flor, corazón o fue sol

Cantacuentos

A las niñas y los niños del exilio les llegaban los casetes de Canciones para no Dormir la Siesta. Elena vivía en Francia y se acostaba con la panza contra el piso, escuchaba las canciones y los diálogos y se divertía al sentir que quienes estaban hablando lo hacían jugando de una forma muy extraña: «Bueno, estamos adentro de este disco…». Pero había algo que le llamaba particularmente la atención: la voz de Nancy Guguich. Elena es Elena Prieto, hija de militantes políticos, y por aquellos años era incipiente escucha de Canciones para no Dormir la Siesta, luego fue vecina de Nancy y desde hace muchos años integra el grupo Cantacuentos. Aquella niña del exilio captaba perfectamente que algunas letras de Canciones para no Dormir la Siesta decían cosas entre líneas, y creía entender por qué: «Escuchaba “Machalá” y se conectaba con nuestra circunstancia. De alguna manera me había llegado el cuento de que estábamos en Francia porque mis viejos y un montón de compañeros intentaban hacer que el Uruguay fuera más justo y había gente a la que eso no le gustaba, entonces la forma que me lo contaban era la forma en que Canciones para no Dormir la Siesta contaba sus fábulas o cuentos». Elena hace hincapié en el latinoamericanismo del repertorio, que hacía vibrar fibras particulares y que tenía que ver directamente con la sensibilidad creativa de Nancy. «Algo que me encanta que esté pasando ahora y me parece un gran acto de justicia es el reconocimiento como compositora. Ella y el grupo nos dieron la idea de que también podía haber una resistencia con colores; estaba la parte angustiosa, por supuesto, pero también estaba la resistencia musical, luminosa y colorida. Esa ha sido la vida de Nancy.»

Tal reconocimiento es parte de una ola de manifestaciones que se activaron a partir de la noticia de su muerte. Potente y visible, una generación le agradeció a Nancy, y a través de ella a sus pares, haberle marcado la infancia, o alimentado la infancia, o despertado la infancia, o hasta salvado la infancia. Y a través de esa información acumulada surge la posibilidad de pasar testimonios a sus hijos, en ese ejercicio tan vital que es la transmisión cultural de un cuerpo a otro, en que los distintos grados de acumulación dialogan y generan síntesis. «“Esos niños que crecieron junto a nosotros de nuevo estarán, cuando arrullen a sus hijos y en su ternura nos roben la voz inventando la canción”, dice parte de la letra de “Diez años”, y me parece algo impresionante», dice Elena. En Francia, su madre le cantaba «Tres hojitas» y, mucho tiempo después, en Uruguay, Elena no se cansó de cantarle «El país de las maravillas» a su hijo. En paralelo, él asistía al taller de expresión corporal de Nancy y Elena cantaba en Cantacuentos, canciones nuevas, pero también algunas de Canciones para no Dormir la Siesta que Nancy quiso rescatar para el proyecto musical que marcaría sus últimas décadas. Entre ellas, «La virueja», que Elena sintió como un compromiso, una responsabilidad grande, pero el cobijo de Nancy lo hizo fluir.

