Si leés bien, flasheás - Semanario Brecha

Si leés bien, flasheás

El cirujano encubierto en todo profesor de literatura debería responder, cada tanto, si la operación es inevitable. Si un perfume no sustituiría con ventaja al bisturí. Sobre tópico tan improductivo aceptaron conversar, un domingo en la mañana, Silvia Viroga y Álvaro Revello, integrantes de la Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay.

—Es difícil admitir que la literatura pueda enseñarse, desde que los libros saben enseñarse solos.

A R —No es lo mismo un lector formado que uno que no lo está; la formación lectora pasa por las clases de literatura en Secundaria.

—Para formarse como lector basta leer.

A R —Sí, pero ya sabemos qué lugar ocupa el libro, hoy, en los intereses de chiquilines de 15 a 18 años. El desafío, en este contexto, es mucho mayor; educamos para formar lectores autónomos, y cuando en las vueltas de la vida te encontrás con un ex alumno que te dice que recuerda tal libro y volvió a él porque una vez se lo presentaste, ratificás la pertinencia de la clase de literatura. Si no trabajo a Homero, ningún adolescente va a ir a una biblioteca a pedir La ilíada. Y su formación, no ya como lector sino como persona, pasa tanto por los autores canonizados como por los que no lo están pero tienen sitio en la clase gracias a la libertad de elección del docente. Creo que la premisa de que el lector se forma sólo en contacto con el libro es errónea, antes tuvo que darse un descubrimiento, una llave que abrió puertas y ventanas, sobre todo en el Uruguay contemporáneo.

S V —Es muy común que el estudiante comente “esto lo veo ahora que lo plantea, antes no”. Ese hallazgo es posible porque el docente guió, no las lecturas, que siempre son múltiples e individuales, sino el pasaje de lo superficial a lo profundo. Porque con el criterio que planteabas también un libro de matemáticas o de física se enseña solo, aunque todos sabemos que para desentrañar un teorema, o (entender) en qué consiste la ley de gravedad, necesitamos explicaciones. El profesor de literatura brinda herramientas para entender, a partir del Quijote, cualquier novela.

—¿No sería mejor potenciar el disfrute, antes que el entendimiento?

S V —Entender es disfrutar.

—Máxima inaplicable a la poesía.

S V —También hay que comprenderla.

—¿Sí?

S V—¿Por qué no?

—Porque hace mucho que los poetas vienen dispensándonos de esa obligación.

S V —Lo que el escritor afirma no está necesariamente vinculado a su forma de escribir. Caso típico: Borges, que a lo largo de su vida dijo un montón de disparates cuyo único propósito era burlarse de los periodistas que le preguntaban si sabía inglés, o por qué no escribía en ese idioma. Una cosa es la palabra del escritor y otra el texto. Por supuesto que no comprendemos igual un poema que una novela o un drama, pero cualquiera sea el género en que nos movamos, la evidencia indica que cuanto más profunda es la comprensión, más gozo reporta.

CICLOTIMIA DE AUTOR

—Si el poeta advierte que la razón no me lleva a él, ¿cómo ignorar el dato? Las únicas opciones que me deja son el coraje o el abandono, no el escrutinio.

S V —El poeta que recibe abucheos o críticas negativas suele clamar que no lo entendieron.

A R —Le pasó a Lorca con su primer texto teatral, El maleficio de la mariposa; efectivamente, no lo entendieron.

S V —Entonces, si un escritor supuestamente emancipado de la necesidad de que lo comprendan es el primero en reaccionar si eso no ocurre, la contradicción está en él, no en el profesor de literatura. Creo que todo escritor trabaja para que el prójimo comprenda, no lo que quiso decir, sino cuántos universos creó. La clase de literatura aspira a acompañar al autor en su viaje, no elaborar un identikit de sus intenciones.

A R —Y aunque parezca mentira muchas veces un autor nos lleva a emocionarnos, “públicamente”, en el salón. Asomados a esa esencia, cumplimos con el fin humanizador de la literatura.

S V —Si miro el “Guernica” sin saber en qué circunstancias fue hecho, ni la época a la que pertenece, no me dice nada, o tal vez sí, pero habla mucho más si alguien lo sitúa en el camino que conduce no sólo a Picasso sino a las vanguardias y a la historia del arte, a través de la interpretación.

—Una de las diferencias entre Los heraldos negros y Trilce es que éste resiste cualquier intento de despejar significados.

S V —Discrepo, la poesía exhibe recursos perfectamente despejables, más allá de que los estudiantes acusen a Trilce de incomprensible. Cuando lo hacían (Viroga fue inspectora de literatura) les pedía que me explicaran las canciones de Spinetta; ellos confesaban que no tenían la menor idea, y ahí los invitaba a averiguar cómo consiguen, Spinetta y Vallejo, seducirnos. Comenzábamos a despejar metáforas como si fueran incógnitas de ecuaciones, y concluíamos en que vivimos usando metáforas, sin percibirlo. Como señaló Álvaro, el saludable ejercicio de cuestionar la literatura es casi tan antiguo como la disciplina, y proseguirá, pero no puede inducirnos a olvidar su privilegiada conexión con la vida.

PERMISO PARA DESPEGAR

—¿De dónde proviene la idea de la necesidad de interpretar?

A R —De la hermenéutica, que vertebra a las humanidades. El matiz está en que las ciencias necesitan experimentar, verificar, y las humanidades no, porque apuntan a que el hombre alcance cierta felicidad en el conocimiento de sí mismo y de los demás. Cuando los estudiantes se quejan de que no entendieron nada de un texto que mandé leer, comenzamos por el plano más literal, derribando barreras de vocabulario para acceder a significados básicos. Y después vamos atravesando círculos, como Dante en su visita al trasmundo.

—¿Qué pueden argumentar frente a planteos críticos, como el de Beatriz Sarlo en el ensayo “Contra la interpretación”?

A R —Para mí es un tema de coherencia con el rol que decidí asumir. De los planteos críticos suelo tomar las buenas ideas que aportan a mi labor docente, y si creo en la posibilidad de formar lectores competentes, capaces de describir, valorar y criticar lo que leen, los insumos que debo privilegiar son la interpretación y la comprensión.

—¿No bastaría con generar lectores a secas?

S V —No puedo hacer eso dándoles el libro sin más. Si fuera tan sencillo seríamos lectores desde que, de niños, nos leen cuentos.

—La teoría de la literatura infantil y juvenil sostiene que esa, precisamente, es la escena iniciática para cualquier lector.

S V —Claro, pero qué pasa con los niños a los que nadie les lee. No negamos el estímulo; de hecho, la actividad que lleva de un texto a otro es de por sí estimulante; lo que decimos es que si está mediada por una orientación informada y flexible forma lectores calificados.

—¿Qué espacio ofrece esta didáctica a apropiaciones anárquicas, errores de interpretación y otros bemoles de la lectura “incompetente”?

S V —Nuestra relación con el estudiante no está basada en marcarle errores o aplicarle dogmas, sino en la ambientación de lecturas sensibles e inteligentes que le permitan apreciar la diferencia entre Homero y Paulo Coelho, más allá de que luego decida quedarse con uno, los dos o ninguno. Citaste a Sarlo, te agrego a Derridà y Barthes, que postularon la muerte del autor, la irrelevancia de sus intenciones frente al hecho de que ponerle punto final a un texto es librarlo al vasto campo de la interpretación. Que no puede ser libérrima, no puedo hacerle decir al texto lo que no dice; aclarar esto es, también, responsabilidad del docente de literatura. Don Quijote no es un extraterrestre porque en el texto no hay nada que indique que lo sea.

—A pesar de eso, un joven tiene derecho a imaginarlo proveniente del planeta La Mancha y a bordo de un Rocinante no identificado. Por lo menos en “la previa” de la profundización.

S V —Está bien, pero profundizará en la medida que lo ayudes, que le brindes razones para comprender que el despliegue fantástico, en materia de interpretación, tiene límites, porque por algo el autor eligió determinadas palabras y no otras.

—La fantasía no reniega de la razón, sólo juega a intervenirla.

S V —Eso no quiere decir que pueda intervenirla a destajo. En algún momento hay que volver al texto, y a pagar facturas (sonríe).

—¿Los programas de literatura están pensando en el estudiante actual?

S V —El principio que nos guía, como señalaba Álvaro, es la libertad de cátedra. Estamos de acuerdo en que hay autores que podrían ser eliminados, el problema es que tampoco podemos negar nuestra pertenencia a una tradición occidental y cristiana, seamos cristianos o no. Si ignoráramos que estamos tan formados por Platón y Aristóteles como por Homero, la Biblia, el Popol Vuh y Shakespeare seríamos no sólo egoístas, sino destructores de memoria. Es cierto que ya no nos preocupan el infierno, el paraíso y el purgatorio concebidos por Dante, pero siguen preocupándonos los propios.

1. La Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay (Aplu) es una asociación civil nacida el 21 de junio de 1992; cuenta con 985 socios y publica una revista cuatrimestral arbitrada [(Sic)] que lleva 12 números. El último, editado en agosto 2015, indaga los vínculos entre literatura y política (www.aplu.org.uy).

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