La experiencia de maternar con Canciones para no Dormir la Siesta también fue determinante para Amparo Delgado. A ella la atravesaron los sonidos del grupo, que cantó luego con sus hijos y a los que les sumó Cantacuentos. Amparo es maestra en AEBU, donde algún ratito llegó a dar clases Nancy, tras su formación en Magisterio. No es una institución menor en la historia de Canciones para no Dormir la Siesta: el 15 de junio de 1975, cuatro días antes de estrenar su primer espectáculo en El Galpón, el grupo preestrenó la obra a beneficio de la guardería de AEBU. Por si faltaran elementos concordantes en esta pequeña historia, Amparo fue una «niña galponera», hija de integrantes del elenco que se exilió en México. Tras la apertura democrática en Argentina, El Galpón viajó en bloque a Buenos Aires a presentar Artigas, general del pueblo, de Milton Schinca y Rubén Yáñez. Allí se decidió que las niñas y los niños cruzaran a Montevideo. Entre la agenda de actividades, estaba una ida al Teatro Circular a ver a Canciones para no Dormir la Siesta. Quien coordinó el paseo fue Fernando Yáñez, hijo de Rubén y compañero de Susana Bosch, integrante del grupo, cómplice en escena de Nancy, su amiga del alma y otra histórica baluarte del respeto a la infancia a través de la música. Esa tarde Amparo quedó conmocionada por los colores, los movimientos, por la igualdad de protagonismos en el espectáculo y por la particular voz de Nancy, un tanto rasposa, que generaba tanta cercanía en las narraciones. Luego Amparo se hizo muy amiga de una vecina que iba al taller de Nancy y también empezó a asistir: «Tenía 8 o 9 años. Recuerdo la posibilidad de juego que siempre proponía, me acuerdo mucho de sus pies, porque la dinámica era en patas y para mí, que siempre fui enana, sus piernas eran muy largas. Era muy estilizada y usaba unas polleras eternas, con esos pañuelos que le colgaban, y me resultaba cautivante; la admiraba mucho. Mucho de lo que tiene que ver con la relación con mi propio cuerpo está muy marcado por esa etapa de trabajo corporal. Te daba una libertad y una sensación de conocimiento del movimiento que era muy impresionante, el cuerpo en relación con vos misma, en relación con otros, siempre con una sensibilidad estética muy hermosa», rememora. En días de muchas palabras, Amparo se sintió muy identificada con unas líneas de la escritora Lourdes Rodríguez sobre Nancy: «Porque crecí sabiendo que el mundo no iba a ser amable, que, en cambio, sería siempre injusto y que había que hacer algo con eso. Tenía donde mirarme».

Otra voz presente en las reacciones fue la de Marcella Turubich, docente de música y comunicadora. Su madre, Mabel y Nancy se conocieron de jóvenes y cursaron juntas la carrera en Magisterio y la especialización en educación preescolar. «La década del 60, en la que estas muchachas comenzaban a ejercer el magisterio, estuvo plagado de nuevas pedagogías y nuevas visiones del mundo. La educación artística era bien vista para las niñas de los años cincuenta como un plus en sus vidas, pero no para desarrollar una carrera. Pero ese plus les vino fantástico a estas jóvenes maestras porque empezaron a destacarse con sus prácticas innovadoras», cuenta Marcella. Entre los nichos de aprendizaje estaba la caligrafía, algo que siempre le interesó a Nancy. Parte de su identidad, tan asociada a la estética de Canciones para no Dormir la Siesta, fue esa letra manuscrita, de maestra, musical. Marcella conserva la imagen del programa de aquel primer espectáculo en El Galpón, al que fue siendo niña y del cual recuerda haber salido cantando «Sal de ahí, chivita» y «Para cuando llueva»: «Su repertorio permitía cantar, contar y bailar, generando un reconocimiento y un uso del cuerpo diferente, desde el disfrute y sin vergüenzas. También mostraron que se podía decir muchas cosas sin que “aquellos” se dieran cuenta y las disfrutáramos todos en casa. Canciones para no Dormir la Siesta nos paseó por los ritmos del mundo, por la obra de poetas y creadores, conocimos los derechos del niño», resume. Su colega Pablo Pinocho Routin recientemente ensayó en el Teatro Circular una obra para la infancia. Estando entre esas paredes se activó su memoria sensorial, que lo llevó a los días de su niñez en esa sala como espectador de Canciones para no Dormir la Siesta. Se dio cuenta de que allí habita un perfume especial, que guardó siendo un niño y transitó con él toda su vida. Volver al Circular, generar un vínculo diario, regular, fue recrear una parte de esa etapa inicial. Allí estaba la voz de Nancy como protagonista estética. Pinocho también la despide, yendo a la idea en que la sutileza y la potencia se entremezclan: «Nancy tuvo tanta coherencia en su vida, porque se dedicó a generar una comunión, un enlace con las infancias y nunca se movió de ese lugar. Para transitar la vida desde un lugar que no deja de ser una trinchera, donde cada persona da su batalla por cómo cree que debería ser el mundo y por sus sueños, se necesita mucha convicción. Lo hizo siempre con belleza, con pureza, con alegría, sin fruncir el ceño; eso, para mí, tiene un valor inmenso. Es una revolución silenciosa, a través de la música, del arte, de las flores, de la palabra. Ese tipo de revoluciones son muy poderosas; a veces pasan desapercibidas, pero están».

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